La Invasión Libertadora el 4 de diciembre
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4 de diciembre
Invasión Libertadora
de José Miró Argenter

• 1895 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 145-151 describe los acontecimientos del 4 al 9 de diciembre de 1895 en la Historia de Cuba:


“Fomento”
“En marcha por Las Villas.”
“-Despedida del Gobierno.”
“-Fomento. -Combate de Los Indios.”

   “Después que la Sanidad hubo desempeñado su noble misión, y de haberse dispuesto el traslado de los heridos a sitio seguro, con lo cual dieron comienzo las durezas de la guerra (las despedidas entre amigos y camaradas, entre los que quedaban al borde de la tumba y los que iban a desafiar la muerte), levantamos las tiendas para seguir la marcha por el territorio de Sancti Spíritus, todo él montuoso, como la mayor parte de Las Villas, pero feraz y pintoresco, y muy abastecido de ganado. Grandes manadas de reses pacían tranquilamente junto al camino real, o sesteaban al pie de umbroso follaje, en fraternal sociedad con los potros y mulos cerriles, que miraban estupefactos las largas hileras de sus semejantes marchando a paso ordenado, oprimidos por los jinetes, o huían a campo traviesa como presintiendo la suerte que les aguardaba al echarles los flanqueadores el dogal para que entraran en quinta; todo aquello sería presa de la guerra devastadora. Dos años después no quedaría un solo rumiante de tantos miles como allí pastaban, ni un solo caballo, ni una sola cría, ¡ni vestigios siquiera de tanta abundancia y fecundidad! ¡Todo estaría devorado! Unicamente la tierra generosa seguiría produciendo con igual esplendidez y vigor, insensible a las perturbaciones de las luchas humanas.


   “Los que no conocíamos la comarca villareña, forjándonos acerca de su estructura una imagen completamente distinta de la realidad, experimentamos una impresión desagradable al vernos caminantes por un país rodeado de lomas, altas y peñascosas unas, escalonadas otras y cubiertas de vegetación, y más allá, picos sobresalientes cortando el espacio, en el fondo del luminoso horizonte. El sol nacía y se ponía alumbrando un paisaje siempre agreste. Para los orientales, que esperaban ver cosas nuevas, el encanto desapareció totalmente en presencia de aquel panorama montañoso, que parecía calcado en las tierras de Cambute.


   “Así, andando por cuestas y pendientes, y vivaqueando al amor de las fogatas, pues el frío era intensísimo, se cruzó la vasta región de Sancti Spíritus y parte de la de Remedios, en cuatro jornadas. El día 7 vadeamos el Zaza caudaloso, que nos recordó el Cauto de la leyenda oriental, ¡nunca dormido!; sus márgenes se hallaban vigiladas por pequeños destacamentos cubanos de la brigada de Remedios, al mando del coronel Pedro Díaz; este jefe se incorporó a la columna invasora con dos secciones de caballería. El día 8 volvimos a penetrar en la comarca de Sancti Spíritus por sus confines occidentales; atravesamos durante la marcha, que fue de siete leguas, un terreno sumamente áspero y desierto. Más ruda y más agitada fue la excursión del día siguiente, en que nos tocó combatir en malas condiciones contra un enemigo oculto y hacer larga caminata; en las primeras horas de marcha, caminos y senderos pedregosos serpenteando la loma del Tibisial, un subidero horrible para las cabalgaduras, hasta que dimos vista al pueblo de Fomento, donde comenzó la hostilidad, a eso de las nueve, y terminó a la puesta de sol.


