18 de Marzo en el Calendario Cubano
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18 de Marzo
18 de Marzo - Plátano en Cuba
El Plátano en la Cocina Cubana

• Santos católicos que celebran su día el 18 de marzo:

- En el Almanaque Cubano de 1921:

San Gabriel Arcángel, el Beato Salvador de Horta y Santa Faustina, virgen

- En el Almanaque Campesino de 1946:

Santos Cirilo de Jerusalén y Anselmo, obispos, Salvador de Horta, y Santa Faustina virgen


• Natalicios cubanos:

Azcuy Labrador, Adela: -Nació el 18 de marzo de 1861 en la haciendo Ojo de Agua, en las proximidades de San Cayetano, Viñales, Pinar del Río. Alcanzó en la Guerra de Independencia el grado de capitán. Murió en La Habana el 15 de marzo de 1914.


Fornaris, José: -Nació en Bayamo el 18 de marzo de 1827 y murió en La Habana el 19 de septiembre de 1890. Abogado, poeta y profesor. Colaboró en casi todos los periódicos de su época y fundó varios otros. Publicó, entre otras, “Flores y Lágrimas”, “Cantos del Siboney”, “El Libro de los Amores”. Lebredo en 1851 y Mendive en 1857 prologaron dos de sus obras poéticas, todas las cuales fueron ampliamente discutidas por la crítica y alcanzaron éxito la calidad del autor. Como profesor de literatura, historia, gramática, latín y griego en los colegios de La Habana y entre su producción didáctica están: “Figuras de Retórica”, “Elementos de Retórica y Poética” y “Compendio de Historia Universal”. En el género dramático se cuentan, “La hija del pueblo” y “Amor y sacrificio”. Ciudadano, fue un decidido adversario del régimen colonial y mereció prisión, ya en 1852, por sus ideas y conspiraciones. En esta fecha estuvo confinado con Céspedes y Lucas del Castillo en Palma Soriano. En 1871 emigró, viajando por España e Italia y fijó su residencia en París, en donde ejerció el profesorado y publicó algunas composiciones.


Urbach Campuzano, Carlos Pío: -Nació en Matanzas el 18 de marzo de 1872 y falleció el 24 de diciembre de 1897. Poeta y patriota. En colaboración con su hermano Federico publicó el tomo de poesías “Gemelas” y distintos trabajos. Al estallar la Revolución de 1895 se incorporó a ella, en la cual alcanzó el grado de teniente coronel.


Valdés, Gabriel de la Concepción: -“Plácido” -Nació en La Habana el 18 de marzo de 1809 y falleció (asesinado por O'Donnell) en Matanzas el 28 de junio de 1844. De acuerdo a muchas referencias, es el poeta más popular de Cuba, traducido a varios idiomas y de cuyas composiciones se han hecho numerosas ediciones con notas, comentarios, etc. Los mejores críticos han escrito alrededor de la personalidad y producción del poeta máximo de la raza de color. “La Siempreviva”, “Jicotencal”, “La sombra de Padilla”, “La flor de la caña”, “Las pasiones”, “La Rosa de Trinidad”, “Epístola a Lince”, “La veguera inocente” figuran entre las más renombradas de su estro. En capilla escribió “Plegaria a Dios” y “Despedida a mi lira”, poesías que ningún cubano ha leído sin emoción y han recorrido la literatura extranjera. “El Veguero” y “El hijo de maldición” fueron impresos en Matanzas. Fue envuelto en la llamada conspiración de “La Escalera” aun cuando su proceso, mejor dicho, su “asesinato” debido fue a la notabilidad del poeta y a que muchas de sus composiciones, rechazadas por la censura, eran repetidas de boca en boca por los cubanos que soportaron el despotismo de aquel genio del mal que fue el general O'Donnell.


Guije.com - estudios en la cultura y la historia de Cuba El 18 de marzo en la Historia de Cuba

• 1896 -

- Célebre combate de Cayajabos, Artemisa, Pinar del Río, entre las fuerzas cubanas al mando de Antonio Maceo y las columnas de Linares, Suárez Inclán, Sánchez Hechavarría, Hernández de Velasco y Eduardo Francés.

