La Invasión Libertadora en Cienfuegos el 18 de diciembre
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18 de diciembre
Invasión Libertadora
de José Miró Argenter

• 1895 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 173-179 describe los acontecimientos del 18 de diciembre de 1895 en la Historia de Cuba:


“Cienfuegos”
“Después de Mal Tiempo. - Juan Bruno Zayas.”
“- José Lacret. - El río temible.”

   “Frescos los laureles de la victoria y enardecido por el entusiasmo, nuestro ejército se dispone a tomar la ofensiva anunciándose por todas partes con las llamaradas de los campos que incendia a su paso, y con el ruido ensordecedor, propio del siniestro, que semeja el estruendo de descomunal batalla. Arden los cañaverales de la zona más poblada y rica de Cienfuegos, en donde el pánico cunde con la rapidez de la inmensa combustión que devora las más sólida, fortunas, la riqueza territorial vinculada en los grandes ingenios, y es pregón aterrador de una bancarrota inevitable.


   “Todo está a merced del poder revolucionario, el gran demoledor de los privilegios sociales que, armado y terrible, se propone nivelara todo el mundo ¡con la tea! para que el escarmiento sea cabal. ¡Qué enseñanza más ejemplar!: un grupo de hombres obscuros, gente anónima, negros, que ayer salieron de la esclavitud, disponen ahora de la propiedad, de la tierra pingüe, del feudo productivo y lo arrasan a tizonazos.


   “Al día siguiente de Mal Tiempo nuestros exploradores cruzaron algunos tiros con la guerrilla de Santa Isabel de las Lajas en las inmediaciones de este lugar, pero cayéndole nuestra vanguardia decidió el lance a cuchilladas. En este hecho de armas ocurrió un incidente que pudo traer fatales consecuencias para el general Maceo; al tirar éste una estocada a un guerrillero que se le interpuso en el camino, se le desbocó el caballo tomando la dirección de Santa Isabel, casi a la vista de los fortines del pueblo; pero algunos oficiales, viendo el peligro que corría nuestro caudillo, echaron sus caballos al galope, y consiguieron llegar antes que él al pie de las trincheras enemigas.


   “Tanto era el enardecimiento de nuestra caballería, corriendo tropelosa por aquella comarca abrasada, en busca de competidores con quienes esgrimir el acero, tal el ardor de nuestros soldados y su anhelo de p.-lean, que, sorprendidos de pronto por los pitazos de alarma de una locomotora, creyendo que fuera un tren cargado de tropa española, dispuesta a aceptar el cartel de desafío, se abalanzaron sobre la máquina y los vagones sin prever el riesgo de la operación, dado que no se había antes obstruido la línea férrea. Afortunadamente, era un tren del ingenio Caracas, en el que venía el encargado de la finca para hablar con los generales Gómez y Maceo sobre el decreto de prohibición de la zafra y otros asuntos de palpitante interés. Al observar el visitante el aspecto de nuestros soldados y la impetuosa acometida que acababan de realizar a su presencia, pudo explicarse, de un modo gráfico, la tremenda carga de Mal Tiempo de cuyo suceso tenía noticia por el rumor público.


