La Invasión Libertadora el 11 de diciembre
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11 de diciembre
Invasión Libertadora
de José Miró Argenter

• 1895 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 152-159 describe los acontecimientos del 11 al 13 de diciembre de 1895 en la Historia de Cuba:


“Manicaragua”
“Acciones del 11, 12 y 13 de Diciembre.”

   “Tras una marcha de siete horas consecutivas por caminos no menos pedregosos que los de ayer, nos hallamos descansando en el delicioso valle de Manicaragua, albergue de muchas familias cubanas, que con indecibles muestras de júbilo saludan la llegada del ejército libertador y le brindan cariñoso hospedaje. Las mujeres y los niños, desde los umbrales de sus viviendas, se disputan el placer de dedicar algún obsequio a nuestros soldados; los hombres piden un arma para acompañarnos, no la hay, y se alistan sin ella. Palpita aquí el corazón cubano. Apenas ha sonado el toque de derecha e izquierda, cada casa se ha convertido en bullicioso vivac donde humean los calderos repletos de viandas, y departen, al amor de la lumbre, campesinos e insurrectos. Las mozas se encantan oyendo la vena del soldado oriental.


   “Son estas montañas los cuerpos avanzados del gran campamento de la insurrección en Las Villas; cada altura es un mirador excelente, cada mole un puesto de seguridad, cada picacho una trinchera insorprendible, y la diversidad de estos puntos de exploración y defensa, con los encumbrados montes que circuyen el valle, forman el más abrigado campo militar del departamento central. Bastará, pues, un grupo de hombres resueltos para sostener la batalla irregular de escaramuzas y emboscadas, por entre desfiladeros y veredas inaccesibles para el soldado español, quien gastará inútilmente su vigor tratando de arrollar a un enemigo sutil, que tan pronto acomete como se escurre, de repente se sustrae y del mismo modo se multiplica, desparramado por el bosque. La mejor acción aparecerá deslucida para el ejército regular; cuando el tiroteo del insurrecto no le ocasione mella, la fatiga será causa del quebranto y motivo suficiente de retirada: de todos modos, bajas. El astuto mambí, poco ha expugnado de su campamento, volverá ileso al mismo sitio, reparando diligente los desperfectos que hayan ocasionado los españoles, y las aguerridas tropas que penetraron hasta allí cubriéndose de gloria, emprenderán marcha retrógrada para sus ciudadelas, más ganosas de descanso que de adquirir laureles a ese precio. Tal sucedió en las acciones del 11, 12 y 13 de Diciembre, en que una fuerte columna de las tres armas, admirablemente dirigida por un jefe valeroso y tenaz, vióse obligada a contramarchar para sus cuarteles de Manicaragua, después de titánicos esfuerzos encaminados a la ejecución de un objetivo de fácil logro sobre el tablero hipotético, midiendo distancias con el compás y situando los peones con la mano, pero impracticable sobre el teatro real de la fragosa Siguanea.


“Acción del día 11: en las alturas de Manacal

   “Al tenerse noticias de que fuerzas españolas muy numerosas atraviesan el soto de Manicaragua, se traslada el campamento a sitio más a propósito para sostener la pelea, a fin de que no peligren las familias del valle. Las alturas de Manacal ofrecer buenas posiciones defensivas, y aseguran, por otra parte, camino que ha de llevar nuestra columna, cualquiera que sea el resultado de la acción. Han transcurrido seis horas en espera de los españoles; ya se desconfía que emprendan la operación anunciada; pero a las dos de la tarde empiezan a verse grupos enemigos que registran las casas de Manicaragua, tal vez para tomar informes de las fuerzas que han acampado allí, y al poco rato la elevación de las lomas nos permite observar los movimientos de toda la columna que se encamina hacia el Manacal, llevando el ala izquierda muy extendida. Avanza lentamente, emplea más de una hora en cruzar un trecho de dos kilómetros escasos. A las tres comienza la función; han roto el fuego los exploradores de la caballería espirituana contra la vanguardia enemiga. Como los españoles parece que tratan de esquivar el monte, que cierra al campo por la derecha, hacia este lado se despachan dos grupos de jinetes, para que a pié o a caballo, según lo indique el terreno, hostilicen el centro de la columna que ofrece mejor blanco. La lucha se anima; la vanguardia española, formada por lo menos de un regimiento de infantería, de una pieza de montaña y dos secciones a caballo, cobra resuello al tomar una colina y acribilla las crestas de Manacal, donde se hallan nuestros dragones peleando de infantería, con el ronzal sujeto. Se han desmontado un centenar próximamente; son bastantes, por ahora. Las líneas de reserva están preparadas para cuando los españoles escalen el muro de la cuesta, operación que no podrá efectuarse a menos que no rieguen de sangra todos los peldaños. Los dos escuadrones que se han destacado por el flanco derecho, evolucionan admirablemente, como en un campo de instrucción, y tan pronto pie a tierra, como sobre la silla, obligan al centro de la columna a distraer algunas compañías que, tras obstinada lucha, ocupan el monte.