   “Mas antes de narrar los episodios de esta jornada, el curso cronológico de los sucesos nos lleva a referir la despedida del gobierno, que solicitado por atenciones políticas de gran interés, regresó a Camagüey después de dos meses de activa campaña. Desde la sabana de Baraguá venía con el ejército invasor, habiendo asistido a todas las funciones de guerra realizadas durante ese período, dando con ello alto ejemplo de civismo y abnegación, más meritorio por ser espontáneo, pues muy bien pudo disculparse con las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y, sin embargo, contra la opinión del general Maceo que varias veces la expuso en razonadas comunicaciones dirigidas al Presidente de la República, quiso el gobierno compartir con las tropas los peligros de la lucha y hacer vida común con el soldado animoso, ya comiendo a deshora y acampando a la intemperie, ya afrontando los riesgos del rudo batallar (1). Ahora negocios políticos de solución apremiante y la necesidad de arbitrar fondos para la compra de armamentos en el exterior, reclamaban su presencia en la región oriental. Al acto de despedida concurrieron, además de los oficiales generales, comisiones de todos los cuerpos, y las tropas formaron en gran parada. El ciudadano Presidente Salvador Cisneros, después de dedicar algunas frases al ejército libertador por su entusiasmo y decisión en los combates, prendas seguras de mayores victorias, puso en manos del caudillo oriental una lujosa bandera, regalo de las bellas hijas del Tínima, para que ella fuese la insignia triunfal de la invasión de Occidente, "empresa heroica" cual pocas -dijo el íntegro patriota- llena de peligros y sembrada de obstáculos, pero que serán vencidos por el valor y la fe que a todos os anima, y por el poderoso brazo de vuestro ilustre caudillo, ¡de nuestro Maceo!, a quien hago donación de esta bandera para que flamee al soplo de las brisas de Levante sobre el risco más avanzado del cabo San Antonio." El viejo patriota, embargado por la emoción, no pudo terminar su arenga, pero la selló de un modo gráfico que superaba al más varonil y elocuente de los discursos: dando un abrazo al general Maceo, que quedó envuelto entre los pliegues del pabellón tricolor como un símbolo glorioso.


   “Al separarse el gobierno del ejército invasor para regresar al departamento Oriental, en donde era más necesaria su presencia por razones de interés político y económico, tomó el acertado acuerdo de dejar en Las Villas a una personalidad de su seno, para que organizara el ramo de Hacienda en ese distrito y tuviera la representación oficial del Consejo en todos los asuntos relacionados con la política y la administración civil, designando para dicho cargo al Secretario del Interior, García Cañizares, que unía a sus dotes personales, la circunstancia de ser hijo de la región villareña, en donde gozaba de merecida reputación. Movido el gobierno por un celo digno del mayor encomio, había dictado algunas leyes de carácter general que interesaba sobremanera fuesen conocidas en todo el territorio ocupado por las armas libertadoras, a fin de establecer un régimen de gobernación, si no perfecto y durable, a causa de las vicisitudes de la lucha, el más equitativo y ventajoso para que los moradores de Cuba libre pudieran vivir garantidos dentro de la situación excepcional de la guerra y amparados por las leyes de la República. Era necesario rodear del mayor prestigio posible a la autoridad civil, darle el carácter elevado de una institución sólida y respetable, para evitar las injerencias del militarismo en los asuntos ajenos a su misión. Desgraciadamente no pudo precaverse del todo; pero justo es consignar aquí los laudables propósitos del Consejo de Gobierno para dar impulso y organización al régimen civil y ascendiente legítimo a su propia autoridad (2).


   “Justo es también que expresemos en este lugar el testimonio de gratitud a que se hizo acreedor el gobierno de Cisneros por las constantes atenciones que prodigó a nuestros soldados durante la larga travesía por la comarca de Camagüey, pues no solamente cuidó de las provisiones de boca, procurando casi siempre tenerlas dispuestas con algunas horas de anticipación en los sitios de parada, sino que distribuyó prendas de vestuario y otros artículos menos indispensables, que aun cuando se adquirían con el dinero del tesoro público, no por eso dejaban de ser demostración cariñosa de los miembros del gobierno hacia nuestros sufridos soldados, tanto más de agradecer cuanto que costaba algún trabajo la adquisición de dichos artículos que se sacaban de los pueblos fortificados, mediante el soborno y por otros medios ingeniosos. Al influjo personal de Santa Lucía debióse principalmente el suministro de la hueste invasora (3).


