La Invasión Libertadora el 4 de enero
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4 de Enero
Invasión Libertadora
por José Miró Argenter

• 1896 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 287-296 describe los acontecimientos del 4 de enero de 1896 en la Historia de Cuba:


“Güira de Melena”
“La línea de Batabanó.”
“-Luque y Aldecoa sumergidos en Pozo Redondo.”
“-Memorable asalto y saqueo de Güira de Melena (4 de Enero de 1896).”
“10,000 soldados dormidos.”
“-Se rinden a discreción los pueblos de Alquízar, Ceiba del Agua,”
“Vereda Nueva, Caimito, Guayabal, Punta Brava y Hoyo Colorado”
“-Noticias de la capital.”

   “Difícil es imaginarse el alborozo que sentían nuestras tropas con los triunfos recientemente adquiridos, y lo dispuestas que se hallaban a renovarlos a cualquier precio; pero el que hubiera conocido el vasto y arriesgado plan ofensivo que se proponía desarrollar el general Maceo, tal vez sintiera menguar el entusiasmo y el valor al recapacitar sobre los graves y continuados peligros que nos esperaban en la nueva expedición por el territorio de la Habana. Pretendía nuestro caudillo atravesar la línea de Batabanó, no con el objeto de encaminarse por el Sur de la provincia a Pinar del Río, proyecto de fácil realización después de haber forzado dicha línea, sino para remontarse al Norte de la Habana, ocupando todos los pueblos que encontrara a su paso, amenazar la capital y llevar la invasión a Pinar del Río, no sin dejar establecida una base de operaciones en la provincia de la Habana: el croquis era bello y grandioso, pero su ejecución tenía el aspecto duro de las cosas invencibles.


   “El primer obstáculo formidable con el que habríamos de tropezar era la línea férrea de Batabanó, ocupada totalmente por las brigadas de Echagüe y Luque, que desde el día anterior se hallaban en San Felipe y el Rincón, respectivamente, y tal vez reforzadas por la de Aldecoa, que dejamos en Nueva Paz el día 2, y por algunos batallones traídos de Cienfuegos por mar, a fin de cerrarnos también el paso por el Sur, en el supuesto de que por el Norte no habíamos de intentarlo sin que nuestra osadía recibiera ejemplar e inmediato escarmiento. Con esos elementos de opugnación teníamos que contar al proseguir la ruta hacia el Oeste, porque era imprescindible el paso por la línea de Batabanó, a menos que no se efectuara por la de Güines, entre Durán y Guara, verbigracia, para tropezar desde luego con obstáculos más formidables. Dando por hecho que lográramos abrirnos paso de una sola acometida, ya porque tuviéramos la suerte de embestir el lado más débil de las columnas españolas, ya porque la ofensiva de éstas no fuera bastante eficaz, de todos modos era inevitable la concentración de las dos brigadas enemigas, la de Echagüe y la de Luque, y por consiguiente, una hostilidad continuada y viva sobre nuestra retaguardia, que haría fracasar el audaz intento de nuestro caudillo de meterse en algunas poblaciones importantes para proceder al desarme de los voluntarios. En la hipótesis de que no saliéramos descalabrados de estas acometidas, al avanzar sobre la capital tronarían todos los cañones de Martínez Campos en torno de nuestra hueste, y de la invasión sólo quedarían las reliquias.


