La Invasión Libertadora el 1 de Enero
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El 1º de Enero en Capricornio
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1º de Enero
Invasión Libertadora
por José Miró Argenter

• 1896 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 264-273 describe los acontecimientos del 1º de Enero de 1896 en la Historia de Cuba:


“Habana”
“Acción del Estante. -Martínez Campos desprevenido y altanero.”
“-El mensaje de Máximo Gómez. -La Acera del Louvre.”
“-El general Sanguily. -Desaliento en la Habana.”

   “La alborada la anunció la banda militar con el Himno invasor para que la tropa despertara festiva, y supiera por anticipado que la pólvora que iba a quemarse en ese día memorable, haría trepidar el suelo de la región Occidental.


   “Nuestro campamento se hallaba muy próximo al pueblo de Alacranes (entonces Alfonso XII), en donde había pernoctado una de las columnas que custodiaban la vía férrea de Unión de Reyes, punto éste de enlace de las líneas de Matanzas y Habana, y por consiguiente, base de operaciones del ejército español porque desde allí se vigilaban los límites de las dos provincias por el Sur, a la vez que importantes fincas azucareras, especialmente las Cañas y la Conchita, dos emporios de riqueza no descombrados aun por la tea niveladora. Los españoles, que oyeron perfectamente nuestra alborada musical, se dispusieron a ejecutar una de guerra antes que levantáramos el campo; puesto que al despuntar el sol se hallaban ya encima de nuestros centinelas, iniciando el debate con mucho calor. Pero no habían sorprendido el campamento, como tal vez hubieron de sospechar en los primeros instantes de aquella función parcial, porque nuestra tropa estaba sobre las armas desde muy temprano, y la vanguardia ya en camino, desfilando precisamente por las inmediaciones del poblado del Estante para ir a explorar el ramal que unía a Alacranes con uno de los ingenios mencionados. La columna española no llegó a divisar nuestra vanguardia, toda vez que no le opuso resistencia al acudir al sitio de combate, ni pudo evitar que algunos pelotones se metieran en el caserío y cargaran con todo. Parapetada detrás de una cerca, y ganando terreno hasta situarse sobre una de nuestras alas, hizo fuego de fusilería muy nutrido, y evitó que los escuadrones que lanzó el general Gómez a la carga, desconcertaran su primera maniobra; pero nuestra infantería, ocupando entonces uno de los caminos paralelos al baluarte que tenían los españoles, sostuvo con admirable tesón la polémica, dirigiendo descargas muy certeras por compañías y por secciones a la voz de mando de sus aguerridos oficiales, que supieron imprimir todo el carácter de un fuego ordenado y terrible a la línea de sus cazadores. Los hermanos Ducasse, que mandaban nuestra infantería, debieron sentirse orgullosos ante la elocuente muestra de instrucción militar que daban los soldados, firmes en su puesto, rodilla en tierra, imperturbables, y cada vez más activos en el manejo del fusil.


   “Bajo el amparo de tan sólido muro, nuestra, impedimenta pudo colocarse en lugar abrigado sin experimentar el menor quebranto, así como toda la vanguardia, en la que iba el general Maceo, desandar el trecho de camino para acudir oportunamente al campo de la acción, tomar parte en ella y decidirla con éxito evidente para nuestras armas. Flanqueando por la derecha las posiciones del enemigo, logró desconcertar su línea de fuego por este lado, y con las llamas del caserío, en donde se metieron de sopetón algunos grupos a caballo, le advirtió que podía ser atacado por las espaldas. La caballería que siguió a Gómez en la primera acometida, no permaneció quieta después de aquel intento; corrióse hacia la izquierda, para impedir que el centro de la columna se interpusiera entre nuestra vanguardia y la infantería, y con esa maniobra, prescrita por el general en jefe con cabal precisión, no sólo se frustró el conato de los españoles, sino que pudieron darse la mano las dos alas de caballería, casi en el mismo lugar donde se abrió la pelea, y hacer retroceder al enemigo. Quedaban todavía en el campo los generales Sánchez y Feria, que iban en marcha para Las Villas, pero que no tuvieron necesidad de gastar cartuchos, por cuanto la columna española no intentó ningún otro reconocimiento, ni aun después de haber tomado nuestra división el camino de la Habana.