   “Situado el campamento en la finca Amalia, perteneciente al término de Cartagena, tuvimos ocasión de apreciar el gran incremento de la Revolución en Las Villas occidentales, en donde aclamaban ya nuestra bandera muchos hombre; de influencia y prestigio, que poco antes permanecían retraídos en las poblaciones, dudosos del éxito obtenido por las armas cubanas. Devotos del programa revolucionario, pero temiendo el fracaso que vaticinaban los elementos españoles, habían rehusado hacer profesión de fe de un modo ostensible, para no incurrir en expansiones prematuras; mas convencidos al fin de la verdad, de la fuerza positiva de la revolución, de la capacidad militar de sus principal es caudillos y del vigor de los combatientes, cuyo avance por el territorio de Cienfuegos tomaba carácter de irrupción arrolladora, sin que pudieran detenerla los muros de bayonetas del ejército español; el espectáculo portentoso que presentaba la realidad de los hechos en frente de la mentira oficial, de la indigna farsa que ponían en juego los hombres más serios de la causa española, tal cúmulo de circunstancia favorables, decimos, arrancando la venda de los ojos, mostrando a todo el mundo el aspecto verdadero de las cosas, habían conmovido profundamente el sentimiento público, decidiendo á- los más desconfiadas y remisos que, como siempre resulta en casos análogos, se convirtieron en fervorosos prosélitos. La incertidumbre y el pesimismo, la duda y el temor, desaparecían bajo la ola hirviente de los sucesos diarios, que, con su precipitado curso y sus terribles sacudidas, no daban lugar a la reflexión. Si los ánimos más pensadores pudieran abrigar alguna inquietud respecto del fin ulterior de la lucha, el astro resplandeciente de la victoria fulgurando sobre el cielo de la patria, en medio de columnas ígneas, de escuadrones al galope, de estandartes desplegados al viento, de orientales que cruzaban en alas del heroísmo, como cosa fantástica, corno pasaje de los tiempos fabulosos, tan deslumbradora imagen ejerciendo los prestigios propios de la tentación, tenía forzosamente que agitar los espíritus más reflexivos, y ahogar en ellos toda idea de incertidumbre acerca de lo porvenir, para exponerles únicamente la intervención feliz de lo maravilloso, presidiendo todo aquel tumulto y apresurando el desenlace de la acción.


   “Algunos vecinos de Cartagena que estuvieron a visitarnos durante nuestra permanencia en la finca Amalia y después en Jagüeyes (á este punto llegamos el día 18), nos dieron a conocer el estado de excitación que reinaba dentro de las poblaciones, así como los grandes aprestos que hacía Martínez Campos para detener la invasión en las márgenes del río Hanábana; nueva quimera que la marcha triunfal de nuestros caudillos se encargaría de desvanecer en plazo brevísimo, y que pregonada a todos los vientos por el jefe del ejército español y sus edecanes, sólo serviría de pasto a la opinión pública para comentar a su sabor el desbarajuste de una campaña científica contra hordas indisciplinadas y cobardes, y el fracaso de las grandes combinaciones militares, Predispuestos los espíritus en favor de nuestras armas por el éxito asombroso obtenido en desiguales combates, y rolo el cristal de aumento que habían utilizado los españoles para encandilar a los profanos en la materia, engañándose a la postre ellos mismos, la voz general pronunciaba su fallo categórico condenando por anticipado los planes estratégicos del titulado Pacificador de Cuba; sus laureles eran hojarasca marchita desde Peralejo.


   “Por otra parte, la prensa de la capital, adicta casi toda ella al régimen de la metrópoli contribuía con sus patrañas y con tradiciones al descrédito de las autoridades militares, que, por lo visto, pretendían lograr los ascensos, no sobre el campo de batalla, sino figurando a la cabeza de las columnas editoriales de los periódicos oficiosos. El mismo Martínez Campos no pudo sustraerse a los grandes bombos de los corresponsales en campaña, escritores de poco más o menos, y de una moral dudosa, que si ahora le llamaban genio guerrero, Napoleón, Aníbal y Epaminondas, en una sola hipérbole, después, al eclipsarse la estrella de su fortuna, serían sus más crueles detractores. Su sucesor entonces vendría a ser el verdadero Aníbal, y más tarde consagrarían el título de gran capitán al cabecilla de las hordas orientales!


