La Invasión Libertadora en Crimea el 24 de diciembre
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24 de diciembre
Invasión Libertadora
de José Miró Argenter

• 1895 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 229-234 describe los acontecimientos del 24 de diciembre de 1895 en la Historia de Cuba:


“Crimea”
“El ejército invasor se dirige al sur de la provincia.”
“-Devastación del territorio. -La ola de fuego.”
“-El enemigo se desconcierta.”

   “Realizada la atrevida incursión por el Norte de Matanzas con el asombroso éxito que hemos visto en la crónica precedente, no era ya temerario propósito arrostrar los obstáculos de otra incursión análoga por el centro de la provincia, como complemento de nuestra marcha triunfal por un territorio militarmente ocupado por las fuerzas españolas, con lo cual no sólo se acreditaría una vez más el empuje de nuestras armas, sino que, de llevarse a cima la nueva excursión con la brillante fortuna que las anteriores, se traería a remolque el ejército de Martínez Campos, aun cuando utilizara los medios de transportes más rápidos para tratar de ganarnos la delantera, porque la práctica iba enseñando que no era la velocidad del ferrocarril lo que apresuraba las marchas, sino el valor que al tiempo sabían darle nuestros caudillos para quienes el descanso era el pretexto que alegaban los perezosos.


   “Habiendo pernoctado en Coliseo la división que dirigía personalmente el general Martínez Campos, era lógico presumir que tomara el camino de Sumidero para indagar con toda exactitud nuestro rumbo, siempre bajo la suposición de que pudiéramos aproximarnos a la capital de la provincia e intentar allí un golpe de mano. La ciudad de Matanzas no contaba con medios bastantes de defensa para librarse de una acometida, y eso aparte, el recelo de los españoles que abultaba extraordinariamente el valor real de los sucesos en la gran ansiedad de aquellos días, les hacía ver en todas partes la mano del laborantismo distribuyendo proclamas incendiarias y cartuchos de dinamita, y como es consiguiente, a la población amenazada de una catástrofe, si los insurrectos se corrían por los alrededores. Pero sobre ninguna de esas eventualidades debía basarse una operación ofensiva del ejército invasor; eran sólo datos o antecedentes para encaminar el adversario a su objetivo determinando, así como tampoco podía darse asentimiento al rumor de que el general en jefe del ejército español se dirigía a la ciudad a raíz de la acción de Coliseo, temeroso de que los partidos políticos lo sometieran a un consejo de guerra.


   “Al partir de Sumidero, nuestra columna se dirigió en línea recta hacia el Sur, cruzando por las lomas del Hatillo, raros promontorios en aquellas planicies cubiertas totalmente de caña, desde las cuales pudimos explorar la línea férrea de Sabanilla por donde marchaban pausadamente cinco trenes con rumbo al lugar designado por el jefe del ejercito español para la combinación del día anterior, y que tal vez sería la Guanábana, por ser estación de empalme de dos vías, la de Matanzas a Jovellanos y la de Matanzas a Unión de Reyes, cubiertas literalmente de soldados de las divisiones de Suárez Valdés, Aldecoa, Prats y Luque, que eran sin duda las destinadas a cerrarnos el paso por el Norte de la provincia si se hubieran dado más prisa en concurrir al sitio de la operación (1). Ya no era de esperar una jornada sangrienta; aunque nos hallábamos cerca del enemigo, pronto íbamos a dejarlo a retaguardia y con pocos deseos de seguirnos por la huella. Generales tan cachazudos como Suárez Valdés y Luque, que ni con el auxilio de la locomotora llegaban a tiempo, no era fácil que a la peonza se encontraran cara a cara con la invasión.


   “Pero si la jornada no fue belicosa, en cambio fue terrible para las fincas azucareras del centro de Matanzas, que confiando en la actividad de las columnas españolas y en las ofertas del general Martínez Campos, habían renovado las faenas de la molienda. Todos los ingenios situados dentro del perímetro que forman las líneas de Matanzas, Sabanilla, Bolondrón, Corralfalso y Jovellanos, fueron destruidos, salvándose únicamente las fábricas y los aparatos. El central Diana fue sorprendido en las tareas de la zafra y capturado el destacamento que lo defendía, en número de 18 soldados y un oficial: se les puso en libertad porque no hicieron resistencia. Igual operación se realizó en el ingenio Socorro, cuya guarnición, casi en su totalidad, ingresó voluntariamente en nuestras filas. En todas las fincas se recogieron armas y pertrechos. Para que la correría surtiera mayor efecto, se destacaron guerrillas en todas direcciones que llevaban la alarma a los pueblos comarcanos y extendían a la vez el incendio por la feraz campiña. Imponiendo a sus moradores el tributo de guerra -el caballo y el fusil- les obligaban a reconocer la autoridad de la invasión.


   “Se cruzó la línea férrea de Sabanilla, y a nuestro paso por la estación de la Isabel se destruyó el edificio, un tramo además de la vía y el material rodante con su locomotora; despedido a todo vapor, envuelto en llamas, parecía un tren de artillería vomitando fuego a derecha e izquierda. Las tropas españolas se habían encaminado hacia el Norte, pues encontramos la línea despejada y aquel tren estaba vacío.


   “La candela fue aún más tremenda que en la jornada de Coliseo; ardieron mayor número de cañaverales y se propagó con mayor intensidad el siniestro al soplo de un viento propicio, que no dejó de reinar en todo el día. Los colchones de paja, formados por la hoja de la caña en sazón, prendían como regueros de pólvora. La tala devoradora había dado comienzo a las nueve de la mañana, cuando el sol empezó a calentar la tierra, y únicamente finalizó porque el frío de la noche puso húmeda la yesca. Es incalculable el capital que desapareció en pocas horas.