   “Este hecho de armas lo sostuvo principalmente nuestra infantería, que con su sólida instrucción supo ofender al adversario y escudarse a su vez contra sus ataques, doble hábito que únicamente se adquiere con la observancia de la disciplina, nervio y sostén de los ejércitos. Nuestra infantería experimentó relativamente muy pocas bajas, un muerto y diez heridos, a pesar de haber sostenido casi toda la acción con notable ardimiento (1).


   “No era ya probable que tuviéramos nuevos encuentros en la provincia de Matanzas, porque nos hallábamos en los límites del territorio, y aquella columna era el destacamento más avanzado del ejército español que operaba al Sur del distrito. No preparado Martínez Campos para hacer frente a la Invasión en la provincia de la Habana; no creyendo que los jefes de los rebeldes llevaran hasta allí su arrogancia, sobre todo, después del quebranto que acababan de sufrir en Calimete, cuyas noticias llegaron muy abultadas a la capitanía general, veríase obligado a establecer una nueva base de operaciones en el territorio de la Habana, y aunque el transporte de las tropas podía efectuarse con bastante rapidez, utilizando las vías férreas del Norte y centro de la provincia que empalman en Güines, de cualquier modo nuestra columna llevaba una jornada delantera. Pronto tendremos ocasión de considerar sobre el teatro de los sucesos la nueva y gravísima falta de previsión en que incurrió Martínez Campos, siempre tan iluso, y siempre incompetente para dirigir el complicado mecanismo de una campaña seria, para la cual se necesitaba actividad, aplicación y grandes energías. Los hechos que vamos a referir en breve, demostrarán de un modo incontrastable que el fracaso del caudillo español fue el resultado lógico de la falta de dichas cualidades, de las tres, en igual modo. Y no solamente el curso de esta narración comprobará que ese príncipe de la milicia española carecía de dotes para el mando de un ejército, de actividad, de pericia y de nervio para hacerse obedecer, sino que al verse fracasado, como el mismo dijo, llevó la altanería de su carácter al extremo de acoger con desdén un mensaje del general Gómez, dando por toda respuesta que no había comprendido el texto de la carta, para que no hubiera ya términos de conciliación entre españoles y cubanos, y el pudiera desquitarse de sus desventuras con el cuadro de una guerra feroz, que habría de traer irremisiblemente el desastre del imperio colonial de España. Nos referimos a la carta que dirigió Máximo Gómez a Martínez Campos y que le fue entregada personalmente por el señor Pulido, hacendado de Vuelta Abajo; documento bastante conocido porque de él habló después Martínez Campos en las Cortes españolas y algunos periódicos lo insertaron, aunque no con cabal exactitud, esto es, tal como lo escribió el general Gómez, motivo por el cual creemos de oportunidad transcribirlo al pie de la letra:


   “Al general Arsenio Martínez Campos.


   “Ingenio San Antonio, Enero de 1896.


   “¿Por qué esta gran guerra nueva? Porque la ha provocado una dolorosa ingratitud vieja. Por una injusticia indiscutible.


   “Con esta consideración real e histórica, nos encontramos muchos hombres y grandes intereses, unos enfrente de otros.


   “La Isla de Cuba está perdida para España, como nación nueva y dominada. Cuba quiere erguirse como todas las demás de América; pero no creo que estará perdida para España, que es la que debe conceder y adquirir desde luego el noble y delicado derecho a su gratitud eterna.


   “No más sangre, General; no más tea! España es y será siempre la responsable de tantos desastres.


   “Puede hacer usted, hacer mucho en favor de ambos pueblos, porque es el único (que yo entiendo) que comprende la situación insostenible para Vd., tan honrado como patriota (no hablo del valor); y por lo tanto, de lo inútil que son sus esfuerzos y sacrificios combatiendo a las huestes libertadoras, resueltas a no cejar un punto hasta realizar sus propósitos.


   “Es un tiempo precioso de salvarse España en América, si piensa y concede; de lo contrario, fuego y sangre es lo que nos manda el decoro y el honor, y eso haremos.


   “El estilo, aunque rudo, pero sincero, del soldado, es el que deben cuadrar al soldado, del cual se suscribe atento servidor,


   “Máximo Gómez.


   “Tal decía la carta que Martínez Campos acogió con olímpico desdén, dándole una respuesta ambigua que no recibió oportunamente el general Gómez.


