La Invasión Libertadora en Calimete el 29 de diciembre de 1895
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29 de diciembre
Invasión Libertadora
de José Miró Argenter

• 1895 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 241-249 describe los acontecimientos del 29 de diciembre de 1895 en la Historia de Cuba:


“Calimete”

   “Nos toca describir una de las jornadas más serias de la invasión, la más cruenta, al menos, para nuestras armas, en la que si la victoria se mantuvo indecisa, la cuantía de las pérdidas sufridas, su número y su calidad nos colocó al borde de un verdadero desastre, del cual nos salvamos a prodigio; tal vez por los efectos mismos de la impresión del peligro inminente al que nos vimos abocados, y que nos obligó a redoblar la vigilancia, el esfuerzo, la actividad y el valor para resolver rápidamente la crisis, y no ceder al enemigo el terreno conquistado con la sangre de nuestros heroicos soldados.


   “Aunque la hora en que terminó la jornada del día anterior, no era la más oportuna para examinar la situación topográfica del campamento, por previsión, el general Maceo adoptó todas las precauciones necesarias para colocar el vivac al abrigo de una sorpresa; inspeccionó personalmente los retenes y puestos avanzados para tener la convicción de que se habían cumplido en absoluto sus postreras instrucciones. Casi toda la noche se la pasó en vela, conferenciando a ratos con el General en jefe, con el general Serafín Sánchez y otros oficiales de alta graduación sobre los graves problemas que en aquellos momentos embargaban la atención del ejército, pues el presagio de que nos hallábamos en vísperas de una jornada decisiva había cundido rápidamente en las filas, y ese estado de ánimo, tantas veces precursor de terribles sacudimientos, se exteriorizaba en todas las conversaciones y en el semblante mismo de los soldados más valerosos. Con efecto, recorriendo el extenso vivac a altas horas de la noche, se percibía el sordo rumor de la gente desvelada y previsora, que, bajo el pretexto de espantar el frío, cuchicheaba al pie del fogón sobre la proximidad de la tormenta. Pero de este estado de vigilia supo aprovecharse Maceo, haciendo que las tropas tomaran las armas al apuntar el día; colocó la vanguardia en actitud de abrir el fuego, si el ataque del enemigo se iniciaba a aquella hora. Esta precaución, tan atinada, produjo el resultado eficaz de toda medida bien dispuesta, porque los españoles hallábanse ya preparados para el combate desde el amanecer y sólo esperaban que se despejara la neblina para atacar de frente y con vigor nuestro campamento, como así lo intentaron; pero su primera línea de tiradores, al romper el fuego sobre la guardia que vigilaba el camino de Calimete, se encontró con otra resistencia más sólida que contuvo de momento la impetuosa acometida de aquella fracción. Al espectáculo imponente de la batalla, precedió un episodio tétrico y repulsivo.


   “Dentro del batey del ingenio Godínez se estaba celebrando un consejo de guerra verbal para juzgar a un individuo de nuestras filas que la víspera había cometido un atentado contra el honor de una mujer; el cual fue ejecutado allí mismo al empezar el tiroteo de los españoles. Algunos proyectiles llegaban al sitio donde funcionaba el tribunal, y poco después acribillaban el cadáver rígido del delincuente, colgado de un árbol. Los generales Gómez y Maceo, que se encontraban en el batey, oyendo el dictamen del auditor de guerra, para disponer inmediatamente la ejecución del fallo que pronunciara el tribunal, hubieron de arrostrar a pie firme las certeras descargas de les españoles mientras se llenaban los requisitos legales, por entender que aquella sanción penal necesitaba revestirse de las formas más severas, aun corriendo el riesgo de ser ellos blanco de los fusilazos de la columna española, que afanaba la puntería contra los grupos espectadores.