   “Con la incorporación de Zayas y otros jefes villareños que acudieron al Cuartel General, en cumplimiento de órdenes recibidas, era casi de necesidad hacer algunas modificaciones en el 4º cuerpo de ejército, destinado, como es sabido, al departamento Central, pero que por virtud de la invasión una gran parte de las fuerzas que constituían dicho cuerpo, estaban llamadas a operar en las provinciales occidentales. Procedía, pues, crear nuevas unidades tácticas con los elementos que acababan de incorporarse al núcleo expedicionario y robustecer las que quedaban en el territorio de Las Villas con la brigada de infantería Oriental, que dejamos en camino del valle de Trinidad en los primeros días de nuestra excursión por este departamento. No habiéndose unido el general Quintín Bandera en el plazo que se le fijó, y siendo materialmente imposible que pudiera efectuarlo por ahora, dada la rapidez de nuestros movimientos, se dispuso que quedara en el 4º cuerpo como jefe interino de la 1ª División, o sea la que operaba por Sancti Spíritus y Remedios. Para el mando de la 2ª División, gran parte de la cual venía unida al cuerpo invasor, nombróse al brigadier Angel Guerra, en concepto también de jefe accidental, pues entraba en los planes de la dirección de la campaña que esos nombramientos no tuvieran carácter definitivo, por concurrir en ambos jefes la condición de ser naturales de Oriente. Tanto Guerra como Bandera serían más tarde destinados a las órdenes inmediatas del general en jefe y de su lugarteniente si el giro de los sucesos no disponía las cosas de otra manera.


   “El regimiento de caballería que mandaba el joven coronel Bruno Zayas, interesó vivamente al caudillo oriental por su aspecto gallardo y la precisión militar de sus evoluciones; y desde el momento en que desfiló en presencia del Estado Mayor al día siguiente de Mal Tiempo, acudiendo antes con velocidad al sitio del debate, el general Maceo con su golpe de vista perspicaz avaloró los méritos del modesto joven que mandaba dicho regimiento por derecho propio, y que bajo un exterior apacible, casi monacal, ocultaba un corazón heroico, capaz de las mayores proezas. Quien como Zayas había impuesto su prestigio personal a hombres aguerridos y afamados, peleando con denuedo en todas las ocasiones en que el enemigo aceptó el lance, y quien como él era admirado por una, oficialidad distinguida y por una tropa valiente, bien hecha estaba la elección de Maceo, que no solía equivocarse respecto de las prendas militares de sus subalternos, al llevarlo consigo en la, incierta y agitada ruta que iba a emprender el contingente invasor, en que Zayas habría de adquirir merecidos laureles.


   “Habiendo acudido al campamento de la Amalia el brigadier Lacret, antiguo ayudante de Maceo, se le confirió el mando de Matanzas, en donde había operado con fortuna a pesar de los escasos elementos que pudo organizar allí. Se dieron instrucciones precisas para que durante el paso de las huestes invasoras por dicho distrito, procurase distraer la atención del enemigo por el Norte de Matanzas, destruyendo ferrocarriles, puentes, estaciones telegráficas y cuantos medios de comunicación pudieran utilizar los españoles. Iguales instrucciones llevó el teniente coronel Eduardo García, que tenía su zona de operaciones en Manjuarí al Sur de la provincia de Matanzas.


   “Para el mando del 5º cuerpo, aun no constituido, designó el general Maceo al jefe de Camagüey general José María Rodríguez, que dejamos sobre la Trocha de Morón el día 29 de Noviembre, con el regimiento Agramonte. El vuelo considerable, nunca imaginado por nuestros caudillos, que iba tomando la Revolución por aquellas regiones, sometidas al yugo colonial, al vasallaje de un poder absoluto representado por el partido conservador o integrista, que imperaba en todas las esferas oficiales y cuya nociva influencia se hacía sentir con peso enorme en la vida social, ahogando la voz de la opinión cubana, provocadora y sediciosa siempre, en concepto de españolismo dominante; las noticias que se tenían de próximos e importantes levantamientos en las provincias de Occidente, donde nuestros simpatizadores acababan de desfundar la bandera de Cuba libre, soberbio homenaje ofrecido en aras de la patria por los corazones devotos y que más tarde habría de ser consagrado en el altar cruento del sacrificio; tales consideraciones, y la necesidad de organizar la guerra en el territorio próximo a ser invadido por nuestras armas, pesaron en el ánimo del general Maceo para hacerle tomar la resolución, antes indicada, de poner al frente del 5º cuerpo a un militar experto que en cualquiera situación de la lucha se sintiera con valor suficiente para disputar a los españoles el dominio de la tierra por ellos más codiciada, y por consiguiente, la que con mayor tesón e interés defenderían. En la orden que se dictó para el jefe del 3º cuerpo, se le indicaba la necesidad perentoria de su presencia en la Habana, y que para el efecto emprendiera marcha sin dilación, con 200 hombres escogidos (1).