   “El día primero de Enero acampaba nuestra hueste en las cercanías de Nueva Paz (territorio de la Habana). Bajo auspicios bien risueños alboreaba el año 1896 (¡su final sería triste y de eterna memoria para Cuba!).


   “Como en las grandes poblaciones es siempre más fácil concertar una conspiración, por mucha que sea la vigilancia de la policía, el comité revolucionario que funcionaba en la Isla desde que se iniciaron los trabajos separatistas, en la época de Martí, pudo allegar recursos de guerra y establecer ramificaciones por toda la región occidental, en atención a que la juventud habanera abrazó con fervor la causa de la independencia y puso al servicio de la junta todas sus energías y entusiasmos. Los jóvenes más elegantes e ilustrados, los que más brillaban por su linaje y posición social, conspiraban abiertamente en los sitios públicos y dondequiera que se reunían: en las salas de armas, en los casinos, en el claustro universitario, en las academias y en los salones aristocráticos. Casi todos ellos, junto al florete de la esgrima, tenían el machete de cruz y el relámpago de catorce tiros; al lado del smokin o del frac pulquérrimo, la tosca indumentaria del mambí. El entusiasmo era inmenso.


   “La Acera del Louvre era un hervidero a la salida de los teatros: allí se comentaban con gran calor los sucesos de actualidad; se cotizaban, por decirlo así, como los valores públicos en el bolsín, las últimas noticias del interior y del exterior, siempre favorables a la opinión de aquella juventud alegre, ansiosa de correr al campo de batalla. Cualquier comisionado de provincias que pasaba a la capital a cambiar impresiones con el comité director, era objeto de una investigación minuciosa por parte de los concurrentes a la Acera y se le colmaba de atenciones al conocerse la misión que le había traído a la ciudad. Sonaban a veces bofetadas y se concertaban duelos a muerte, motivados generalmente por cualquier frase epigramática, vertida en público por los voceros del partido español (que los había también bravos y espadachines), pero que nunca dejaron sin escarmiento los gallardos jóvenes de la Acera, que habían convertido el elegante pasadizo en otro cuarto de banderas, donde se guarda, incólume, el honor de las armas. El sport, entonces muy en boga, la equitación, el gimnasio y la esgrima, era el aprendizaje para los hábitos más rudos de la profesión militar. Como es consiguiente, la histórica Acera llegó a transformarse en un sitio peligroso para los españoles netos, y más aun para los cubanos que se honraban con el dicterio de austriacantes, objeto de mayor encono. La policía estaba muy alerta, no para impedir los lances personales que allí surgían por cualquier quid pro quo, sino para tomar nota del motivo de la riña y de la filiación de los provocadores. En los últimos meses de 1894, cuando se conspiraba abiertamente, la Acera del Louvre era el verdadero foco de la fermentación separatista: se respiraba allí una atmósfera caldeada por el fuego de las pasiones políticas; los concurrentes ostentaban el aire del conjurado que, en espera de la consigna, revela en sus movimientos y en sus palabras la agitación interior y el deseo vehemente de apresurar la hora.


   “El general Julio Sanguily, jefe designado para el pronunciamiento de la Habana, podía arrastrar a los exaltados patriotas y dar con ellos un atrevido golpe de mano en la misma población. Presentándose en la Acera, en actitud marcial, todos los conspiradores se hubieran marchado en pos de él, a la manera que un regimiento seducido por la presencia del caudillo, se lanza a la calle para proclamar un nuevo orden de cosas. Sanguily gozaba de grandes prestigios en la Habana: era una bandera.


