La Invasión Libertadora, Batalla de Coliseo, el 23 de diciembre
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23 de diciembre
Invasión Libertadora
de José Miró Argenter

• 1895 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 216-228 describe los acontecimientos del 23 de diciembre de 1895 en la Historia de Cuba:


“Coliseo”
“Preliminares de la acción. -El campo de Coliseo.”
“-Escasa importancia del combate. -Martínez Campos se considera derrotado.”
“-Diferentes testimonios que lo corroboran.”

   “Era indudable que Martínez Campos al decidirse a operar personalmente contra el grueso de la insurrección, lo hiciera con el mayor número posible de elementos tácticos, no sólo para darle solidez al cuerpo de ejército que bajo su mando personal iba a tomar la ofensiva, sino para consolidar la victoria con la persecución de las pequeñas fracciones que quedaran diseminadas por el territorio, después del quebranto que sufriera el núcleo invasor. Ignorando el día 23 lo ocurrido en el pueblo del Roque y fijándose únicamente en el rumbo que podía llevar la invasión en la tarde del día anterior, es de suponerse que dictara las órdenes necesarias para que concurrieran a la operación las columnas de Prats, García Navarro, Aldecoa, Luque y Suárez Valdés, señalándoles como punto de reunión el mismo Cuartel General de Jovellanos. La jornada no era ruda ni mucho menos, puesto que las distancias en aquella zona son relativamente cortas, podían además minorarse con los ferrocarriles, y el tiempo era inmejorable: los caminos estaban en polvo. Dichas columnas moviéndose con actividad en la mañana del 23, podían muy bien al mediodía hallarse en Jovellanos, o en Coliseo a las cuatro de la tarde, y es seguro que alguna de ellas se hubiera encontrado con Gómez al dirigirse éste hacia el Norte de la provincia en busca de Maceo. Hasta el 24 no concurrieron al campo de la acción, ya ventilada, para practicar entonces inútiles pesquisas.


   “No conociendo Maceo la situación de Gómez, y algo inquieto por la carencia de noticias oficiales, pues si algunas circulaban eran de origen sospechoso, montó a caballo desde muy temprano para indagar con exactitud el rumbo del general en jefe y ver la manera de unirse a él en todo el día. Para ello se dirigió sobre la línea de Jovellanos a Matanzas, resuelto a cruzarla, y a contramarchar después por el Sur de esa línea, si antes no adquiría informes fidedignos del general Gómez; pero coligiendo que éste iría remontándose hacia la jurisdicción de Cárdenas, a menos que obstáculos insuperables no se lo impidieran de momento; esos obstáculos no habrían de ser otros que un choque con alguna de las divisiones de Martínez Campos, y en ese caso los truenos avisarían la dirección de nuestra caudillo. Soplaba el viento de la fortuna de un modo muy pronunciado para nuestras armas, y él despejaría en breve el mal cariz de los acontecimientos, a la manera que se dispersan las brumas de la mañana cuando el sol las bate en firme.


   “Con efecto, poco antes del mediodía, los dos campeones hallábanse ya reunidos en los umbrales de Coliseo, como si el punto de cita y la hora hubiesen sido objeto de previa determinación entre dos hombres acostumbrados a la puntualidad militar. Madrugando Maceo, para dar cima a su intento de unirse a Gómez, había atravesado la línea férrea de Jovellanos a Cárdenas, dejando huellas inequívocas de su paso y dirigiéndose después sobre la línea de Matanzas la cruzó sin hostilidad, en el trayecto comprendido entre las estaciones de Tosca y Madan, en los momentos en que Martínez Campos salía de Jovellanos. Gómez, por su parte, emprendiendo una marcha forzada hacia el Norte, encontró las huellas de placeo y acortó entonces la distancia por el camino más recto, aunque no el menos peligroso, puesto que durante su travesía, cubriendo uno de los flancos de la división de Maceo sin que éste lo supiera, podía ser flanqueado a su vez por las vanguardias de Martínez Campos que se hallaban sobre la línea de Jovellanos, arreglando la vía ferroviaria. Tal vez de ese auxilio material, que trató de utilizar el jefe del ejército español para marchar más de prisa, dependió el éxito de la acción de Coliseo, porque de no haberse detenido allí el general Martínez Campos hubiera emprendido la jornada en regla, esto es, con los batallones en columna cerrada, precedidos por la descubierta de caballería, y es indudable que choca entonces con la división de Gómez, al cortar éste perpendicularmente el camino para unirse a Maceo.