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Occidente) - Tomo II: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 161-163 describe estos acontecimientos del 18 de marzo de 1896 en la Historia de Cuba:

   “Memorable fue el 18 de Marzo en los fastos de la campaña de Maceo, porque durante él se bregó, desde las primeras horas de la mañana hasta la puesta del sol, contra todas las columnas que pernoctaron en Candelaria: las de Linares, Suárez Inclán, Sánchez Hechavarría, Hernández de Velasco y la del teniente coronel, Eduardo Francés. Parecía, en efecto, que este sitio estaba destinado a ser teatro sangriento de la discordia civil; célebre asimismo en la lucha más remota de la independencia, puesto que en las estribaciones de la sierra de Candelaria había batallado con Fortuna el general Narciso López; en este mismo lugar, tantas veces ensangrentado por los enconos de los partidos beligerantes, iban a encontrarse nuevamente los dos bandos rivales, bajo el móvil terrible de la pasión política, valerosos y enfurecidos por igual el insurrecto, por la idea de la libertad; el español, por la perduración del dominio. Hacía ya muy cerca de medio siglo que se mantenían tan opuestos ideales en este mismo campo de batalla. Nuestra vanguardia, al atravesar el camino del asiento de Frías a Laborí, reconoció la presencia de los españoles apostados en un palmar. Comprendiendo Maceo que la actitud del enemigo era ofensiva, situó el regimiento de infantería de Gómez en unos cercados contiguos, y dispuso que la caballería ocupara una meseta próxima, fraccionada en distintos pelotones, para que pudiera atacar por diferentes lugares sin enredarse en los estorbos del terreno. La infantería rompió el fuego sobre el flanco derecho de la columna y contra el núcleo principal, al desplegarse uno de los batallones, al mismo tiempo que los grupos de caballería atacaban con decisión por el lado opuesto, a fin de impedir el avance de la infantería española por el camino de Laborí al asiento de Frías. Seguramente el jefe de la columna, en espera de refuerzos de Candelaria, por cuanto disparaba cañonazos de aviso en aquella dirección, detuvo el flanqueo de su vanguardia y se replegó en el palmar que le servía de apoyo. El general Maceo retrocedió entonces para esperar al enemigo en el camino de Vigil a Candelaria. En efecto, a la una de la tarde las avanzadas del rastro, constituidas por el regimiento de Palos, al mando de Cuervo, sostuvieron el primer empuje de tres vanguardias enemigas que avanzaban hacia nuestro campo. El general Maceo, con el golpe de vista en el proverbial, comprendió que el ataque de los españoles era debido a una combinación táctica de cuatro o cinco unidades y que una de ellas acometería, nuestro flanco derecho por el camino de Cayajabos. Bajo esta presunción, que no salió fallida, ordenó en el acto que toda la infantería acelerara el paso hasta situarse en Cayajabos; que sólo quedara en Vigil, entreteniendo la vanguardia de los españoles, el mismo regimiento de Palos, y que la caballería de Pinar del Río flanqueara por la izquierda a fin de ocupar la calzada de San Cristóbal, haciendo un alarde sobre esta plaza.

   “La gente de infantería, que marchaba, según se ha dicho, en la vanguardia, al llegar al sitio que fue pueblo de Cayajabos, reconoció las fuerzas enemigas por el camino de Guanajay: era, por lo tanto, la otra columna, cuya intervención había previsto el general Maceo. En seguida nuestra infantería ocupó posiciones junto a los muros de Cayajabos, y abrió el combate. Al lugar de la función acudió presto el general Maceo con el carácter de protagonista, como siempre, en todas las jornadas de la guerra. Situóse a la cabeza de la infantería, la que desde los escombros de la iglesia de Cayajabos acribillaba la compacta masa del enemigo: este, muy marcial, resistía a pie firme el fuego certero de nuestros tiradores, pero no podía avanzar de frente a menos que no se arriesgara a sufrir un duro escarmiento, y tampoco le era fácil retroceder, porque los nuestros ocupaban, además de los paredones de la iglesia, un trecho del camino y disparaban a cincuenta varas de distancia. Los españoles cada vez más enconados, hacían fuego a discreción para quitar el gran estorbo de los muros, detrás de los cuales afinaba la puntería una guardia formidable que valía por todo un batallón. Al fuego de fusilería acompañaban metrallazos dirigidos contra las tapias ruinosas de la iglesia, con el empeño de abrirse paso por cualquier lugar y eludir de ese modo el fuego mortífero de la guardia insurrecta, que a cada disparo lanzaba un peón al suelo. Todo el mundo disparaba a quemarropa. Un grupo de oficiales del Estado Mayor que defendía la posición más avanzada, corrió inminente peligro, porque los españoles estaban ya tocando los muros, y momentos después penetraban los más audaces por los boquetes de las ruinas, yendo al bulto con la bayoneta calada. Un ayudante del general Maceo, Nicolás Souvanell, fue agarrado por los asaltantes; pero logró escapar de la presa, casi milagrosamente. No habiendo espacio suficiente para que entrara en combate toda nuestra infantería, Maceo dispuso que se abandonaran los escombros de la iglesia y se tomara una pequeña altura, limpia de arboleda, hacia la que se dirigían también los españoles por el lado opuesto, en donde se entabló otra furiosa pelea en la que jugaron todas las armas, y a la que sólo puso fin el crepúsculo de la noche. Llegó a los españoles que combatieron en Cayajabos el socorro de otra columna, y gracias a este refuerzo pudieron posesionarse del campo y establecer allí el vivac. Maceo acampó en la sierra del Rubí. Toda nuestra gente, especialmente, la infantería, se excedió en el cumplimiento de su deber, y así hubo de expresarse en la orden general del día 19, en la que se hizo constar el comportamiento de nuestras tropas en los combates de Laborí y Cayajabos; y de esa manera quedó borrada la nota injusta que sobre la infantería, de Oriente había arrojado la orden general del día diecisiete. Nuestros tiradores hicieron gran mella en las filas enemigas cuando la columna trataba de apoderarse de la iglesia de Cayajabos; pero es de mencionarse que dos hombres tan sólo causaron el mayor quebranto con su certera puntería: uno de ellos, el coronel Vidal Ducasse, el otro un soldado aragonés llamado Zurita: si el primero se ponía el mauser a la cara con singular maestría, su compañero Zurita rivalizaba con el en serenidad y destreza. El general Maceo, que observaba con mucha atención a este tirador, para el desconocido hasta entonces, le ordenó que saliera de la línea de fuego, para buscarlo después en el campamento del Rubí y premiarlo con el diploma oficial.”