   “La prisión de este revolucionario el mismo día 24 de Febrero, fecha marcada por la junta para el alzamiento general, fue la ola fría que apagó el entusiasmo de los más fogosos, tanto más cuanto que coincidió con la detención de Aguirre, lugarteniente de dicho caudillo, y con el fracaso de Ibarra, en donde hubo de acogerse a indulto, para no perecer asesinado, el hombre que dirigía la conspiración en toda la Isla: Juan Gualberto Gómez. De ello supo aprovecharse el gobernante español, proclamando la ley de orden público y adoptando otras medidas de rigor. El golpe dado por el general Calleja no podía ser más certero: los jefes militares de la sublevación eran, en la Habana, Sanguily y Aguirre; encarcelados ambos, y con ellos, poco después, el delegado de Martí (Juan Gualberto Gómez), contra quien se extremaron a una conservadores y autonomistas, no hemos de culpar sino a la falta de experiencia de los conjurados que no se hubiesen lanzado al campo sin dilación en los momentos oportunos. Ello no resultaría ahora si estuviéramos en vísperas de otro pronunciamiento; cualquier subalterno, al faltar el jefe principal, tomaría el mando de la gente comprometida y la haría marchar con la prontitud de una tropa acostumbrada a todos los azares de la guerra. Al verse aislados los conspiradores, sin el capitán que debía conducirlos al terreno de la acción, ignorando los más de ellos los resortes ocultos de la labor revolucionaria, y desde luego las muchas ramificaciones que tenía en Occidente, se encontraron poco menos que sorprendidos por la mano de la desgracia; y bajo la terrible sospecha de que las autoridades españolas conocían toda la maquinación, sólo pensaron en ponerse a salvo de las pesquisas de la policía, que, como es consiguiente, desplegó todo el severo aparato que era de rigor en aquellas circunstancias. Vieron en aquel inopinado suceso un infortunio de carácter irremediable, no lo que era en realidad, uno de tantos accidentes frecuentísimos en las sublevaciones populares. Bajo la sombría desesperación que suelen ocasionar esos percances en los hombres no habituados a la lucha, algunos aceptaron la capitulación que les fue ofrecida por las autoridades españolas, como único recurso de salvar la existencia de asechanzas inevitables; otros, tomaron pasaporte para el extranjero con el deliberado propósito de volver a Cuba en la primera expedición que allí se organizara, y los demás permanecieron ocultos en espera de oportunidad propicia que les permitiera dar solemne testimonio de su fidelidad a la causa de la Revolución. Todos acudieron al campo del honor y de la lucha sangrienta, en donde emularon con los más valerosos soldados y escribieron páginas inmortales de constancia y heroísmo. Aquellos jóvenes que más brillaban en la sociedad habanera, los veremos, en el curso de esta verídica narración, trepar casi descalzos por las agrias cuestas del Pinar, con el fusil al hombro y el macuto vacío de provisiones; de soldados de Maceo. Los veremos en el teatro de Oriente combatiendo al lado de Calixto García, de Rabí y de Menocal; en Las Villas con José Miguel Gómez, en Matanzas con Lacret, en Camagüey con Lope Recio, en la Habana con Aguirre; en todas partes con tesón y heroísmo insuperables. ¡Así sucumbieron, diseminados por todo el país!; éste en el camino de Bayamo, aquél en la calzada de Paso Real; ese en el Rubí, esotro en la Ciénaga; algunos en la ribera del Cauto, otros en las vertientes de Bahía Honda. No hay revelación más explícita que la de la muerte.