   “Los muros de la casa de máquinas, los almacenes, ciudadelas y demás edificios de mampostería, ofrecían inexpugnable posición para nosotros, si sólo se hubiese tratado de defender el campamento; pero como entraba en los planes del cuartel general proseguir el avance ese mismo día, y efectuarlo con la mayor brevedad, todo interés de la operación estribaba en limpiar de obstáculos el camino, rechazando primeramente el ataque de aquella columna que, con toda evidencia pretendía obstruirnos el paso; y no era de pensar que lo hiciera aislada, sino con el concurso de otros factores, más considerables tal vez en efectivo armado, y ya dispuestos a entrar en acción desde que sonó el primer estampido. Todo indicaba positivamente que íbamos a sostener un combate muy encarnizado.


   “Despejada la niebla que poco há cubría un gran espacio de la llanura, el sol naciente, dejando ver de golpe el cuadro formidable de la infantería española, infundió al mismo tiempo la convicción de que únicamente por un acto de temerario arrojo o por un favor inesperado de la fortuna, podrían desbaratarse las sólidas bases de la ciudadela viva que nos cerraba el paso. Formada en dos líneas, una de ellas más abierta que la otra, desplegada en la guardarraya de un cañaveral y precedida por un enjambre de tiradores que disparaban al ras del suelo, enfilaba nuestra posición de la derecha; mientras la segunda línea, más reducida y apoyándose en el codo del camino de Calimete, barría un espacio considerable de nuestro frente: esta nube de plomo era amenazadora para nuestra caballería y había causado ya algún estrago en el Estado Mayor y escolta del general Maceo durante las deliberaciones del consejo de guerra. Era indudable que el enemigo trataba de forzar nuestra derecha, y por medio de una vigorosa tentativa apoderarse de alguno de los edificios del batey, para, una vez allí, arrojarnos sobre su flanco izquierdo, y que la segunda línea decidiera entonces la acción, completando nuestra derrota.


   “Resueltos nuestros caudillos a repeler la agresión de los españoles en campo raso, lanzaron toda la caballería disponible contra el flanco derecho del adversario, y para contrarrestar el ataque que este a su vez iniciaba sobre nuestra derecha, se reforzó este lado con la infantería que se hallaba formada en el batey de la finca, situándola lo más oculta posible entre las cepas de los cañaverales, oponiendo de esa manera, al enjambre de aquellos cazadores, otro avispero parecido. Al frente de la caballería que acometió la segunda línea de los españoles, iba el general Serafín Sánchez, que, con su heroico continente, infundió a la tropa todo el ánimo que necesitaba para cruzar la llanura de Calimete bajo una granizada de proyectiles. El fuego de los españoles es ahora espantoso; la nube de plomo descarga cada vez con más furia y a todos alcanza la rociada: jinetes, caballos, fornituras, armamentos, son blancos de las descargas de aquella infantería inmóvil, que ha cambiado rápidamente el orden táctico al verse acometida casi de repente, y se dispone a recibir con las bayonetas a los que intenten asaltar el cuadro. Pero no se arredran tampoco los nuestros -que los bravos que han llegado hasta allí no han de rehuir la lucha cuerpo a cuerpo- y aunque algunos caen, mortalmente heridos, al pie de la muralla de acero, un hombre sólo, espoleando con furia el caballo esgrimiendo con coraje el machete, abre el ojal que se necesita para que entre el escuadrón de Céspedes y que se renueve con cabal exactitud uno de los episodios de Mal Tiempo. Para que la página heroica de Calimete sea copia fiel de la original, no lo ha hecho sin costo el osado campeón que ha grabado los primeros caracteres: le ha impreso el sello de su propia vida: ha caído exánime debajo de los muros, cuarteados con su machete (1).


   “Pero el titánico esfuerzo de nuestra caballería sólo nos ha reportado un triunfo parcial y muy costoso, porque habiendo quedado en pie otros núcleos enemigos, han hecho alarde de su heroica serenidad, oponiendo a todos los ataques de nuestro escuadrón una resistencia invencible: replegándose sobre el camino de Calimete, bajo el amparo de las trincheras, han renovado sus fuegos mortíferos, haciendo infructuosa cualquiera otra carga de nuestra caballería. Comprendiéndolo así el general Sánchez, que ha prodigado su valor en los choques más rudos, ordena la retirada de los escuadrones en medio del terrible aguacero que descarga sobre la llanura y que azota nuevamente tan sufridos soldados.