   “Pero de la operación que iba a emprender Martínez Campos no teníamos más que rumores confusos y contradictorios; ninguna noticia concreta. En aquella baraúnda de localidades extrañas, de ingenios destruidos, de gentes dominadas por el pánico o por sentimientos hostiles, era muy aventurado resolver un problema militar con solo los datos que suministrara la voz pública, era mucho más cuerdo basarse en las propias conjeturas y afrontar los lances a medida que surgieran sobre el terreno. Únicamente supimos, ya en marcha para Coliseo, que Martínez Campos se disponía a salir de Jovellanos con rumbo a Limonar, para situarse a nuestra vanguardia. Cuando se nos comunicaba esa noticia, Martínez Campos seguía por el rastro de la caña quemada, porque supo que el maderaje de algunas alcantarillas estaba ardiendo, y por lo tanto, interrumpida la vía. El telégrafo tampoco funcionaba: sus aparatos habían volado, junto con las estaciones del ferrocarril. La candela seguía brava e imponente.


   “Nuestra vanguardia dio vista, a eso de las tres de la tarde, al pueblo de Coliseo, y al avanzar sobre el caserío para intimidar la rendición, sonaron algunos tiros disparados por el destacamento que lo guarnecía, por lo que Maceo dispuso el ataque incontinenti, operación que realizo la caballería oriental con suma rapidez, incendiando una gran parte del pueblo y la estación del ferrocarril. Los defensores hicieron débil resistencia.


   “Mientras la caballería oriental se apoderaba de Coliseo, asomaron grupos enemigos por nuestra retaguardia, los cuales se extendieron rápidamente por una sabana contigua a los cañaverales del ingenio Audaz, todavía intactos. El general Maceo se encontraba en las inmediaciones del caserío, atareado en hacer salir la gente, afanosa de botín, y el general en jefe en el centro de la columna, pero con escasa tropa, por haber reforzado las líneas de vanguardia en previsión de que el ataque fuese más costoso. Al mismo tiempo, un campesino participaba a Gómez que numerosas fuerzas españolas se dirigían a Coliseo, siguiendo nuestra huella, y a esa noticia, corroborada por los grupos de soldados que tornaban posición enfrente de nuestra retaguardia despachó Gómez un ayudante para decirle a Maceo que era conveniente retroceder con todas las fuerzas disponibles; y entretanto ordenó a la retaguardia que ocupara los muros del ingenio Audaz mientras el marchaba de flanco sobre el enemigo, que empezaba a desplegarse.


   “Al acudir Maceo con sólo algunos jinetes y parte de su escolta al sitio donde se hallaba Gómez, para manifestarle que no era posible trabar combate serio a causa de la confusión que reinaba dentro del poblado, los españoles, con tiempo de sobra para adoptar el orden de batalla que mejor les conviniese, rompieron el fuego contra la caballería que iba a ocupar el baluarte del Audaz y sobre los grupos que se destacaban por el frente de la sabana, entre los cuales se encontraban Gómez y Maceo, e hicieron apresurar el paso a la impedimenta, que ofrecía blanco seguro a los fusiles de los españoles. La primera descarga fue estrepitosa, formidable: retembló el campo de Coliseo. Dos batallones, por lo menos, abiertos en forma de escuadra habían disparado de un golpe, sin discrepar en un segundo, y no se hizo esperar la repetición ni el copioso aguacero de proyectiles. Era aviso elocuente de que íbamos a sostener encarnizada lucha, si no en aquel lugar, ya dominado por el enemigo, en otro campo inmediato que ofreciera oportunidad de aceptar la pelea en mejores condiciones. Para el efecto se enviaron órdenes terminantes al brigadier Tamayo, al coronel Zayas y otros oficiales que se hallaban aun dentro del caserío, para que ocuparan con la caballería la posición más adecuada a la izquierda de Coliseo, y que la infantería se apostara en las aceras contiguas; pero llevados nuestros caudillos de su natural arrojo, al mismo tiempo que daban esas órdenes, se lanzaban por el frente del enemigo con un centenar de jinetes, viéndose obligados a ponerse en cobro, no sin sufrir el quebranto consiguiente al querer romper una de las líneas más sólidas de la infantería española. Rodó el caballo que montaba Maceo, muerto a balazos; fueron heridos algunos oficiales al pie del general, entre ellos, el auditor de guerra Francisco Frexes, y la rociada de plomo alcanzó también a los escuadrones de retaguardia que se apoderaban en aquellos momentos de los muros del Audaz. Esta fase de la acción, la única violenta, sólo duró diez minutos.