   “Por la orden general del día 4 se previno a todos los cuerpos que estuvieran listos para marchar a las cinco de la mañana, una hora antes de que amaneciera, con otras instrucciones relativas al orden de combate, a fin de que ninguna fracción dejara de cruzar la vía férrea por el mismo lugar en que abrieran hueco las fuerzas acometedoras. Se dictaron casi las mismas disposiciones que se pusieron en planta al atravesar las llanuras de Colón, con tan brillante éxito en aquella oportunidad: la columna, organizada en cuatro fracciones, no sólo para reducir todo lo posible su fondo, sino para rechazar la agresión del enemigo, que se consideraba inminente. Se vigorizó el ala derecha, porque de este lado nos quedaban los paraderos del Rincón, San Felipe y Quivicán, ocupados por los núcleos más fuertes de los españoles. El pensamiento de nuestros caudillos era presentar una masa enorme de caballería en maniobra de carga, amenazando todos los sólidos que pudieran formar las brigadas de Luque y Echagüe, al ser descubiertas por nuestros exploradores; y abriendo el boquete necesario a cuchilladas y a tiros, meter por allí el convoy, la impedimenta de reclutas y la retaguardia, mientras los escuadrones que reforzaban el flanco derecho atacarían el destacamento más avanzado del enemigo, aun cuando tuvieran que atravesar la segunda línea de los españoles por el término de Bejucal, formando de esa manera otra vanguardia del cuerpo invasor. De esta operación se encargó el coronel Cándido Alvarez, hombre muy intrépido, al estilo de Bermúdez, y como éste, amigo de lances arriesgados y correrías impetuosas.


   “Emprendida la marcha a la hora determinada por el Cuartel general nuestra vanguardia estaba sobre la línea férrea al asomar el sol, y pudo reconocer todos los lugares inmediatos al término de Pozo Redondo, sin hallar el menor vestigio de los españoles. Media hora después (siete de la mañana), llegaba el centro de la columna. ¡Expectación general: profundo e imponente silencio! Desplegó en batalla el regimiento de infantería; tres secciones a caballo registraron y hollaron las hortalizas del campo de Batabanó, para buscar a Luque dentro de las coles que allí cultivan los chinos. El peonaje de la impedimenta, empezó la tarea de levantar los atravesaños de la vía y torcer los rieles, para que el trabajo de reparación fuera más costoso a los españoles, y ¡cosa inaudita! durante media hora no se oyó más golpe que el de la mandarria, y por ningún contorno sonaron los estampidos de la fusilería ni los pitazos de alarma de locomotora alguna. ¿Dónde estarían los españoles?... Aun cuando es axiomático que no hay secreto que al cabo no descubra la malicia del enemigo, hemos de confesar que todavía no hemos dado con el escondrijo de las brigadas de Luque y Aldecoa en aquella ocasión. Unicamente, a los veinte días del suceso, andando la Invasión por los remates de Guane, dimos con el fotograbado de Pozo Redondo, cercanías de Batabanó, lugar en que, según El Fígaro ilustrado, estaba el retén de las tropas españolas, atisbando el paso de los insurrectos el día 4 de Enero de 1896; la fecha misma del ruidoso pasaje por la línea férrea y por el barrio rural de Pozo Redondo!


   “Los dos escuadrones que reforzaban el ala derecha, se corrieron por la línea ferroviaria hasta Quivicán, ahuyentaron el retén que defendía un convoy de víveres, apoderándose de todo lo que significaba artículo de bucólica, y después de destruir algunos vagones y la estación del ferrocarril, siguieron la provechosa excursión por los pueblos limítrofes haciendo retemblar el sólido pavimento de Bejucal y Jesús del Monte con el repiquete vivo de la caballería insurrecta.


   “Habla Martínez Campos:


   “"El día 4 de Enero un mar de llamas rodeaba a Quivicán. Los invasores quemaron unos cinco millones de arrobas de caña, el paradero y edificios anexos. También entraron en el lugar, llevándose armas, caballos, monturas y municiones, y antes de retirarse, destruyeron el convoy que había sido llevado el día anterior en tres fragatas." A confesión de parte... relevo de las emboscadas de Pozo Redondo.