   “Por virtud de la medida dictada contra el general Sanguily, y que este caudillo no pudo evitar poniéndose a salvo, puesto que se habían tomado desde el día antes todas las precauciones del caso para que no se evadiera de la capital, el pronunciamiento de la Habana fracasó el 24 de Febrero, y por consecuencia de ello se propagó la ola del pesimismo a las regiones más occidentales de la Isla, en las que existían focos de conspiración con elementos bastantes para encender la discordia de la guerra y mantenerla con vigor. La provincia de Pinar del Río debía secundar el movimiento insurreccional, de igual suerte que el distrito de Matanzas. La revolución hubiera tomado sin duda gran incremento desde los primeros días con el concurso de las comarcas occidentales, porque extendida por todo el país la hostilidad contra el gobierno español y hallándose éste muy desprevenido en aquella fecha, no hubiera atinado dónde acudir primero a sofocar la rebelión, y no siéndole posible efectuarlo con éxito en las distintas regiones sublevadas, ocioso es indicar el auge y consistencia material que hubieran adquirido las armas insurgentes antes de que llegaran los refuerzos de la metrópoli. La historia tiene, pues, que consignar la falta de previsión en que incurrió el comité central revolucionario esperando la hora crítica para que salieran los jefes del movimiento, si es que se advertían señales de alarma en las esferas oficiales (que en ese caso la anticipación jamás producirá el funesto resultado que irrogan las dilaciones, o la espera puntual de la hora determinada); pero la historia, siendo justa y sincera, tampoco ha de hacer responsable de la dilación al general Sanguily, porque ni él podía ya, evitar el día 23 de Febrero que fuese reducido a prisión, ni como caudillo militar del pronunciamiento debía salir solo antes de la hora marcada por la junta, si con él no se salvaban los hombres más comprometidos. Entonces, la maledicencia se hubiera cebado en su reputación de otro modo distinto del que lo hizo, mancomunada con la calumnia, por haber soportado valerosamente la adversidad implacable. Los poderosos enemigos que tenia este bizarro militar no habían de dar tregua a las armas de la difamación en ninguno de los dos casos, ni cabía esperar de la índole humana, siempre propensa a creer lo más inverosímil si redunda en daño del prójimo, que dejara de abandonar el campo de la maledicencia con algún pensamiento ruin o pecaminoso; aun cuando el ilustre reo lo fuese también de muerte. El general Sanguily vivió, pues, desolado en estrecha prisión durante largos meses, que a él debieron parecerle siglos, y no pagó con la vida su firme adhesión a la causa de Cuba, por su condición de súbdito americano; de lo contrario, hubiera caído como tantos otros, dentro de los fosos de los Laureles, arcabuceado por los siniestros ejecutores de Wéyler. Condenado a cadena perpetua por el delito de rebelión, en el proceso que se le instruyó aparece probado que el día 22 de Febrero recibió la visita de Antonio López Coloma, el cual pasó a la Habana a recibir órdenes e instrucciones de Sanguily para el levantamiento del día 24; que preso López Coloma por fuerzas del ejército español, ya levantado en armas, se le encontró una carta de Sanguily al doctor Betancourt (el hoy general de este nombre), en la que le decía que se apresurase a conseguirle los 2,500 pesos ofrecidos, porque se hallaba en una situación muy precaria, al extremo de que tenia empeñados el revólver y el machete: resultó probado que Sanguily era uno de los principales promovedores del alzamiento y que como jefe militar otorgaba nombramientos de oficiales; que fue reducido a prisión en las primeras horas de la mañana del día 24, fecha señalada para el levantamiento, esmerándose, por lo tanto, en determinar la responsabilidad del procesado a fin de que no escapara a la pena inmediata a la de muerte, ya que ésta no pudieron aplicársela por la condición de su ciudadanía, y después en la época de Wéyler, por la vigilancia que ejerció el Cónsul general de los Estados Unidos para evitar un nuevo asesinato.


   “Con las medidas de precaución que adoptó la autoridad militar para impedir cualquier otro conato separatista, el desaliento se extendió por las dos regiones occidentales con la rapidez que se propagan las cosas tristes, y aunque algunos hombres animosos trataron de levantar la bandera de la insurrección, saliendo al campo a reclutar parciales, no hallaron eco en el país: los más de ellos, al volver de su excursión desventurada, obtuvieron domicilio provisional en las fortalezas del Morro y más tarde en los presidios de Africa, con el carácter de perpetúo, no faltando alguno que pagara con la vida su temerario arrojo. Otras circunstancias contribuyeron a agravar el abatimiento en la opinión separatista, y fue la más principal, la notoria complicidad de la junta autonomista con los gobernantes españoles, a quienes ilustró con sus consejos. Durante algún tiempo el espíritu público de estas regiones aparece supeditado a la nociva influencia del directorio autonomista, que puso en juego todas las malas artes de su ingenio para matar la rebelión y ganarse de esa manera el valimiento oficial. Los hombres puros que aun quedan en el país, se ven obligados a renunciar a sus propósitos de sublevación en el territorio de Occidente, mientras dominen en las esferas oficiales los personajes funestos que tienen en sus manos la libertad y la vida de los conspiradores; dirigen sus miradas hacia Oriente, para que de allí venga, la irrupción apetecida, el núcleo fuerte, el socorro eficaz y el castigo de los traidores.


   “Pero alborea el año 1896, y la Habana despierta con las bélicas notas del himno invasor; ya Maceo galopa por las riberas del Almendares.


   “(1) No tuvimos ocasión de leer el parte de los españoles; pero las Crónicas de la guerra que publicó El Fígaro, de la Habana, al citar el combate del Estante, dicen que la columna tuvo dos oficiales y cuatro soldados muertos y un oficial y 18 soldados heridos.

   “La Columna española iba al mando del coronel Galbis.”



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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