La Invasión Libertadora en Jovellanos el 22 de diciembre de 1895
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Cárdenas

Iglesia en Matanzas
Matanzas

En Jovellanos, Matanzas
Jovellanos
22 de diciembre
Invasión Libertadora
de José Miró Argenter

• 1895 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 211-215 describe los acontecimientos del 22 de diciembre de 1895 en la Historia de Cuba:


“Jovellanos”
“Por el Centro de Colón. -Destrucción de la zona agrícola.”
“-Nueva y atrevida marcha de flanco por Jovellanos.”
“-De un percance grave resulta una bella combinación.”
“-El enemigo otra vez a retaguardia.”

   “Con todas las precauciones necesarias, porque se esperaba un ataque decisivo sobre una de las dos columnas invasoras, la que acaudillaba Maceo se puso en camino a las ocho de la mañana. Esta columna era más consistente que la dirigida por Gómez, pues el efectivo armado que siguió al General en Jefe al partirse la hueste invasora, no llegaba a 700 hombres; pero, en cambio, era mayor su impedimenta, así como el número de heridos graves (algunos de ellos iban en camillas), circunstancias que aumentaban las dificultades en la marcha, amén de los peligros. Según se ha dicho, el campamento de Santa Elena estaba situado dentro de un triángulo formado por líneas férreas, expeditas todas ellas, y era indispensable atravesar una de esas vías para dirigirnos al Norte de la provincia, hacia la jurisdicción de Cárdenas, objetivo determinado por Gómez y Maceo para ostentar de un modo indubitable el vigor de nuestras armas, y sembrar el pánico en las clases pudientes del país por medio de la destrucción de la cosecha de azúcar, quemando los cañaverales de todos las ingenios de Colón, Jovellanos y Cárdenas para que el conflicto fuese grande y aterrador. Las humaredas del siniestro ocasionado por la columna de Maceo, señalarían a Gómez nuestra ruta, y a la inversa; las columnas de humo que éste levantara a su paso nos advertirían su derrotero.


   “No lejos de Santa Elena se hallaba España, con los hornos ya encendidos y con un destacamento para su custodia; y el pueblo de Cervantes, en los lindes de la finca de Romero Robledo, era de suponerse que contara también con guarnición. Más allá, hacia el Noroeste, se hallaba Jovellanos, punto de enlace de cuatro vías férreas. España, la España auténtica había derramado allí casi toda la pila bautismal de sus legendarias estirpes, para que el fuego de la Revolución redujera a pavesas sus ridículos blasones.


   “Nuestra vanguardia, cumpliendo las órdenes del Cuartel General, aproximóse a los caseríos para repeler cualquiera agresión de sus destacamentos, mientras el centro de la columna se dirigía al ingenio España, cuyos cañaverales incendió a la vista de los soldados que guardaban el patrimonio ultramarino de aquel célebre ministro de Ultramar, que tanto colaboró en la obra revolucionaria de Cuba con sus desafueros y disparates legales. El administrador de la finca ofreció pagar una fuerte contribución si le libraban de la quema; se le contestó que la medida era general y de carácter irrevocable: España ardió. Sucesivamente fueron pasto de las llamas todos los grandes y pequeños ingenios de aquella zona de cultivo, no destruyéndose las fábricas, no obstante de que algunos centrales se estaban ensayando para la molienda, y se les previno que cualquiera infracción en lo decretado por el gobierno de la República que prohibía en absoluto la zafra en el territorio de Cuba, sería castigada con la destrucción total de los establecimientos y maquinaria. El general Gómez, ya en camino cuando nuestra columna llegó al ingenio España, aplicó también la tea a todas las fincas azucareras que encontró a su paso, al Sur de la línea férrea, en el trayecto comprendido entre Jovellanos y Colón, y dando vista al pueblo del Roque entró en él triunfalmente. El sol aparecía eclipsado, el cielo opaco en toda la amplitud de aquellos dilatados horizontes, y las chispas del incendio caían sobre Jovellanos, a donde se encaminaban las fuerzas españolas que dejamos a nuestra retaguardia, con el claro intento de situársenos delante.


   “Si por las razones que dejamos indicadas, era de interés capital en la jornada de ese día rehuir encuentros serios, aparentando, sin embargo, un móvil completamente distinto por medio de demostraciones ruidosas, contra todo lo previsto y con anticipación juzgado de desfavorable para nuestras armas, no se ventiló la menor contienda, no hubo una sola escaramuza dato que merece especial mención entre las efemérides de la campaña invasora, porque aun cuando no señala un triunfo adquirido en la arena del debate, es testimonio elocuente de la pericia y habilidad de nuestros caudillos que supieron sortear las dificultades en un territorio erizado de peligros, esquivar los choques que parecían inevitables, haciéndole ver al adversario que deseaban ir a las manos, con tales apariencias de verdad que le cogió pavor a la situación, o por lo menos lo mantuvo indeciso durante el período de nuestra crisis.


