La Invasión Libertadora en la Trocha de Morón, 29 de noviembre
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29 de noviembre
Invasión Libertadora
de José Miró Argenter

• 1895 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 123-128 describe los acontecimientos del 28 y 29 de noviembre de 1895 en la Historia de Cuba:


“Las columnas de Hércules”
“La Trocha de Morón.”
“-Su inutilidad, su historia y su objeto verdadero.”
“-Cómo pasó la hueste invasora.”
“-Día de júbilo.”

   “Por fin estamos sobre la Trocha, el temible valladar construido por los españoles en la guerra anterior para impedir la invasión a Las Villas, y en el que basaba ahora Martínez Campos sus combinaciones estratégicas, creyéndolo muro bastante sólido para detener las correrías de las fuerzas cubanas, o batirlas por completo si alguna vez lograban traspasar la famosa barrera. ¿Qué era la Trocha? A juicio de un militar español, ya citado en estas páginas, "una débil estacada que de nada servía, fuera de señalar la cruzada por ella de los insurrectos. Medía desde Júcaro a Morón 17 leguas de longitud y contaba con 33 fuertes, todos ellos protegidos en la extensión de la línea por una estacada, más un foso en algunos kilómetros. La estacada no tenía solidez; los fuertes, con alguna excepción, estaban mal construidos y el conjunto de la Trocha no obedecía a ningún cálculo científico. No hubiera detenido la marcha de un enemigo bien organizado con artillería; hubiera opuesto débil resistencia a dos batallones de cazadores, y no detuvo el paso de Máximo Gómez con algunos centenares de hombres. Los partidarios de la Trocha dicen que cuando el enemigo la cruzó, fue debido al error de haberse distraído fuerzas para cubrir otros puntos. Será eso cierto; pero hay que tener presente que en una línea extensa de guarnición permanente, puede haber descuidos, bien por la monotonía del servicio, o por equivocación de una orden, o por causas imprevistas en los frecuentes relevos de los jefes. El menor descuido, no imposible, como la práctica demuestra en todas las guerras, es precisamente el momento oportuno que la vigilancia o la sagacidad del enemigo aprovecha: el momento oportuno lo aprovechó el general insurrecto (Máximo Gómez). Invadidas Las Villas, las gentes que no sabían lo que era la Trocha, se impresionaron y se levantó una atmósfera de absurdos comentarios contra el capitán general José de la Concha". Esta misma argumentación, esgrimida por un adversario leal, para demostrar la inutilidad de esa línea defensiva en la guerra anterior, podía también aplicarse a la aparatosa marcialidad desplegada por el jefe del ejército español en la campaña de 1895, porque tal como se hallaba el valladar en ese período de la guerra, no era dique bastante para obstruir el paso de la caballería cubana, y verificado que fuese con fortuna su acceso, se comentaría por la opinión pública de una manera muy desfavorable para la autoridad militar, debido a que todos los informes oficiales pregonaban las excelencias de ese muro de contención y el mismo general Martínez Campos, a propósito de la Trocha, tuvo la frase (aguda en demasía) de que allí estaba la ratonera abierta para Maceo y sus secuaces. Era, pues, natural (y no hay que culpar de ello a la ignorancia del vulgo, sino a las aseveraciones de los hombres doctos) que traspasada la frontera que se tenía por infranqueable, se alarmaran los ánimos con sobrado motivo, cual sucedió por causas idénticas al alborear el año de 1875, en que el general Gómez cruzó la formidable línea casi impunemente con buen número de infantes y caballos (1).


   “Veamos ya como la cruzó Maceo con todas las huestes invasoras.


   “Después de una marcha forzada se acampó en Artemisa, caserío inmediato a la Trocha, al anochecer del día 28, no permitiéndose encender fogatas, y prevenidos todos los cuerpos para volver a emprender el camino a las doce de la noche. El prefecto del lugar y los conductores de la posta nos dieron algunos informes sobre los medios de defensa que tenían los españoles y las disposiciones que solían adoptar para impedir el paso de los insurrectos, situando generalmente emboscadas desde el toque de retreta hasta al amanecer, hora ésta la más oportuna para atravesar la línea: que por allí operaba el general Suárez Valdés con una fuerte división, parte de la cual cubría los destacamentos de la vía férrea y las restantes fuerzas se hallaban en operaciones contra el grueso insurrecto que acaudillaba Máximo Gómez. En Ciego de Avila, por cuyas cercanías intentaba Maceo verificar la cruzada, había pernoctado esa misma noche la columna del brigadier Aldabe.