   “Corriéndose Gómez por la izquierda, mientras Maceo cambiaba de caballo, logró empujar la impedimenta hacia adelante y ponerla a resguardo de los proyectiles, por el camino real de Coliseo que cruza por el pie de unas lomas agrias, pero pintorescas en su conjunto. Esa evolución, ejecutada admirablemente por los acemileros y reclutas, debió causar efecto espasmódico en el ánimo de Martínez Campos, toda vez que replegó una de sus líneas de tiradores e hizo sonar el cañón para defenderse de aquella balumba que desfilaba por uno de los flancos, alejándose de la borrasca, pero que por los accidentes naturales del terreno, el camino sinuoso de Coliseo, y otras razones de orden moral -que no son de este lugar- tomó a los ojos de Martínez Campos el aspecto formidable de la caballería que le buscaba el blanco en las sabanas de Peralejo.


   “Quedaba únicamente nuestra retaguardia, sosteniéndose con vigor en el ingenio Audaz. No había oído el toque de retirada y continuaba firme en su puesto. Viendo el general Maceo comprometida la situación de aquellos escuadrones, sobre quienes toda la columna española iba a dirigir sus ataques, mandó a escape cuatro oficiales, uno tras otro, para que alguno llegara vivo y pudiera trasmitir la orden de retirada. Llegaron ilesos a prodigio.


   “Eran las cuatro de la tarde.


   “Un grupo de los nuestros contuvo el avance que iniciaban los españoles sobre nuestra retaguardia, al dejar estos los muros del Audaz. No hubo más tiros.


   “A corta distancia de Coliseo esperamos a los españoles hasta que vino el crepúsculo de la noche, en que emprendimos la marcha para Sumidero, lugar inmediato a Coliseo, y que también sufrió los estragos del combustible. El incendio lo vería admirablemente Martínez Campos desde su vivac.


   “Tal fue Coliseo.


   “Para nosotros una escaramuza, algo empeñada en los primeros momentos, pero que bajo ningún concepto merece el nombre de acción formal: para Martínez Campos fue una derrota completa, decisiva, irreparable, porque no halló modo de ir al desquite, aun cuando haya declarado, y con mucha verdad, que el quedó dueño del campo.


   “¡Pero de que campo!... De un montón de ruinas humeantes, que le muestran al vencedor de una manera elocuentísima la esterilidad de sus esfuerzos y lo infecundo de su victoria. Hay más: le detienen el paso, lo sujetan durante la noche, para hacerle tomar una resolución al rayar el nuevo día que sólo comprueba el abatimiento de su ánimo. Abandona el ejército sin saberse por qué causa, y cuando el adversario se dispone para el desquite, le sorprende la inaudita novedad de que el vencedor de Coliseo ha ido a la capital por la vía más rápida en solicitud de laureles políticos como si se tratara de debates parlamentarios. En vez de continuar al frente del ejército para conducirlo nuevamente a la victoria, único modo de que se conserven lozanos los laureles adquiridos, se embarca precipitadamente teniendo el contrincante a tiro de fusil, y ofrece al país, que lo contempla atónito, el espectáculo risible de una mojiganga nacional en la que figuran los tres partidos legales.


   “En presencia de tan rara conducta, los hombres serios del partido español pudieron ya prever el triste resultado de la campaña de Cuba y formar exacto juicio sobre las virtudes militares de un general en jefe que dejaba la vida ruda del soldado por la frívola y bullanguera del histrión político. El hecho se repetía con demasiada frecuencia para que dejara de ser un achaque en el caudillo español. Por el pronto le faltaba a Martínez Campos una de las dotes esenciales que constituyen el carácter militar: la perseverancia, sin la cual, la competencia y el valor no obtendrán jamás el brillo que pueden alcanzar asociados con aquella virtud; y con respecto a su capacidad estratégica, el fallo de la crítica imparcial, reuniendo todos los antecedentes históricos más favorables, sólo le concede el concepto de mediocre. Su última salida, sobre todo, no tenía otro aspecto que el de una evasión enfrente del adversario. Casi simultáneamente con sólo veinte y cuatro horas de diferencia, había expedido al gobierno de Madrid dos notas telegráficas que daban la clave de su anómala conducta, y eran a la vez confesión paladina de su fracaso en la campaña y de su derrota en los campos de Coliseo. Decía el primero: "Considerándolo conveniente para dirigir por ahora las operaciones, acabo de llegar a la Habana;" y al dar cuenta de la manifestación celebrada en su honor para conmemorar dignamente la victoria de Coliseo, decía con el mismo laconismo: "Realizada esta noche grandiosa manifestación de los tres partidos, unidos en unánimes sentimientos en pro de la patria y de Cuba española".