   “No ha terminado aun la pelea. Continúa con gran calor en nuestro flanco derecho, posición que han pretendido forzar primeramente los españoles; nuestros caudillos se ven en la necesidad de acudir allí con sus escoltas y la mayor parte de la infantería para anular los esfuerzos del enemigo, encaminados a apoderarse de alguno de los murallones del batey de Godínez. No ha podido lograrlo por los medios ensayados hasta ahora, tal vez porque la hostilidad de nuestros tiradores ha sido muy eficaz; mas no por eso ceden en la porfía, sino que, con mayor audacia, se aventuran a dar un ataque de frente dirigido contra la casa de máquinas de la finca, cuya ocupación les interesa sobremanera, porque ella los hará dueños del campo, aunque el resto de la columna se vea obligada a permanecer dentro del recinto de la población mientras dure el combate. Las fuerzas cubanas no han de intentar el bloqueo.


   “Los españoles, en su exagerado ardimiento, trataron de ganar el edificio de una sola embestida, creyendo que se hallaba poco menos que desierto; pero ya nuestra infantería, corriéndose precipitadamente desde los cañaverales contiguos hasta los hornos de la fábrica, y al amparo del blindaje de los aparatos, detrás de los cilindros, sobre los escalones de los muros, en torno de la chimenea, dentro de los tanques de hierro, reductos inmejorables, hizo fracasar con certeros disparos el nuevo intento de la tropa española, que, tan agobiada como nosotros, calmó al fin sus ímpetus enfrente de la ciudadela blindada; tregua que supo aprovechar el general Maceo para organizar la columna y ponerla en marcha: ¡tarea abrumadora!


   “Entonces pudo apreciarse en toda su magnitud el estrago causado en nuestras filas. El cuerpo de Sanidad acababa de practicar la primera cura al comandante Fournier, que recibió dos balazos al terminarse el combate, y uno de los médicos, el doctor Alberdi, nos dijo que Fournier completaba el número 64, ¡por ahora! Faltaban por curar algunos, que negaban estar heridos, y quedaban enterrados 16 hombres, en su mayor parte oficiales de mérito.


   “En marcha ya nuestra división, después de dar sepultura a los muertos, de instalados los heridos de mayor gravedad en las literas de nuestro ejército (las hamacas de uso) y de haberse distribuido los 50 armamentos que se cogieron a los españoles, el estampido de un cañonazo anunció súbitamente la presencia de nuevas fuerzas enemigas. Al cañonazo siguieron nutridas descargas de maüser, que pusieron en grave riesgo a la ambulancia, detenida en aquellos instantes para hacer el relevo de los conductores de las camillas: éstas eran 36, y formaban largo cordón. Por el lado más débil había atacado el enemigo, y sus primeros disparos, cruzando por donde se hallaban detenidas las literas, produjeron la confusión y alarma consiguientes. Los heridos pudieron salvarse, a pesar del pánico, corriéndose el peonaje que los conducía en hombros hacia la derecha del campo y tomando al azar por la guardarraya de unos cañaverales muy espesos, pero desviándose demasiado, sin práctico que les sirviera de guía, fueron a parar a muy corta distancia de una estación de ferrocarril (la del Manguito), en momentos en que llegaba un tren cargado de tropas. Las fuerzas de vanguardia, en las que iba el general Gómez, llegando poco después al lugar, sirvieron de escudo a los 36 heridos, cuya situación momentos antes era terrible, puesto que ya no les quedaba otro recurso que esperar allí la muerte o ser prisioneros de los españoles. Empezó en la estación del Manguito el desembarco de la tropa, pero -!cosa incomprensible!- aquella tropa permaneció quieta, y al poco rato volvió a meterse en el tren, y siguió viaje.