   “Prescritas estas disposiciones, y comunicadas que fueron a los comandantes de división y de brigada las relativas a la promoción de la nueva oficialidad del 4º cuerpo, y reorganizado el regimiento que mandaba el coronel Zayas conforme a la pauta que regía en nuestro ejército, con lo cual se aumentaba el número de escuadrones y en breve podría, formarse una brigada completa de caballería; cursadas asimismo algunas otras disposiciones de carácter general para que todas las fuerzas de Las Villas secundaran el movimiento de avance del cuerpo invasor, renovado con mayor empuje la hostilidad sobre los destacamentos españoles para que no hubiera tregua a retaguardia de nuestra columna, sino incesante y vivo tiroteo; después de dictadas todas estas órdenes y copiadas literalmente por los oficiales del Estado Mayor, se levantó el campo, al amanecer del día 19, con rumbo a las fronteras de Las Villas, que por allí están determinadas por el curso tortuoso del Hanábana.


   “Sobre las márgenes de ese río temible, la jefatura del ejército español había encerrado la clave de todo el problema estratégico; especie de Rubicón, a otro capitán que no fuera Maceo podía detenerle el paso; pero nuestro caudillo, con menos prevenciones aun que el mismo César cuando echó la suerte de su vida a orillas del riachuelo sagrado, lo cruzó de un brinco, sin que se mojaran los remos de su corcel.


   “Acampamos ese día en el sitio llamado Cabeza del Toro, limítrofe con la provincia de Matanzas, pero perteneciente al territorio de Las Villas. Allí nos aguardaba el coronel Francisco Pérez, jefe de la zona de Colón, por quien supimos que una columna española acababa de reforzar los destacamentos de Lagunitas y Lequeitio, puntos situados a media jornada corta de nuestro campamento, y que todas las guarniciones de los pueblos de Matanzas, más próximos al río, estaban muy alerta para poder acudir a cualquier lugar donde el jefe del ejército español necesitara de su concurso.


   “Por la tarde el coronel Pérez salió con dos escuadrones a provocar al enemigo que se hallaba acuartelado en Lagunitas, y no considerando bastante ese reto, el general Maceo ordenó que la función se amenizara con la banda militar.


   “Sobre aquel horizonte inflamado por mil fuegos, la puesta del sol esparció celajes de color de sangre.


   “(1) El general José María Rodríguez tropezó con serias dificultades al tratar de cumplir las órdenes apremiantes del Cuartel General de la invasión, dificultades que le imposibilitaron de concurrir oportunamente al teatro de la lucha, en la región occidental, y para auxiliar a Maceo en el plan ofensivo que éste pensaba desarrollar con la colaboración de un subalterno tan valeroso. La no asistencia del general Rodríguez en tiempo oportuno, fue causa después de deplorables acontecimientos. Ya en camino dicho jefe, se le mandó retroceder por "razones de conveniencia política", o por otros motivos que hasta ahora no se han puesto en claro, y que nosotros expondremos cuando llegue la ocasión de hacer el examen de los sucesos políticos y militares que precedieron a la catástrofe de Punta Brava. Más tarde, cuando el general Gómez ordenó al general Rodríguez que emprendiera marcha para Occidente, para auxiliar a Maceo, tampoco pudo efectuarlo a causa de una herida grave que recibió en un combate de Las Villas. Maceo murió sin haber podido formar juicio exacto sobre los propósitos que animaban a los que hicieron retroceder al general Rodríguez, ni sobre otros acontecimientos de suma gravedad. Pero en posesión nosotros de documentos que arrojan viva luz en el proceso histórico que ahora iniciamos, los daremos a la prensa en su día para que el jurado de la opinión pública formule su dictamen, que sin duda confirmará, el que nosotros tenemos en mente y que reservamos para entonces.”



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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