   “Sin el menor contratiempo, sin haberse disparado un tiro, sin hallar rastro de los españoles por ningún lado, se hizo rumbo a la línea del Oeste, con el propósito de apoderarnos de todos los pueblos guarnecidos que no se rindieran voluntariamente. A la una de la tarde, la Invasión daba vista a Güira de Melena. Surgió un ligero debate entre los dos caudillos invasores: el general Gómez se oponía al asalto, considerándolo infructuoso; pero el general Maceo, cargando con la responsabilidad del suceso, no sin manifestarle a Gómez que el desarme de los voluntarios era indispensable y que en manera alguna debía dejárseles cobrar ánimo, adoptó todas las medidas que creyó oportunas para que la plaza fuera capturada si el comandante militar no aceptaba buenamente la capitulación.


   “Güira de Melena era una de las poblaciones más importantes de la provincia, cabeza de un término municipal rico y floreciente, tal vez el más floreciente y rico de la Isla, y contaba con bastantes medios de defensa: con 300 hombres del instituto de voluntarios, buenos reductos interiores y pertrechos en abundancia. Verdad es que no tenía destacamento de tropa regular; pero era de inferirse, por la arrogancia de los defensores de la integridad del territorio, que los de Melena dejarían bien sentado el pabellón de España y el honor del cuerpo, aparte de que defendían sus intereses materiales.


   “Estudiada la situación de la plaza y adquiridos algunos informes acerca de sus medios de defensa, aunque la operación podía costarnos muchas bajas, Maceo se resolvió a dar señal de ataque sin aguardar más consultas ni dilaciones. El asalto se efectuó con rapidez y brío. Por tres lados distintos se penetró en la población, efectuándolo primeramente los cuerpos armados, de infantería y caballería, y detrás de cada una de las vanguardias, la balumba de reclutas a pie y a caballo, que ansiosos de salir armados de Güira de Melena, rivalizaron en ardimiento con la tropa más valerosa. Los defensores rompieron el fuego desde los edificios contiguos a la plaza de Armas, pero desalojados por los nuestros, se refugiaron en la iglesia, que brindaba magníficas condiciones para la resistencia. Nuestra gente, por momentos más enardecida, fue apoderándose de las casas y bocacalles que daban a la plaza, molestando con un tiroteo muy vivo a sus defensores, y cortándoles la retirada con el incendio de algunos establecimientos comerciales, del casino español y de varias casas más de la calle de la Quinta, avenida principal de Güira de Melena. Pronto las llamas tomaron aspecto imponente en las cercanías de la plaza, amenazando con una muerte horrible a los que defendían la parte exterior de la iglesia, los cuales se vieron obligados a reducir el radio de su hostilidad. Algunos que trataron de escapar por las calles adyacentes, fueron muertos a balazos por nuestros tiradores y a manos del mismo paisanaje. Por otra parte, el general Maceo había tomado todas las medidas para que los voluntarios que no quisieran capitular no pudieran evadirse de la persecución. Todo el pueblo estaba circunvalado. Los gritos angustiosos del vecindario pacífico, mezclándose con los airados de guerra, con el estruendo de la fusilería, y con el peculiar y no menos terrible del incendio devorador que desplomaba techos y murallas, formaba una audición de notas agudas y trágicas que no tenía semejante para solemnizar un cataclismo. La gritería de nuestra gente era ensordecedora, al extremo de que no pudo oírse en los primeros momentos el toque de corneta de los defensores que pedían parlamento, y fue necesario que el cura párroco y algunos vecinos influyentes se entrevistaran con el general Maceo para que cesara la hostilidad de los cubanos, y le ofrecieran solemnemente que los voluntarios se rendirían a discreción. En efecto, poco después se entregaron como prisioneros de guerra más de 100 individuos, de los que con más calor habían defendido la bandera de España. El destacamento se rindió al capitán Manuel Aranda. El general Maceo ordenó que los llevaran a presencia del General en Jefe, para que éste decidiera sobre su suerte; el general Gómez los puso a todos en libertad, no sin dirigirles una elocuente exhortación en la que hizo resplandecer la conducta generosa de los cubanos para con los vencidos, procedimiento que no imitaban los hidalgos españoles. Los voluntarios de Güira de Melena, entre los que figuraban algunos hijos del país, mostráronse contritos y aclamaron al ejército libertador y a sus nobles generales, aunque posteriormente desmintieron sus protestas de adhesión a la causa de Cuba.