- Desembarcó el “Comodoro” en el Guayabal, Camagüey, compuesta de 37 expedicionarios y buen parque, bajo el mando del coronel Braulio Peña y el capitán Pablo F. Rojo. Siguió viaje a Huevas Grandes, con 600 rifles, 2 cañones, 680,000 tiros y medicinas, en donde llegó el 20. Este barco después llevó a Cuba varias expediciones más.


• 1734 -

- Gobierno de Güemes Horcasitas.

Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 161-162 nos describe los acontecimientos del 18 de marzo de 1734 en la Historia de Cuba:

   “Cuba estaba sumida en el mayor desbarajuste administrativo cuando, el 18 de marzo de 1734, el mariscal de campo Juan Francisco Güemes Horcasitas sucedió al brigadier Dionisio Martínez de la Vega en el mando de la Isla. El estado rentístico de la Colonia había caído en extremado abatimiento por complacencias y miramientos de la primera autoridad. No lo superaba en bondad la conducta de los funcionarios subalternos. Se había dado el caso de ser un sargento de morenos de Bayamo herido por un capitán de milicias en una procesión y, no obstante la imposición de arresto por el sargento mayor Bartolomé Aguilera, burlarse el delincuente del juez que lo condenó y de la sociedad en cuyo seno perpetró sus desmanes. El contrabando tenía conquistada carta de legitimidad o poco menos.

   “Una mano fuerte para detener tantos y tan graves males era necesaria. Y a ello tendió la de Güemes Horcasitas. Empezó por hacer castigar los abusos y peculados que imperaban en la administración pública. Nombró tenientes capaces, por sus aptitudes y severidad, de encauzar el orden en jurisdicciones de la importancia de Puerto Príncipe, Sancti Spíritus y San Juan de los Remedios. Sometió a su potestad al gobierno de Santiago de Cuba. Los veintidós bandos que en el curso de once años dictó para disciplinar la administración y la policía de la Colonia fueron prueba de sus excelentes condiciones de mando.

   “En el período inicial de su administración no descansó Güemes Horcasitas un momento. Reguló la limpieza de calles y parajes públicos, trasladó el matadero de La Habana a lugar más decente y apropiado, cortó abusos introducidos por ciertos terratenientes con perjuicio del Erario, puso coto a las excesivas especulaciones de los pulperos en lo tocante a los víveres procedentes del interior de la Isla y restableció el imperio de la Ley. Las medidas que decretó respecto de los fraudes realizados en las entradas y salidas de efectos de comercio resultaron eficacísimas.

   “Aquellas excelentes dotes de gobernante se vieron a veces eclipsadas por una codicia y una altivez censurables. Con soberbia solía tratar a los habitantes de la Isla. Sólo exceptuaba a los militares, acaso por ser los de su clase. Se ganó el epíteto de tirano. Los individuos del ayuntamiento de La Habana, los del Clero y los del comercio, víctimas de sus intemperancias personales, se revolvieron contra Güemes Horcasitas, atacándolo en conversaciones, cartas e impresos. Las palabras de uno de sus enemigos reflejaron, con elocuente laconismo, la situación creada entre el gobernante y los gobernados:

   “"La maldad del tirano ha hecho tres letrados a medida de su intención, que, quebrando la Ley, miran al semblante del Gobernador, observan su inclinación, y aquella es la sentencia."”



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Última Revisión: 1 de Septiembre del 2008
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