   “Si la operación de Maceo fue atrevida y peligrosa, la realizada por Gómez merece el concepto de osada y arriesgadísima: el primero remontándose al Norte de la provincia, pero siempre dentro del triángulo de hierro, logra situarse al Oeste de Jovellanos, cuartel general del ejercito español: el segundo dirigiéndose al Sur, después de cruzar la línea férrea de Colón a Jovellanos, entra en el pueblo de Roque (por casualidad desguarnecido), para orientarse sobre el rumbo que habría de seguir al día siguiente, pero con ello completa el cuadro deslumbrador de la ficción, dándole el tono de una jornada ofensiva, sabiamente combinada. En resumidas cuentas: Gómez no sabe de Maceo, ni este conoce el territorio que aquel ocupa; todo lo más podrán colegir sus respectivos derroteros por los estrago, de la devastación, por las humaredas de los cañaverales que incendian a su paso. Véase, pues, por que raro concurso de circunstancias, de un contratiempo que pudo sernos fatal, resultó una operación fructífera, cuyos mejores laureles recogeríamos al siguiente día en la gran función de Coliseo.


   “No ya la gente profana, sino los militares más aventajados del ejército español que operaban en Matanzas, el mismo General en Jefe y sus lugartenientes, habrían de creer que el movimiento iniciado por Gómez al Sur de la línea férrea de Colón, obedecía a un plan estratégico, concebido y madurado por los dos caudillos de la invasión, para distraer fuerzas enemigas sobre aquella zona, en tanto que Maceo avanzaba por el Norte de la provincia; incursión que hacía evidente la ola de fuego que chispeaba sobre el nuevo observatorio de Martínez Campos. Tanta osadía no podía ser obra de la casualidad, ni mucho menos consecuencia forzosa del extravío nocturno -que esto lo ignoraban hasta hoy muchos de los nuestros- sino desarrollo de un proyecto militar, cuyo objetivo verdadero permanecía aun indescifrable y que lo mismo podía resolverse en un golpe de mano sobre la ciudad de Cárdenas que sobre la villa de Colón. Los lentes de campaña y los simples ojos percibían solamente dos grandes humaredas: una hacia el Norte y la otra hacia el Sur, abrazando una extensión inmensa de terreno; subiendo en espirales tenebrosas, formaban dos nubes terribles, igualmente preñadas, que lo mismo podían descargar sobre Poniente que sobre Levante: a intervalos el viento caprichoso las esparcía en todas direcciones, aumentando la perplejidad de todo un ejército convertido en atalaya. Seguramente que la opinión de los más doctos en la materia, provistos del catalejo, aquellas columnas voladoras al esparcirse por el ambiente, eran el rastro de la caballería insurrecta con sus alas desplegadas y a galope tendido. Mientras el ejército español hacía observaciones tan profundas, extático en presencia de las nubes amenazadoras, la fracción que acaudillaba Maceo penetraba en la zona de Cárdenas, arrasando impunemente el territorio; la que iba al mando de Gómez se disponía a cruzar la segunda línea de los españoles, desfilando por las espaldas de su Cuartel General, para reunirse los dos, al día siguiente, en los umbrales de Coliseo, como si fuera el punto de cita de antemano señalado (1).


   “(1) Como comprobación del error en que han estado los españoles respecto a los movimientos de Maceo y Gómez en las jornadas que precedieron a las de Coliseo, insertamos este pasaje de una publicación española. "Cuando se hacían conjeturas acerca de su rumbo Máximo Gómez, con dos mil hombres, se presentó en el pueblo del Roque el día 23 de Diciembre, sin encontrar resistencia de ninguna clase, por hallarse desguarnecido. Al fijarse en un fuerte que acaba de ser construido, ordenó darle fuego. Los individuos de su partida se pasearon por el pueblo con una bandera, tomaron efectos en las tiendas, pagando con centenes en algunas de ellas y saqueando otras, y al marcharse dejaron tres heridos en poder del Alcalde Municipal. Del Roque, partió Gómez para Quintana y Jovellanos. Su rastro era el de la "caña quemada", siendo innumerables los ingenios que ardían al paso de su gente. El general Martínez Campos salió de Colón hacia Jovellanos con 1,500 hombres para batir personalmente el grueso de la invasión. Pero los rebeldes, en tres grupos, hicieron un movimiento sobre Coliseo, en la forma siguiente: Núñez atravesó la línea férrea subdividiendo su gente entre Cárdenas y Contreras y entre Contreras y Cimarrones; Maceo pasó un poco al Norte de este lugar, y Gómez más al Sur, entre Cimarrones y Jovellanos. El Pacificador fue a Zenea por Ferrocarril y desde allí a Coliseo, siendo su situación bastante seria, etc....."


   “Se ve, pues, por este relato, que Gómez y Maceo estaban juntos en las operaciones del día 22, puesto que el narrador poco antes los había batido juntos, y se colige asimismo que el movimiento de los insurrectos sobre Coliseo obedecía a un plan estratégico de Gómez, combinado con anterioridad. De ello se deduce que Martínez Campos no conocía la situación de las fuerzas invasoras el día 22, que lo pasó por entero haciendo observaciones astronómicas, y que si se resolvió a dar la batalla el 23, fue guiado únicamente por una de las tantas columnas de humo que se cernían sobre el firmamento, bien ajeno de que ellas habrían de eclipsar el astro de su fortuna.”



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Última Revisión: 1 de octubre del 2009
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