   “Pero sobre esta manifestación de los tres partidos, la prensa oficiosa de la Habana escribía cálamo currente.


   “"Magnífico ha sido el espectáculo dado por este pueblo en la noche de ayer.


   “"Todo el vecindario ha acudido a la capitanía general para expresar su adhesión y simpatías al general Martínez Campos.


   “"Una comisión numerosísima, en que estaban representados los tres partidos, constitucional, reformista y autonomista, subió a saludar al general victorioso.


   “"El Sr. D. Santos Guzmán, en nombre de los constitucionales, expresó a Martínez Campos la decisión de todos de ayudarle en su penosa campaña.


   “"El general en jefe contestó a estos discursos con frases de suma modestia y agradecimiento.


   “"Después la muchedumbre, apiñada ante el palacio, pidió que Martínez Campos saliese al balcón.


   “"Hízolo así el general, pronunciando una elocuente arenga, en la que campeaba la mayor sinceridad.


   “"Dijo que había tenido temores de ser mal recibido en la Habana al regresar de Jovellanos y Matanzas, por no haber conseguido el propósito que le llevó a aquella provincia.


   “"Añadió que le era imposible dimitir ante el enemigo; pero que el gobierno podía relevarlo, sin que él se enojara.


   “"Ante la confianza que el gobierno me renueva -agregó- ante la manifestación hermosísima que está celebrándose, creo que es mi deber, y será mi deseo más vivo, trabajar sin descanso para aniquilar al enemigo y mejorar la situación presente, que es difícil, pero más grave en la apariencia que en la realidad".


   “De dos maneras distintas confesaba Martínez Campos su derrota: declarando ante la muchedumbre que no había conseguido el propósito que le llevó a dirigir personalmente las operaciones en Matanzas, y noticiando al Ministro de la Guerra que se situaba en la capital para dirigir desde allí la campaña; de suerte que no solamente había perdido la oportunidad de batir a los insurrectos, sino que la invasión amenazaba ya la provincia de la Habana (1).


   “Aun sin estos términos de plena convicción, deja de ser menos patente el fracaso de Martínez Campos. Sin movernos de Coliseo, y otorgándole la victoria de las armas, resulta ésta tan efímera, tan frágil y de tan escaso valor, que sólo subsiste durante los contados minutos de la pelea y dentro del radio limitado que ocupan sus batallones, cuyas líneas no ha podido romper nuestra caballería. Pero a menos de dos kilómetros de distancia, a un paso del ingenio Audaz, donde se ha ventilado el lance, la victoria es ya para las armas cubanas: -el pueblo de Coliseo es atacado por nuestra tropa, ocupado totalmente y reducido a escombros, triple operación realizada a la vista del general en jefe del ejército español, que, con sus aguerridos batallones y su excelente artillería, no puede evitar la catástrofe. Tampoco ha podido evitar la destrucción de Sumidero, caserío inmediato, de cuatro estaciones del ferrocarril de Jovellanos y de los campos de caña de catorce ingenios que han ardido furiosos durante las horas de sol, y cuyas siniestras llamaradas son las únicas antorchas que solemnizan el triunfo de Martínez Campos en la triste noche de Coliseo.