   “El botín que se cogió en Güira de Melena, fue incalculable; bastará decir que todas nuestras tropas se vistieron de nuevo; los establecimientos de comercio estaban abarrotados de mercancías y con ellos se barrió, como es de suponerse. En metálico se repartieron nuestros soldados más de 100,000 pesos y otra clase de valores. Como botín de guerra se cogieron 300 armas de fuego y 10,000 cartuchos, aunque se perdieron algunos miles más al ser incendiada la iglesia.


   “Mientras se atacaba Güira de Melena, un escuadrón de Oriente se apoderaba del pueblo de Gabriel, situado en la línea del Oeste, no sin sostener una pequeña refriega con un grupo de voluntarios que se atrincheró en la estación del ferrocarril. En Gabriel se apresaron 50 armamentos y medio millar de cartuchos, además de vituallas y equipos. Por la noche fue destruido totalmente el caserío. Nuestro campamento se estableció en las inmediaciones de Güira de Melena. El Cuartel general ordenó que, durante la noche recorrieran la población patrullas de caballería para evitar los desmanes del paisanaje, que casi siempre, es el que comete las mayores depredaciones después de acontecimientos luctuosos.


   “A las ocho de la mañana del siguiente día (5 de Enero), hora en que partimos del castigado lugar, víctima de la obcecación de unos cuantos caciques españoles, no había acudido en socorro de la plaza ninguna de las columnas que vigilaban la línea de Batabanó, a pesar de que la distancia era de cuatro leguas, todo lo más, y el tiempo transcurrido más que suficiente para caer sobre nosotros por distintos lados y obligarnos a levantar el sitio de Güira de Melena. ¿Pretendería Martínez Campos aprisionarnos a la vista de miles de espectadores, de la Habana entera, para tomar de ese modo el más cumplido desquite contra la audacia sin igual de la Invasión? La permanente quietud de las tropas españolas no tenía ya otra explicación razonable, porque no debía suponerse que miles de soldados estuvieran profundamente dormidos durante veinte y cuatro horas, ni que en la Capitanía General dejara de saberse dónde radicaba la población de Güira de Melena, que sucumbió por la flojedad de los jefes de las columnas que tenían a su cuidado la defensa del distrito militar.


   “Al salir de Güira de Melena tomamos el camino de Alquízar, pueblo también muy próspero por su riqueza comercial y el esmerado cultivo de sus campos, situado, como aquél, en la misma línea del Oeste, casi en los confines de la provincia de la Habana. No se sabía la actitud que adoptarían los elementos armados de la localidad, a raíz del duro escarmiento de Güira de Melena, por lo que se mandó que la vanguardia adelantara con cautela, sin romper el fuego mientras la agresión de la plaza no se manifestara de un modo evidente. Ya encima del caserío, salieron algunos vecinos en son de parlamento, para manifestarle al general Maceo que Alquízar franqueaba la entrada al ejército libertador, y que los voluntarios se hallaban formados en el cuartel general para entregar las armas y los pertrechos. Todo cambió, repentinamente: semblantes y pasiones enconadas; éstas se trocaron en afectuosas simpatías; aquéllos cobraron los tintes risueños de la efusión. La entrada en Alquízar se verificó a los sones del Himno bayamés, en medio de los vítores y aclamaciones de todo el vecindario, siendo estas expresiones tan vivas, tan elocuentes y reiteradas, que en manera alguna cabía abrigar el menor recelo sobre su espontaneidad y desinterés. La presencia del caudillo oriental en las calles de Alquízar produjo entusiasmo delirante.