   “Poco más de las doce serían cuando nuestras fuerzas se pusieron de nuevo en marcha, guardando absoluto silencio, y reconociendo las patrullas de caballería todos los lugares sospechosos que podían servir de abrigo a las emboscadas enemigas, sin que fuera obstáculo la obscuridad de la noche para esas exploraciones, porque los ladridos de los perros denunciaban cualquier sitio habitado y hacia allí se dirigían las patrullas con las precauciones necesarias. Al romper los claros del día (29 de Noviembre), se hallaba nuestra columna junto a la Trocha sin que los españoles hubiesen notado nuestra proximidad; la descubierta rompió una alambrada que obstruía el paso, y el cuerpo de vanguardia se destacó enseguida por ambos lados de la línea férrea hasta reconocer los fortines enemigos, envueltos aun en la neblina de la mañana. Poco después el centro ocupó los terraplenes de la vía para resguardar la pasada de la impedimenta, operación en la que se empleó más de media hora, por ser largo el cordón de acémilas; entonces el enemigo rompió el fuego desde uno de los fuertes, llamado La Redonda, al que respondió nuestra gente con vivas atronadores (porque no valía la pena de gastar pólvora) y con las notas marciales del himno bayamés, que apagaron el tiroteo de los fortines.


   “La caballería de Camagüey contramarchó, para operar en su respectivo territorio, tan pronto nuestra columna hubo salvado la insuperable barrera. 1,536 hombres cruzaron la Trocha, sin experimentar una sola baja.


   “¿Estaba abandonada esa línea militar? Puede afirmarse lo contrario. En Ciego de Avila, de donde se pasó a una distancia de cinco kilómetros, se hallaban fuerzas españolas, noticia que tuvimos ocasión de confirmar a las pocas horas; en Morón, pueblo situado al extremo opuesto, había otra columna, además del destacamento perenne, y los fortines que defendían la línea férrea en toda su longitud, no estaban desguarnecidos. Aunque en la guerra se realizan con pasmosa facilidad empresas difíciles y lances arriesgados, lo que el vulgo suele atribuir a la suerte o buena estrella de quien los ejecuta, teoría es esta que debe desecharse, para suplirla, cuando ciertos hechos no tienen explicación satisfactoria, por la concurrencia de factores imprevistos o de causas inesperadas que impiden al adversario el desarrollo y aplicación de los medios ofensivos de que dispone. Más cuerdo es suponer que el enemigo adopta siempre las medidas más acertadas, sin fiarse jamás de la ciega fortuna, y bajo este criterio coordinar la oposición, ya sea para eludir el choque, ya para provocarlo. Volviendo ahora a la operación militar realizada por nuestro caudillo, hemos de decir que debióse a la rapidez de los movimientos anteriores, concertados y dirigidos con admirable sagacidad, con los cuales se burló la vigilancia del enemigo. Primero se hizo un amago sobre Morón simulando, a la vista casi de su destacamento, que por ese punto se intentaba la travesía; y rápidamente nos encaminamos hacia el extremo opuesto (Ciego de Avila), por donde se efectuó el paso a banderas desplegadas. Tal vez el brigadier Aldaba, al recibir la noticia de que fuerzas insurrectas atravesaban la línea por las inmediaciones de su cuartel general, no creyera de momento que fuesen las que mandaba Maceo, advertido como estaba de que el núcleo rebelde hallábase el día antes por las cercanías de Morón, explorando el campo. Esa noticia debió comunicarla el destacamento que guarnecía el fuerte de San Nicolás, a donde fueron a pedir hospedaje tres rezagados de nuestra infantería durante la noche anterior, creyendo que era vivienda de campesinos. El jefe del destacamento, al enterarse de que pertenecían a la partida de Maceo y de que éste con cuatro o cinco mil hombres, andaba por aquellos alrededores, no molestó a los extraviados, limitándose a inquirir los informes que necesitaba para dar cuenta del suceso al comandante militar de Morón, no sin que dejara de enviarle un recado muy atento al general Maceo mientras descansábamos en la finca nombrada Santo Tomás. Por no perder tiempo en entrevistas, no se pactó la capitulación de dicho destacamento.