   “Fomento está enclavado en medio de caprichosas colinas, en la misma raya divisoria de Trinidad y Sancti Spíritus; pueblo muy realista, al decir de los campesinos, siempre se distinguió por su adhesión a la causa de España, al tenor de otros villorrios, como el de Cascorro en Camagüey, Tiguabos y Songo en la provincia de Santiago de Cuba. Sus moradores hacían gala de españolismo y tenían a orgullo mostrar sus trincheras acribilladas por las balas del insurrecto. Fomento contaba con factoría militar, buenos reductos, guarnición de tropa y una guerrilla volante. Por su posición topográfica era centro de operaciones y casi diariamente pernoctaba allí alguna columna.


   “Desde los fuertes empezaron a molestarnos; primero, con disparos sueltos; luego a descargas cerradas, insistente hostilidad que hizo presumir hubiera refuerzos, los cuales, no atreviéndose a empeñar combate fuera del recinto, utilizaban esos medios, libres de riesgo. Intento temerario hubiera sido atacar la población, bien defendida como estaba, aparte de que esta clase de empresas se reservaban para más adelante, según se ha dicho en otro lugar, y cualquiera alteración en el croquis general de la guerra, sin un motivo poderoso, implicaba por lo menos mudanza de criterio.


   “Por otra parte, Fomento carecía de importancia en la Isla; sonaba únicamente en la región villareña por las osadías de sus guerrilleros, y su toma, en el supuesto de realizarse, con cabal fortuna, tal vez hubiera pasado inadvertida en la opinión del país, la que debía ser impresionada por medio de hechos ruidosos que causaran verdadera alarma en el mundo comercial. No obstante, se provocó a los defensores de Fomento cogiéndoles una recua de caballos del pie de las trincheras, y quedó el general Maceo con las fuerzas de retaguardia en observación de la plaza, para caer sobre aquéllos, si intentaban alguna salida.


   “Por lo que aconteció dos horas más tarde, se vino en deducción de que el pueblo no contaba con otras fuerzas que las del destacamento y guerrilla de movilizados; pero el jefe de la plaza hizo llegar un aviso a otro destacamento más numeroso, que se hallaba protegiendo unas obras de fortificación, en el sitio nombrado Casa de Teja, no lejos de Fomento, y tuvo aquél oportunidad de apostarse convenientemente y de agredirnos a mansalva, aunque no con el fruto que se prometía.


   “He aquí cómo ocurrió este hecho de armas.


   “La vanguardia de nuestra columna, el centro de ella y la mayor parte de los bagajes, habían cruzado sin novedad por un travesío al camino real de Santa Clara, y llevaban andados por esta vía unos cuantos metros. Sólo quedaban, junto al crucero, algunos rezagados de la impedimenta y las parejas de servicio que vigilaban los flancos. De repente, una descarga dispersó a los que se hallaban de facción, otra, disparada casi al mismo tiempo sobre los acemileros fatigados aumentó la confusión y puso al trote a los más perezosos. Ambas descargas habían partido de un espeso matorral, oculto a primera vista, donde se hallaba emboscado el destacamento de Casa de Teja. El jefe de Estado Mayor, auxiliado por los oficiales de servicio, logró reunir a los dispersos y oponer ligera resistencia, en tanto se ponían en salvo los rezagados. Pero el enemigo se animaba gradualmente y empezaba a correrse por uno de los flancos, al abrigo del bosque, y sin duda, para que la agresión fuese más eficaz, dirigía los fusilazos al centro de la carretera, sirviéndole de punto de mira las nubes de polvo que levantaba a su paso nuestra caballería. Avisado el general Gómez por un oficial del Estado Mayor, retrocedió con su escolta y dos escuadrones que recogió de pasada, y ya con este núcleo la resistencia tomó otro carácter, al extremo de que el adversario empezó a cejar, notándose por los estampidos del maüser, cada vez menos intensos, que se replegaba al punto primero de su ofensiva, o sea el matorral. Nuestra retaguardia, en la que iba el general Maceo, oyó el fuego y acudió presurosa al lugar del combate; dióse una furiosa carga por entre vericuetos y matojos, sin respetar una estacada, que vino al suelo de un empellón; acometimiento que hubo de refrenarse ante el precipicio amenazador de un barranco, y no por la agresión de los españoles que se habían apoderado de aquella altura.