   “Resuelto el general Maceo a dominar la situación por medio de golpes de audacia, para sacar de ella todas las ventajas que suelen proporcionar la sorpresa y la osadía, firme en su propósito de ir ocupando los puebles de la Habana que tuvieran guarnición, y desmantelarlos, si oponían resistencia, ordenó, a la salida de Alquízar, que la vanguardia tomara el camino de Ceiba del Agua, para abrigarse allí a viva fuerza, si los españoles rompían las hostilidades, o pasar la noche tranquilamente, si nos franqueaban la entrada; pero, en uno y otro caso, recogiendo los trofeos de la capitulación. Ceiba del Agua, lo propio que Alquízar, está en los límites de la provincia de la Habana, pero más al Norte, y por ella atraviesa el ferrocarril llamado de Guanajay, que parte de la Habana y toca en las estaciones del Rincón (empalme de las otras líneas), Govea, San Antonio de los Baños, Seborucal y Ceiba del Agua, por donde penetra en Pinar del Río. De suerte que, pernoctando nuestra columna en el pueblo indicado, estábamos expuestos a sufrir dos ataques simultáneos: uno, de las fuerzas que se hallaban en Guanajay (era de suponerse que las hubiera), y el otro, de alguna de las columnas que dejamos sobre el Rincón, entre ellas, la de Luque, sin contar las de Echagüe y Aldecoa, que quedaron emboscadas en Pozo Redondo, y que no era de pensar que permanecieran allí en actitud de imaginaria. Además, teníamos ya noticias de la aproximación de Suárez Valdés y García Navarro, que venían sobre nuestra huella desde Güines, y aunque andaban a paso tardo, un día u otro habrían de llegar al campo de las maniobras. En conclusión, y sin reticencias: en torno de nuestra columna, al encaminarnos a Ceiba del Agua, se hallaban 10,000 soldados de infantería y como 800 de caballería, sin contar los cuerpos de movilizados y algunos cañones.


   “Había cerrado la noche cuando nuestras patrullas reconocían las inmediaciones del pueblo; reinaba profundo silencio. Adelantándose la vanguardia y rompiendo los faroles que alumbraban la vía, la población no por eso daba señales de hostilidades; entraron todas las fuerzas en columna cerrada, y dejaron destacamentos en la avenida de la plaza de la iglesia en previsión de que los voluntarios pudieran haberse refugiado en el templo. Algunos vecinos empezaron a abrir sus viviendas para darnos el parabién, y por ellos supimos que la escuadra de voluntarios se había marchado precipitadamente para el Caimito al saber nuestra salida de Alquízar. Se dieron instrucciones al coronel Zayas para que marchara al pueblo del Caimito y procediera al desarme de los voluntarios de ese lugar, así como de los que se habían evadido de Ceiba del Agua.


   “La tropa acampó en las calles de la población y en las sitierías inmediatas, con los retenes bien reforzados, en tanto que la comisión del Estado Mayor practicaba registros domiciliarios en busca de los armamentos que hubieran dejado ocultos los voluntarios. Dióse con el hallazgo, o mejor dicho, un doble hallazgo, pues se encontró un depósito de fusiles en la rectoría, y otro dentro de las claraboyas del templo. El pater, que era un integrista furibundo, había puesto los pies en polvorosa. Después de practicados los registros sacrílegos, que nos proporcionaron un centenar de fusiles y cerca de cinco mil cápsulas, el pueblo tomó el peculiar aspecto de una feria cubana; parecía el campo de Marte de Santiago de Cuba en la verbena de San Juan; los orientales andaban de rumba, con el haz de forraje al hombro, y perfilando el tiple. Las trovas dulces del Cauto, con toda la gama quejumbrosa de la lira bayamesa, mezclándose con los acentos de la guaracha erótica, llenaban el ambiente de pasión delirante, pero triste, porque al evocar la imagen de la mujer amada, aparecía huérfana y cautiva en la soledad del bosque, lejos del cantor que la rendía el homenaje de su corazón, tal vez la última nota que exhalarían sus labios, y por cima de aquel raro concierto flotaba la musa desgreñada de la tragedia.