   “Entretanto, la columna que había roto el fuego sobre nuestra ambulancia desde el batey de un ingenio (el central María), continuaba esparciendo balas por el centro y costados, aunque sin moverse de sus magníficos parapetos. Acudió Maceo con alguna tropa de caballería para retar al jefe de la columna que daba tan gallarda muestra de prudencia; y situó toda la infantería dentro de una zanja antigua que se halló al paso, para que repelieran la agresión de los artilleros si salían al limpio. La manera de abrir el fuego, a cañonazos, y la continuación del mismo ejercicio, indicaba el propósito de aquel antagonista, de permanecer allí: hecho comprobado en distintas ocasiones. Este segundo combate, que sostuvo principalmente nuestra infantería, nos ocasionó cinco bajas; es de presumir que el adversario saliera ileso.


   “Faltaba por averiguar el rumbo de la tropa española que se había dejado ver por el Manguito, desapareciendo de un modo tan raro a la vista de nuestra vanguardia, y desperdiciando al mismo tiempo la mejor oportunidad de descargar con éxito sus fusiles; y para ello se adelantó el general Maceo con su Estado Mayor y algunos pelotones de caballería además de su escolta, hacia los campos de Manguito, reconociendo después las colonias del Caney sin hallar huellas de los españoles en todo el trayecto; pero habiendo hecho un ligero alto en una finca llamada el Rocío, en momentos en que se practicaba la primera cura al comandante Nodarse, herido en Calimete, asomaron grupos enemigos en un cañaveral próximo al lugar y que nuestros exploradores anunciaron como simple guerrilla o puesto más avanzado de alguna columna. Salió Maceo a batirla, en la convicción de que sólo se trataba de una patrulla de exploradores, pero las nutridas descargas que partieron de un palmar, interpoladas con algunos cañonazos, le hicieron entender que tenía que habérselas con toda una división, con elementos de las tres armas, lance demasiado comprometido para la mermada tropa que iba con Maceo. Nuestra gente disparó algunos tiros, mientras la columna española hacía derroche de cartuchos que desmocharon el follaje del cañaveral y algunas cepas de plátanos. Aquel simulacro de batalla temible nos hizo sospechar quien fuera el general gallardo que así gastaba las municiones de guerra los partes oficiales de la acción de Calimete confirmaban a los pocos días nuestra conjetura (el épico Suárez Valdés).


   “Continuando la marcha, ya incorporadas todas las fracciones, llevando en el centro de la columna el largo y triste cordón de la ambulancia, al atravesar por la planicie del central Baró nos dispararon algunos cañonazos, que tal vez serían señal convenida para avisar a las diferentes columnas el derrotero que seguía la invasión.


   “La jornada terminó a las nueve de la noche, en un sitio llamado Reglita, colonia de caña, como la mayor parte de las fincas de aquel territorio, y donde encontramos algunas almas caritativas que hicieron cuanto les fue posible para remediar nuestra situación. El cuadro era triste, desgarrador. En la casa donde se alojó el Cuartel General, bastante espaciosa, se colocaron los moribundos. Durante la noche, un viejo soldado de la escolta de Gómez exhaló el último suspiro; tres más le siguieron al romper los claros del día. La sanidad no cesó un momento en la obra benéfica de aliviar el dolor y de consolar el infortunio. Si en el campo de Calimete se había multiplicado para que a ningún herido le faltara el primer vendaje, en el vivac de esta noche permaneció solícita al pie de los pacientes, cambiando los apósitos, extrayendo pedazos de plomo, ligando arterias, examinando minuciosamente cada uno de los casos: ¡qué clínica más instructiva! y considerado bajo el carácter más elevado de sacerdocio ¡qué abnegación la de esa juventud ilustrada que pelea por un ideal y mitiga el dolor de la víctima!


   “Nuestras bajas ascendieron a 85: 16 muertos y 69 heridos, algunos de éstos aumentaron después la cifra de los primeros. Del Estado Mayor de Maceo, salieron heridos el teniente coronel Mariano Sánchez y el capitán Gustavo Alberty, los oficiales Bacardí, Pérez y Garulla, y el comandante Nodarse. Muertos, el segundo jefe del regimiento Céspedes, teniente coronel Andrés Fernández, los comandantes Vicente Torres y José Murgada y el oficial Cruz Olivera, ayudante del general Gómez. De la escolta del general Maceo, herido el jefe, comandante Braulio Pérez, y muertos dos oficiales. De la infantería, herido el teniente coronel Martínez y el comandante Fournier. Además, salieron con heridas menos graves, el teniente coronel Sartorio, y los comandantes Chacón y Fornaris, de la caballería de Oriente. El número y la calidad de las bajas comprueban de un modo bien elocuente lo encarnizado de la pelea.