   “Se volvió al camino, en espera de una nueva ofensiva; ésta no retardó, iniciándose ahora por paraje distinto, desde el fondo, intrincado de maleza, de una estancia abandonada que comunicaba con el barranco, cargando también los nuestros con singular empuje al través de un campo enmarañado, pero acometida tan infructuosa como la anterior, porque los españoles, al percibir el tropel de la caballería, emprendieron silenciosa retirada por sitios desconocidos para nosotros. Dicho está que las fuerzas adversarias eran de infantería, razón por la que les fue fácil elegir terreno a propósito para agredirnos y esquivar después la persecución.


   “Nuestra gente estaba enardecida; de buena gana hubiera echado pie a tierra para ir en seguimiento de los españoles, que con poco esfuerzo podían considerarse victoriosos. Pero ni la hora era propia ni el lugar adecuado, pues caía la tarde y nos faltaba por vadear el río Agabama, de paso difícil y peligroso, que, de tenerlo ocupado el enemigo, daría ocasión a un serio contratiempo en la marcha de nuestra columna, obligada necesariamente a retroceder ante algunos pelotones de infantería que se hubiesen parapetado en los abruptos peñascos que circuyen el Agabama por aquel punto. Afortunadamente, no tropezamos con ninguna emboscada y sólo tuvimos que salvar las quiebras naturales del terreno.


   “El escaso número de bajas (doce heridos) que nos costó la acción de los Indios -por llamarse así el lugar donde se ventiló- hemos de atribuirlo a la falta de serenidad de los tiradores, que se aturdieron seguramente al sentir cerca de ellos el estruendo de la caballería, porque de lo contrario, esto es, si afinan la puntería sobre la masa de jinetes encajonados al borde de un precipicio y obligados a volver grupas, es seguro que nos causan más de cien bajas. Pocas serían las pérdidas de los españoles, tal vez ninguna, debido a que nuestros disparos tampoco pudieron ser certeros.


   “La jornada de este día (9 de Diciembre) terminó en Quemado Grande, jurisdicción de Santa Clara; el trayecto recorrido fue de diez leguas, de muy penoso andar.


   “(1) Maceo, que conocía el temperamento batallador de Salvador Cisneros, hombre imperturbable ante las balas, abrigaba serios temores de que por cualquier imprudencia personal del Presidente en el campo de batalla, tuviéramos que deplorar un desastre. Sobre este particular le decía al General en Jefe en los últimos días de Noviembre: "Otra consideración me ha movido a dar este consejo al Gobierno, y es la de que su presencia en Las Villas podría dificultar el desenvolvimiento de las operaciones proyectadas por Vd. y distraer fuerzas de la columna invasora para atender a la custodia de aquél. Además, pudiera suceder que perdiésemos en un combate al Presidente, y en estos momentos, tan apremiantes para nosotros, sería un pérdida de muy mal efecto".


   “(2) En la energía de Cisneros halló siempre el despotismo militar una barrera insuperable. Ya veremos en su oportunidad cómo el Consejo de Gobierno sometió al General en Jefe, Máximo Gómez, al dictar éste una circular poco respetuosa para la autoridad suprema de la República.


   “(3) Casi todas las facturas salieron de Santa Cruz del Sur con la anuencia del jefe militar de la plaza, y fue tan enorme la exportación de ropa en aquellos días, que el suceso llegó a hacerse público entre los españoles, pero lo atribuyeron a una "combinación marítima". Recordamos lo que decía un periódico de la Habana a propósito de ese fraude: "Mientras Maceo avanzaba por el litoral de Puerto Príncipe, un pailebot, cargado de provisiones, marchaba paralelamente por el mar del Sur".



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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