   “Por lo visto el jefe de la división española persiste en el propósito de tomar el campamento, pues ha reforzado la vanguardia, y todo el centro y gran parte de la retaguardia inician ahora un ataque envolvente, que no ha dejado de notarse a pesar de las demostraciones que ha hecho para fingir la retirada. El general Maceo, con su escolta y el regimiento Céspedes, se dirige hacia el lugar amenazado; echando pie a tierra, los jinetes logran contener el avance del enemigo, pero éste, al ver frustrados sus planes, trata de desbaratar la línea de nuestros tiradores con un aguacero de proyectiles: el altercado es furioso, por los dos bandos se pelea con igual ardimiento y calor (1). A las cinco de la tarde, ya con luz indecisa la refriega está en su apogeo; solamente el manto de la noche le pone término y unos y otros combatientes encienden las hogueras del vivac.


   “Una orden del Cuartel general pone en movimiento a varias fuerzas para que ataquen el campo enemigo, operación que realiza el coronel Sotomayor poco después de haberse establecido en ambos campamentos el servicio nocturno. Pero la vigilancia de los españoles no da lugar a la sorpresa; tienen los nuestros que retirarse, alumbrados por los fusilazos de los retenes enemigos. Sin embargo, han tenido que apagar las hogueras para no ser blanco de nuevas agresiones. La noche no puede ser más cruda.


“Acción del día 12: desde el Manacal a las Lomas de Quirro

   “Amanece bajo una temperatura glacial, y rompen el fuego los puestos avanzados. ¿Pretenderá el enemigo continuar la operación? El tiroteo, cada vez más cercano y nutrido, aleja toda duda. El general Maceo se dispone a dar la batalla desparramada por el bosque con sólo trescientos hombres. Las restantes fuerzas emprenden la marcha por el desfiladero del Toro.


   “Se ha mandado retirar las avanzadas, y durante largo rato todo permanece en silencio. La primera emboscada esta prevenida, en la boca del desfiladero. Ya se divisa la vanguardia española arriba del monte empinado; ya da principio al flanqueo; se para a ratos, escudriña, vuelve a andar, desciende, muda el fondo para ir a la desfilada, y suena la primera descarga; la pendencia dura veinte minutos. Otro grupo apostado espera que le toque el turno, y en un trayecto de media legua, hay pelotones de diez, de quince, de treinta hombres, perfectamente escalonados. Penetra la columna en la hondonada haciendo fuego a discreción; los fogonazos alumbran el interior del monte de un modo siniestro, y los proyectiles rebotan, estrellados contra la roca viva de los paredones. La segunda emboscada cumple su misión y deja el paso franco a los españoles, para que la segunda los reciba de idéntica manera. Un trayecto de cuatro kilómetros ha costado a los españoles cinco horas de lucha toda la mañana.