   “A dos leguas de la Trocha se hizo alto para expedir correos al general Gómez; y con noticias más tarde de que el Cuartel General se hallaba a media jornada, se prosiguió el camino para ir al encuentro de Máximo Gómez, abrazándose a las pocas horas los dos caudillos en medio de las aclamaciones más expresivas de entusiasmo, en que prorrumpieron las tropas de las dos columnas, fraternalmente confundidas en aquel abrazo que simbolizaba tantas cosas: el compañerismo, la comunidad de afectos, la lucha, la guerra implacable y el misterioso porvenir! Con el general Gómez se hallaban el Secretario de la Guerra, general Roloff, varios jefes de Camagüey y de las Villas, los coroneles Vega y Sánchez Agramonte, y seis escuadrones de la división de Sancti Spíritus, comandados por el general Serafín Sánchez, jefe del departamento de Las Villas, y por el teniente coronel José Miguel Gómez, además de la escolta de camagüeyanos que acompañaba al General en jefe desde su excursión por el territorio de Puerto Príncipe. El día fue pródigo en agradables sucesos.”


   “(1) La trocha de Júcaro a Morón sólo pudo considerarse infranqueable para los insurrectos en la época del general Blanco (1898), al principiar la guerra con los Estados Unidos. Durante los mandos de Martínez Campos y de Wéyler no fue dique bastante sólido para impedir el paso de las fuerzas cubanas. Gómez la cruzó tres veces con numeroso contingente; José María Rodríguez dos, con mucha tropa una de ellas; el Gobierno cuatro y cinco veces, yendo con Maceo y con Gómez, y también con sólo su escolta. Banderas la atravesó en tres o cuatro ocasiones; casi todos los jefes orientales que hicieron la campaña de invasión la cruzaron, al volver de Occidente, y lo propio cabe decir de los oficiales de Camagüey que se dirigían al Cuartel General de Gómez, situado en la línea divisoria de las Villas y Puerto Príncipe durante una larga temporada. El autor de estas crónicas la cruzó en el año de 1897 con 60 caballos, época en que ya estaba la línea muy vigilada y fuerte. Menocal, al mando de un contingente, la pasó en 1898, siendo mucho más firme la defensa; estando ya el general Blanco en la Isla. En resumen: todo el que quiso cruzar esa línea lo efectuó casi impunemente en la época de Wéyler. Cuando el cerco empezó a ofrecer algún peligro, los que querían evitar la contingencia de tropezar con alguna emboscada, sorteaban el paso peligroso remontándose al cayo de Turiguanó, por donde iban y venían diariamente nuestras comisiones. Sólo sirvió esa famosa muralla para estímulo de nuestra gente y para tener paralizados algunos miles de soldados en la custodia de un monumento que, después de todo, era muy digno de conservarse, en atención a los gajes que producía á sus devotos partidarios. Entre hospitales, obras de fortificación, alambradas, "picos, palas y azadones" bien puede decirse que las cuentas del Gran Capitán fueron una bicoca comparadas con las de Wéyler. De cualquier modo, siempre hubimos de agradecerle a Martínez Campos y a Wéyler que sostuvieran el espantajo de la Trocha. Ella sirvió también durante la guerra con los Estados Unidos, para que el general Blanco diera al traste con su reputación de militar entendido, puesto que sacó de la provincia de Santiago de Cuba algunos miles de soldados, iniciando de esa manera la evacuación de Oriente a Occidente, tal como la deseaba el ejército americano. El general Blanco levantó las guarniciones de Cauto Embarcadero, de Jiguaní y de Bayamo y aligeró la de Manzanillo, para estacionar todas esas fuerzas en la Trocha, antes de conocer el plan ofensivo del ejército americano. Después, a marchas forzadas, tuvo que ir el coronel Escario en socorro de Santiago de Cuba, sacando de Manzanillo unos cinco mil soldados. ¿Qué número hubiera podido ir si el general Blanco no se apresura a fortalecer la barrera de Morón? ...Catorce mil, por lo menos. Desde la guerra anterior eso de las trochas militares era el tema favorito de los generales españoles.”



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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