   “Es indudable que nuestro descalabro hubiera sido inmenso si la columna que nos atacó por el flanco más débil, parapetada en los muros del central María, y la que asomó poco después por el Manguito, hubiesen imitado la conducta de la que peleó en el campo de Calimete, cosa que, sin mayor esfuerzo, sin gran exposición, hubieran podido realizar; y al ser enorme nuestro quebranto, la hueste invasora queda detenida en las fronteras de Occidente, como buque desarbolado o que por falta de tripulación no puede seguir la ruta.


   “Las fuerzas españolas del central María estaban mandadas por García Navarro; las que se dejaron ver por el Manguito, y un poco más tarde reconocieron la colonia del Caney, iban dirigidas por Suárez Valdés: una brigada y una división, mientras que la columna que bregó en Calimete con heroísmo incomparable, estaba constituida por un batallón y algunas secciones de caballería, bajo el mando de un teniente coronel, subalterno de Suárez Valdés, pero a quien le cabían mejor que a éste los entorchados de general (1).


   “(1) Este bravo oficial se llamaba Andrés Fernández, conocido por el "Gallego". Había nacido en España, pero cubano de corazón, fue uno de los primeros en levantarse en armas cuando el movimiento de Baire. Por su arrojo alcanzó el grado de teniente coronel. Mandaba uno de los escuadrones del regimiento Céspedes en la invasión. Su cadáver fue recogido por algunos compañeros que llegaron con él al asalto del cuadro en la acción do Calimete, entre ellos el coronel Pedro Ramos y el teniente coronel Sartorio, que le dieron honrosa sepultura cerca del lugar donde cayó gloriosamente. Su muerte fue muy deplorada por el general Maceo, que tantas veces había tenido ocasión de admirar el valor extraordinario de Fernández, así como sus cualidades de soldado inteligente y pundonoroso.


   “(2) El parte oficial decía así:

   “"Habana 31. -El teniente coronel Perera con el batallón de Navarra, compuesto de 850 hombres, encontró ayer el grueso de las fuerzas enemigas, mandadas por Máximo Gómez y Maceo, que efectuaban un movimiento de retroceso hacia Las Villas, en un sitio próximo al pueblo de Calimete.

   “"El enemigo era muy superior al de nuestras fuerzas y había tomado posiciones en varias casas de campo y detrás de los paredones del ingenio derruido de Godínez.

   “"La situación de nuestras fuerzas era difícil y comprometida porque luchaban a campo descubierto, mientras los insurrectos estaban parapetados.

   “"Con gran oportunidad llegó la brigada del general García Navarro. "Esta atacó por uno de los flancos, consiguiendo dividir al enemigo, y obligándole a que se dispersara y emprendiera la fuga.

   “"Poco más tarde llegó la columna del general Suárez Valdés, que encontró al enemigo en retirada, y lo atacó haciéndole nuevas bajas.

   “"Nuestras fuerzas tuvieron dos oficiales, un sargento, un cabo y 15 soldados muertos; un oficial, dos sargentos, cuatro cabos y 57 soldados heridos".

   “El jefe del batallón de Navarra y los bizarros soldados que con tanto denuedo lucharon en Calimete, poco en verdad habrán tenido que agradecerle a Martínez Campos, que no tuvo para ellos las frases de elogio que se merecían, y más de una vez, seguramente, al leer el parte oficial de la acción, habrán deplorado la llegada "oportuna" del general García Navarro y un poco más tarde la de Suárez Valdés, a quienes los soldados de Navarra no vieron en el campo de Calimete, pero que, como jefes al fin, como generales que llevaban la dirección del negocio, se orlaron con los laureles de la jornada, y quien sabe si pretendieron alguna recompensa!



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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