   “En medio de aquella baraúnda de localidades extrañas, de ingenios destruidos, de líneas férreas atestadas de material rodante, de gente dominada por el terror, o por sentimientos hostiles, sin que el telégrafo funcionara porque habían volado los aparatos junto con las estaciones, era muy aventurado resolver un problema militar con sólo los antecedentes que noticiara la voz pública, o guiándose por el plano topográfico de la región, que, sobre el papel señalaba un barrio rural, y había desaparecido totalmente, o indicaba una línea ferroviaria, y las humaredas de la horrible combustión echaban su negrura sobre el terraplén de la vía en un trayecto de dos y tres leguas, de muchas más, puesto que el horno colosal brotaba de la misma tierra henchida de colchones de paja, y no daba lugar al esparcimiento del nublado por falta de combustible. Cuando no ardía el maderaje de los puentes, las fogatas en procesión de las cercas contiguas, arrojaban tizones y materias peligrosas al centro de la línea industrial, haciendo crujir los atravesaños de júcaros bajo el estrago de la candela, con la amenaza de prender en los mismos vagones del convoy; allí detenido por la lava. El sol guía de ejércitos que no saben marchar por las tinieblas, estaba como eclipsado. No había perspectivas, dominio visual, colores risueños, ni firmamento: los horizontes parecían tocarse con las manos. Lo que tenía aspecto de muralla fornida, lo derribaba el pecho del caballo. Nuestros bridones, ligeros como las llamas que prendían a su paso, olían a fuego, a epidermis quemada, y pudiera decirse que se alimentaban de humo. El semblante de nuestros soldados era una máscara siniestra, y todo el vestuario de la tropa despedía el vaho peculiar del tizón del bosque, que aun apagado y consumido, impregna las ropas del leñador. ¿Qué podía hacer el aturdido general Martínez Campos en medio de aquel mar de llamas? ¡Si allí, las combinaciones estratégicas y los cálculos más felices se convertían en pavesas ante la magnitud de la conflagración! ¡si no había un palmo de tierra donde poder maniobrar en orden de batalla! ¡si el estruendo de los cañaverales apagaba los estampidos de la artillería; si todo era casual y todo raro, menos la fe y el fuego purificador!


   “Acampamos en una finca llamada Crimea, casi en los lindes de Jagüey Grande, al Sur de la provincia. Catorce horas continuas de marcha, bajo el calor terrible de los cañaverales en combustión, medio asfixiados por las humaredas, y por toda ración el zumo de la planta tropical, en verdad que aquellas tropas que iban en ferrocarril y no llegaban a tiempo, y aquellos generales que a los tres días de campaña necesitaban restaurar las pérdidas de la economía, no tenían porqué envidiar el patriotismo, la abnegación y la sobriedad de nuestros soldados, ni mucho menos su mísero aguinaldo de Noche Buena, puesto que acampaban a la intemperie y sin vituallas.


   “Al apuntar el alba ya estaban otra vez en camino nuestras incansables tropas, cual si la correría del día anterior hubiese sido ligera diversión. El coronel Zayas, encargado del flanqueo de vanguardia, se apoderó del caserío de Carvallo haciendo rendir el destacamento de tropa que lo guarnecía, el cual abrazó la bandera de la república cubana al ofrecerle el bizarro coronel un puesto honroso en las filas del ejército libertador. Pasamos por las inmediaciones de Jagüey Grande, población situada al Sudeste de la provincia, dos escuadrones al mando del coronel Pérez, anduvieron a tiros con la tropa de la guarnición, no sin penetrar en los arrabales del pueblo. Durante el trayecto se hizo abundante requisa de caballos y los soldados se proveyeron de vestuario y municiones de boca en algunos establecimientos de comercio, que fueron saqueados por pertenecer a individuos de reconocida hostilidad a nuestra bandera. En previsión de que la jefatura del ejército español, una vez indagado nuestro rumbo, pudiera acumular elementos sobre las márgenes del Hanábana, se dispuso que el coronel Pérez se situara por Amarillas y destruyera la vía férrea que penetra por allí en la comarca de Cienfuegos. Ese día (25 de Diciembre), acampamos en las colonias de Galdós, término de Jagüey Grande.


   “Las diferentes columnas que operaban en combinación desde nuestra entrada en la provincia de Matanzas, con las marchas estratégicas del 24 y 25, quedaban burladas, o poco menos, y acaso detenidas en la zona de Cárdenas por no saber con certeza el itinerario de la hueste invasora; ni las humaredas que se levantaban a nuestro paso podían ya servirles de indicio, porque el siniestro abrazaba muchas leguas de extensión, y aun cabe decir que Matanzas desaparecía bajo un cielo tenebroso.


   “Mientras el núcleo del ejército invasor arrasaba el territorio por el centro y por el Sur, el brigadier Lacret, con buen número de fuerzas, lo efectuaba por el Norte de la región y ardían los campos del valle de Guamacaro, al propio tiempo que era amenazada la población de Cárdenas.


   “El jefe del ejército debió, pues, encontrarse perplejo, sin saber a donde encaminar sus huestes, desconcertado en sus planes ignorando por completo los del enemigo que, diariamente, ofrecían nuevas sorpresas.


   “(1) El general Martínez Campos queriendo disculpar a sus subalternos o tal vez engañado por éstos -porque todo es posible cuando reina el desorden en las altas esferas oficiales,- envió al Ministro de la Guerra el siguiente telegrama:


   “"Habiendo dicho prensa que generales Valdés, Luque y Aldecoa no habían asistido a la acción de Coliseo, debo manifestar que la interrupción de las vías férreas hizo quedaran retrasados generales, y por eso me adelanté sobre el enemigo.


   “Generales, con gran trabajo, se pusieron al día siguiente a mi altura".”



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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