   “El camino es cada vez más estrecho y tortuoso, el monte cada vez mas tupido; bosque impenetrable por dondequiera, lomas abruptas, o farallones o precipicios a ambos lados del sendero, tal parece que nos hallamos en el corazón de la Sierra Maestra; pero el fuego continúa, a pesar de tantos obstáculos ora desparramado, ora intenso y nutrido, y los ecos de las descargas retumban por el fragoso monte simulando nuevos choques entre enemigos invisibles. Como a las dos de la tarde, habiéndose reunido todas las fuerzas que se hallaban escalonadas, se da un ligero descanso en Boca del Toro, especie de anfiteatro, cuyas gradas son peñas enormes, unas encima de otras, las más elevadas suspendidas sobre el abismo y en la fiera actitud de desplomarse; el conjunto, es de un aspecto aterrador. Nadie sospecha que la columna se atreva a franquear tan selvático escenario; mas transcurrida una hora, la guardia que vigila el camino del rastro da el aviso de que se ven grupos de infantería. Nuestra tropa monta a caballo y se despliega en medio de la plazuela, circunscrita por el contorno de Boca del Toro, para hacer frente al audaz e incansable enemigo que se apresta a cruzar parajes tan desiertos y remotos: se pelea de nuevo, cual si ahora se abriera la función, aunque economizando cartuchos por nuestra parte, porque hay que pensar en la jornada de mañana; y quien sabe si el ardimiento de los soldados españoles, la tenacidad del jefe que los manda y su temerario empeño de batirnos, obedecen únicamente al propósito de que se vacíen nuestras cananas antes de que lleguemos al distrito de Cienfuegos.


   “Los días cortos de la estación y la espesura del bosque, anticipan el crepúsculo a las cuatro de la tarde, hora en que los españoles paran de andar y acampan en el mismo Toro; mientras los nuestros, una vez practicados los reconocimientos indispensables, se incorporan en la montaña del Quirro al grueso de la columna. La tarea termina a las ocho de la noche. Después del toque de silencio, una falsa alarma, provocada por la alucinación de un centinela, obliga al general Maceo a pasar la noche al raso con todos los ayudantes de servicio.


“Acción del día 13: Camino de la Siguanea

   “La alborada comienza con disparos de artillería, lo cual hace suponer que la función del día de hoy no será tan agitada como las dos anteriores, puesto que no se explica que hallándose los combatientes a tiro de fusil y enconados los ánimos de los españoles, empleen éstos el medio ofensivo menos eficaz en esta clase de luchas, donde sólo el arma de infantería desarrolla sus fuegos con lucimiento: o la columna tiene muchas bajas, o la fatiga empieza a producir sus efectos inevitables. Entretanto, nuestra división desfila por el fondo del sinuoso cerro, mientras patrullas delanteras ocupan las alturas para explorar el extenso valle de Cumanayagua, nueva y grandiosa decoración que esmalta los confines de la cordillera meridional. Un sol de invierno dora las cumbres, pero deja íntegro el verdor profundo de los collados bajos, cuyos perfiles se desvanecen en las lejanías del horizonte, como tenues rasgos del esfumino sobre el cielo de un paisaje.


   “Pero ya se oye el traqueo de la fusilería. Los españoles se deciden por el método de combate más adecuado, retirando el cañón que en estas alturas solo sirve para salvas, y acometen furiosos las posiciones ocupadas por nuestra retaguardia: este lance nos cuesta cuatro peones. Alineadas las fuerzas que han de tomar parte en la acción, contamos doscientos quince hombres, entre infantes y jinetes, procedentes los primeros, en número de cincuenta, de las plazas que perdieron los caballos en los dos combates anteriores; en concepto de premio se les obliga ahora a cubrir la extrema retaguardia. Se sitúan las emboscadas a la salida del campamento, de trecho en trecho, y dirigidas por oficiales expertos a quienes se les ha dado orden de que los disparos se harán a corta distancia, sobre la cabeza de la vanguardia enemiga, mientras otra cosa no se disponga. Siguen los españoles nuestra huella, acribillando matorrales, árboles copiosos, múcaras, breñas y cuantos objetos más puedan servir de trinchera o apoyo al insurrecto, que no se halla, sin embargo, al abrigo de esos parapetos (en demasía usados para que nuestro jefe los utilice), sino en lugares menos sospechosos y más limpios, que acaso no advertirán los buenos prácticos que lleva la columna. De un escuálido maizal parten los certeros disparos de nuestra gente; un poco más allá, suenan estampidos que hacen retemblar la tierra de un sembrado y atemorizan a los más delanteros, que exploran charlando.