   “Ni siquiera ha hecho adelantar su vanguardia más allá de los muros calcinados del pueblo, para saber en definitiva si le será preciso dar una nueva acción antes de que venga la noche (quedaba aun más de una hora de sol y el ligero chubasco que cayó no había de ser estorbo para las sufridas tropas españolas) o si se trata únicamente de perseguir a fracciones dispersas: el encuentro de las dos vanguardias le hubiera anunciado en seguida que se trataba de lo primero. En esa misma actitud del caudillo español, que no revela por cierto la proverbial actividad que han querido concederle los cantores de sus hazañas como un don extraordinario de su carácter militar, pero que, diciéndolo sin acrimonia, sólo se manifestó bajo el torbellino de los viajes en vapor y en ferrocarril, no en el teatro real de las operaciones: en esa lentitud, decimos, en esa inacción, delante de un adversario que lo provoca a nuevos lances y le repite el segundo acto de Peralejo, el observador juicioso hallará un testimonio más de la derrota de Martínez Campos y de su escasa capacidad para el mando del ejército.


   “Obligado a pernoctar entre las ruinas humeantes de Coliseo, detenido allí por una impresión de terror y viendo en todo lo sucedido un gran revés de la fortuna, que ha cesado ya de sonreírle, Martínez Campos representa la imagen cabal del abatimiento, y su infortunio inspira momentánea piedad. Pero al verle correr hacia la Habana en busca de manifestaciones ruidosas que lo indemnicen del desastre, en solicitud de la adhesión de los bandos políticos, rivales entre sí y rastreros por igual, para formar causa común con ellos, alentando a las furias del integrismo, haciendo también gala de crueldad, sintiéndose con valor para aniquilar a los que luchan en el campo de batalla por un ideal noble y santo, a quienes denigra con el epíteto de bandoleros y llama cobardes, cuando él no piensa volver al terreno del desafío; tal actitud, propia del valentón y no de un militar serio y pundonoroso, coloca a Martínez Campos en la galería de los españoles impenitentes, tan dañinos para Cuba como funestos para su propio país.


   “Deben grabarse aquí las frases todas que pronunció Martínez Campos ante aquella congregación singular de los tres partidos españoles para que los que no las conozcan, las lean ahora, y juzguen por ellas el mezquino criterio del caudillo español:


   “"Hondamente me han conmovido, señores, las palabras elocuentísimas que acaba de dirigirme el Sr. Santos Guzmán, no en nombre de su partido, sino como representante de una manifestación solemne en que figuran todos los defensores de la nación española.


   “"Yo, señores, me felicito en el alma de esta consoladora unión entre los partidos y les ruego que no olviden jamás estos solemnes momentos, y que se inspiren en esta misma línea de conducta para lo sucesivo. Yo les ruego a todos encarecidamente que ante el peligro de la patria, peligro que por fortuna no existe sino en apariencia, continúen unidos como ahora, inspirándose en las firmes decisiones del pueblo cubano y manteniendo enhiesta la bandera gualda y roja, esa bandera que cobijaba a los descubridores del nuevo mundo.


   “"Yo, señores, estoy firmemente convencido de la necesidad de que, sin perjuicio de que cada partido siga manteniendo sus aspiraciones políticas respectivas, continúen todos unidos ante la suprema consideración del amor a España, para que sepan aquí y fuera de aquí que todos estamos en nuestro puesto como un solo hombre y unidos en el alto pensamiento del amor a la patria. (Aplausos atronadores. Vivas a España y al general Martínez Campos).


   “"Ha dicho el señor Santos Guzmán, con toda verdad, con elocuencia, que las circunstancias actuales son, al parecer, difíciles; y, en efecto, señores, son más aparatosas que terribles. Yo no he de negar, señores, que mi corazón estaba oprimido, mi mente abrumada, afligida mi alma, cuando al recorrer los campos florecientes de la provincia de Matanzas, por delante, por los costados, bajo los pies de mi caballo salían llamas; cuando veía el encono de los esfuerzos del bandolerismo para destruir esa riqueza que ha dado a Cuba el nombre de florón de la corona de España... (Aplausos y vivas que interrumpen el discurso).


   “"Yo me sentía abrumado de pesar al ver tanta pérdida, tanta devastación, tanta ruina; pero, señores, todavía lo comprendía. Pero cuando entraba en aquellos pobres poblados y veía las casas abrasadas y las familias sin ropas que ponerse, el horror que sentí fue grande, y si entonces, si en aquellos momentos yo me hubiera encontrado con un enemigo que me hubiera hecho una resistencia tenaz, señores, me sentía cruel, no hubiera podido dominar la pasión de mi ánimo... (Aplausos atronadores).