   “En la jornada del día 6 se rindieron a discreción los caseríos de Vereda Nueva, Caimito, Guayabal, Punta Brava y el más importante de Hoyo Colorado sobre la carretera de Marianao. Para obtener esta serie de triunfos en un solo día, que llenaron de pavor a los integristas de la capital, creyendo que el mundo se venía abajo, fue indispensable hacer una marcha peligrosísima por las lagunas del Ariguanabo, en donde un destacamento de infantería, apostado convenientemente en los matorrales contiguos, hubiera hecho fracasar el intento de la Invasión. Afortunadamente, las divisiones de Luque, Suárez Valdés, García Navarro, Aldecoa y la de Canella, que creemos se les agregó a última hora, seguían maniobrando sobre un eje hipotético o buscaban el logaritmo potencial. El paso de la Invasión por la laguna, duró dos horas; perecieron algunas acémilas, otras la cruzaron a nado, todo el convoy se mojó, y no hubo jinete que saliera ileso del trampal. Pero la Invasión entró triunfalmente en Hoyo Colorado. El vecindario aclamó al ejército libertador y a sus invictos caudillos, a la bandera de Yara y a sus portaestandartes que, desde el remoto Oriente, la traían victoriosa hasta Marianao: ¡qué cosas más estupendas! La guarnición rindió las armas, formada en columna de honor al pie del cuartel que poco ha simbolizaba a España, y no faltaron integristas fogosos que, al despojarse de sus insignias y uniformes en las mismas puertas de la atarazana, pretendieran hacer añicos la cortina que ostentaba los colores de la nacionalidad española; se les advirtió que tanto arrebato no conducía a nada eficaz y que era más bien una pobre venganza, de la cual levantarían acta los mismos guerrilleros que lo presenciaban. Se enviaron destacamentos de caballería al Guayabal y a Punta Brava, para que ocuparan los cuarteles de dichos caseríos. Los puestos avanzados del cuartel general encendieron lumbre en las casas más próximas a Marianao, viendo los candiles del vivac español y el resplandor del alumbrado eléctrico de la capital.


   “En seis días, la Invasión había atravesado del Este a Oeste la provincia de la Habana, sin medir sus armas con ninguna de las catorce brigadas de tropa de línea que operaban en este territorio, sin incluir los veinte batallones de voluntarios que no tuvieron ocasión de lucir su proverbial marcialidad; y durante la asombrosa correría había ocupado las siguientes localidades, todas ellas con guarnición: Guara, Melena del Sur, Quivicán, Gabriel, La Salud, Güira de Melena, Alquízar, Ceiba del Agua, Vereda Nueva, Caimito, Guayabal, Punta Brava y Hoyo Colorado. Ningún himno glorioso puede interpretar este colosal triunfo: la expresión más elocuente está en los mismos actor realizados por la Invasión, que serían refutables, ya que no inverosímiles, si no tuvieran en su abono el testimonio fehaciente de los hombres que los llevaron a cabo y el de los miles de espectadores que sintieron la admiración del prodigio, o el pavor de la tragedia.


   “Por algunos hacendados y otras personas de viso, entre las cuales deben mencionarse el señor Perfecto Lacoste, rico propietario que no huía de la quema, y los periodistas señores Coronado y Varela Zequeira, director y redactor de La Discusión, respectivamente, tuvimos oportunidad de conocer el verdadero estado de los ánimos en la capital, presa de terror ante la amenaza de un asalto nocturno con todas las consecuencia de la irrupción airada y tenebrosa. Las tropas españolas que guarnecían la plaza y las diferentes columnas que operaban en el distrito, llamadas a toda prisa por el capitán general, se reconcentraban rápidamente en Jesús del Monte, Vento, Puentes Grandes, Guanabacoa, Atarés y Zanja de Dragones, ante la posibilidad, que la mayoría daba por un hecho, de que los insurrectos penetraran por cualquiera de las avenidas e hicieran saco descomunal dentro de la ciudad.”



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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