   “"Yo, señores, he venido a la Habana para organizar las operaciones, pero bajo la impresión de que, tal vez por culpa mía hubiera desmerecido ante vosotros. (Vivas y aclamaciones: ¡Nunca! ¡Nunca!). Yo he visto que no, con vivísimo agradecimiento. El recibimiento que me hicisteis cuando llegué, a mucho me obliga; más me obliga aun la solemne manifestación de está noche, y me obliga más que nada la representación de España; pero ¿á qué no obligará el agradecimiento ante lo que estáis haciendo ahora y al ver que cuando no lo he hecho bien todavía me apoyáis?


   “"Quisiera tener la elocuente palabra del Sr. Santos Guzmán, para exponer debidamente toda la gratitud que siento.


   “"Os debo hacer una advertencia, señores; yo no he pensado en presentar la dimisión, no. (Aclamaciones: -¡Nunca!) Si por no haber obtenido todos los resultados que deseaba, podía mi personalidad ser un obstáculo, yo me resignaba a que el gobierno de S. M. me separara. Pero, mientras dure la guerra, por cuenta propia yo no me puedo separar de la Isla de Cuba. Yo mientras me honréis con vuestra confianza, ¿cómo he de separarme? (Vivas entusiastas).


   “"Ahora lo que os ruego es que, si alguna vez pierdo vuestra confianza, vengáis a decírmelo, porque yo no soy más que un soldado cuyos estímulos de amor propio quedan muy por debajo de los altos intereses de la patria. Os agradezco en el alma lo que habéis hecho y termino diciéndoos que espero y deseo seguir contando con vuestra unión y vuestro apoyo. (Ovación indescriptible que se prolongó largo rato)."


   “También los insurrectos hubimos de agradecerle a Martínez Campos sus frases de rencor, porque no faltaban entre nosotros algunos corazones cándidos que creyeran en el próximo fin de la guerra, contando para ello con una noble corazonada del caudillo español, a quien tenían por un hombre excepcional. Su arenga de soldado vulgar vino a demostrar a los insurrectos ilusos que la libertad de Cuba sólo podía conquistarse con el hierro y con el fuego (2).


   “(1) En corroboración de los temores que abrigaba Martínez Campos y su lugarteniente más adicto, el general Arderius, véase lo que éste telegrafiaba el día 25 al Ministro de la Guerra:


   “"En la Habana, como dije a V. E. al participarle la presentación de coroneles voluntarios, espíritu excelente, guarnición muy escasa, pero cuento con los 14 batallones de voluntarios.


   “"Aquí no hay temor alguno. Voluntarios Habana cubren destacamentos de villas e ingenios en Matanzas, en número de más de 2,000, prestando excelentes servicios. Lo mismo puede decirse de los de la provincia, movilizados también.


   “"En Matanzas, como dije a V. E. hay entre tropas y voluntarios algo más de 1,000 y artillería municionada. La creo al abrigo de un golpe de mano. -Arderíus".


   “Esos telegramas causaron en Madrid profunda impresión. Por ellos se inducía que las autoridades militares de la Isla, abrigaban temores por la seguridad de Matanzas y aun de la misma capital. Un periódico de gran circulación, los comentó en estos términos:


   “"Al saberse que el general Martínez Campos había llegado a la Habana subió de nuevo la negra ola del pesimismo. La explicación dada a este repentino viaje llegó con esa marea. El general en jefe acudía a la capital de la Isla, porque la provincia de la Habana se hallaba amenazada de una irrupción de las hordas de Maceo y Máximo Gómez. Las comarcas más ricas de Cuba iban a experimentar los estragos del pillaje y del incendio. Los insurrectos avanzaban siempre con más audacia que nunca".


   “(2) El primer parte oficial de la acción de Coliseo que se trasmitió a Madrid estaba concebido en estos términos:


   “"Habana 24. -Acabo de conferenciar por telégrafo con el general en Jefe; desde Limonar sostuvo ayer tarde combate honroso, entre llamas de cañaverales, con fuerzas Gómez, rechazándole cerca de Coliseo; tuvo 12 heridos que mandó a Matanzas, el sale para Guanábana, donde dormirá.


   “General Valdés se sitúa en Sabanilla del Comendador y Luque en la Cidra. Batallón llegado Batabanó, va en vez Matanzas a Unión de Reyes, todos van a vanguardia enemigos. -Arderíus ".


   “Los telegramas particulares, revisados por la censura, añadían lo siguiente:


   “"En los caminos hallamos algunos hombres sospechosos que fueron llevados a Coliseo; dijeron que habíamos hecho al enemigo 40 heridos y muchos muertos, y entre ellos algunos cabecillas. Añadieron que Maceo y Gómez van en dos grupos; que entre ambos componen 9,000 hombres".


   “El día anterior el general segundo cabo había dirigido al gobierno de Madrid este singularísimo despacho:


   “"Las fuerzas rebeldes mandadas por Máximo Gómez y Maceo, "culebrean" en Matanzas, esquivando encuentros con las tropas, a pesar de lo cual se han verificado varios hechos favorables a nuestras armas. El general en jefe ha llegado a Jovellanos. -Arderíus?.


   “Descripción de la batalla de Coliseo por un cronista español:


   “"La proximidad de los contendientes trajo como consecuencia un choque que tuvo efecto en el ingenio "Audaz" la tarde del 23 de Diciembre y que, en realidad, no fue decisivo, aunque reveló, como en Peralejo, el arrojo del general Martínez Campos.


   “A las siete de la mañana del referido día, salió el general Martínez Campos en unión del coronel Molina y unos 1,500 infantes con dirección a Cimarrones, donde se decía que estaba el grueso de las partidas rebeldes. Como avanzada de la columna iban veinte caballos de la guerrilla movilizada de Sancti Spíritus, al mando de su capitán D. Rosendo Espina; además llevaban los expedicionarios una pieza de artillería.


   “No tardaron en divisar al enemigo, dándole alcance como a las cuatro de la tarde en los terrenos del demolido ingenio "Audaz".


   “El general en jefe ordenó que no se hiciese fuego sobre las avanzadas, las cuales van prendiendo fuego a los cañaverales, para no ahuyentarlos, y que la columna avanzara ligeramente en dirección del grueso de la fuerza enemiga, mientras una compañía quedaba como de sostén en el punto en que se había divisado el enemigo.


   “La fuerza de infantería, desplegada en guerrillas, entró por la izquierda, formando en el llano o sabana del citado ingenio un ángulo recto por la izquierda; en el lado perpendicular a la finca se colocó la pieza de artillería.


   “Ya en esta posición la tropa, dispuso el general romper el fuego en toda la línea. Las fuerzas insurrectas que iban bordeando unas lomas situadas al frente del lugar en que se encontraba la columna, al sentirse atacadas se precipitaron sobre el flanco derecho con objeto de parapetarse detrás de unas ruinas y cercas de piedras que allí existían y que les eran favorables, para utilizarlas como trincheras, desde donde podían hostilizar desembarazadamente a la tropa. Comprendiéndolo así el capitán Espina, acudió con sus jinetes a impedirlo, lo que consiguió no sin perder en la refriega dos de los caballos que montaba, y ser herido, aunque levemente en un pie.


   “Mientras esto ocurría, una parte bastante numerosa de los insurrectos se internaba en unos maniguales existentes hacia la izquierda, desde donde bloqueaba a la columna. En vista de ello, se ordenó un avance de la infantería, con lo cual y con algunos certeros disparos de artillería, se hizo abandonar a los rebeldes sus posiciones.


   “Todavía intentaron ellos un movimiento envolvente con el fin de apoderarse de la impedimenta de la columna.


   “Comprendido por el general Martínez Campos, mandó que la impedimenta, entrara en seguida en el campo y que avanzara la compañía que había quedado de sostén.


   “En esta disposición, la compañía formando tres flancos, se rompió el fuego avanzando, logrando romper a la columna enemiga con una granada acertadamente dirigida al centro donde iba la impedimenta de los rebeldes. Una parte de éstos tomó en dirección a Coliseo, y la otra por el camino que traían, atacando a ambas la columna un buen espacio de tiempo, hasta que viendo el general que se acercaba la noche, mandó tocar "alto el fuego", y contramarchar.


   “Las bajas de los insurrectos se calculan en unos cien... etc."


   “Los apologistas de Martínez Campos se cuidaron de hacer circular la siguiente frase, vertida por el "héroe" de Coliseo:


   “"Si me da una bala, se resuelve el problema y se despeja una nebulosa".


   “Como casi siempre resulta, la torpe adulación causó más daño al General fracasado que la crítica más sangrienta de sus opositores.



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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