   “Trata de flanquear una compañía, pero se le opone firme resistencia desde el descuello de la loma; y tiene que replegarse. Parece que el centro de la columna se ha retrasado, puesto que se oyen los toques de corneta bastante lejos, sin que pueda distinguirse si ordenan despliegue de guerrillas, o marcha de frente, o retirada. En esta situación toda la vanguardia española se arrima a un lado del sendero y dispara a granel, pero sin tino. Es de admirar, sin embargo, la manera como ha ejecutado el retroceso. Transcurre largo rato. La fuerte emboscada que ha colocado Maceo en lugar a propósito para que ofenda uno de los flancos, decidirá la acción cuando la columna prosiga el avance; mas a eso de las doce el jefe de la partida se ve obligado a romper el fuego contra la retaguardia de los españoles, que han mudado el frente, tomando uno de los caminos que conducen a Manicaragua, y dado fin a su temeraria empresa en que han prodigado tanto valor como abnegación. A nuestra gente le falta aun buen trecho de camino para llegar a la Siguanea, punto señalado para campamento, y no es posible que hagan la travesía los soldados que andan a pié, muchos de ellos con el equipo del soldado a cuestas, a más del armamento y el matalotaje. El general Sánchez queda con esos hombres en la prefectura del cuartón para proveerlos de caballos, a fin de que no haya rezagados en la marcha de mañana, que probablemente será también ruda. Poniéndose el sol llegamos a la Siguanea: ¡romántico paisaje! se ven vestigios de un cafetal, cascadas y lagos azules...


   “De las operaciones realizadas por el general Oliver, jefe de la división española, se infiere claramente que han obedecido a órdenes apremiantes del general Martínez Campos, encaminadas a destruir el núcleo rebelde, o cuando menos ocasionarle un serio descalabro que pusiera límite al audaz intento de los invasores. El general Oliver ha hecho más de lo posible en esa costosa empresa; ha dado pruebas admirables de tesón y pericia militar, pero las nuevas tentativas del general Martínez Campos, sus planes y combinaciones para detener la marcha de la invasión en las fronteras de Occidente, fracasan esta vez en Manicaragua.


   “El diario La Lucha, de la Habana, correspondiente al 15 de Diciembre, publica el parte militar de las acciones de Manicaragua, en el que se consigna que la columna del general Oliver tuvo 5 muertos y 20 heridos en la acción del día 11, pero omite las bajas sufridas en los combates posteriores y no hace mención de ellos. El general Oliver asegura al jefe superior del ejército que los insurrectos se han visto obligados a refugiarse en los montes de la Siguanea y que les será muy difícil continuar el avance hacia el distrito de Cienfuegos. En otro lugar del mismo periódico se dice que hay 9,000 soldados para impedirnos una nueva tentativa.


   “Aparte de qué nos hallamos más allá de Cienfuegos, y hemos destrozado antes una columna en los campos de Mal Tiempo (2), se ve por dichos informes oficiales que los jefes del ejército español persisten en el sistema de falsear los hechos más evidentes, o de desfigurarlos de tal modo que nadie podrá jamás reconstruir el teatro de ninguna acción de guerra, por las descripciones que de ellas hacen los periódicos adictos al gobierno español, ni mucho menos saber con exactitud las bajas que sufrieron las tropas regulares.


   “La omisión en que ha incurrido el general Oliver, al pasar en silencio las acciones del 12 y del 13, ventiladas en el camino de la Siguanea, casi confirman lo informes verbales que nos dieron los campesinos de Manicaragua, de que aquel jefe había retrocedido para sus cuarteles después del combate del día 11 a causa de las muchas bajas que sufrió la columna al querer tomar nuestro campamento del Manacal, y que encomendó al teniente coronel Palanca la persecución de las huestes invasoras; porque no se explica de otro modo la omisión del general Oliver al dar cuenta al jefe del ejército de las operaciones ejecutadas contra el grueso enemigo.


   “En historia son admisibles las suposiciones cuando son necesarias para explicar un suceso de cualquier modo incomprensible, y preciso es admitirlas en este caso, en la forma expresada, como única manera lógica de llenar el vacío en que ha incurrido el general Oliver al relatar un solo hecho de armas cuando fueron tres distintos (3).


   “(1) El fuego de los españoles era tan nutrido que a un solo caballo le tocaron 16 balazos: ¡el jinete salió ileso! El caso parecerá insólito, pero es absolutamente cierto. Aquel chorro de balas se distribuyó entre la masa del caballo, la montura y la capotera. El individuo salvado tan prodigiosamente era un ayudante del jefe de Estado Mayor, de apellido Cabrera, que combatía a caballo en la línea de nuestros tiradores. Vive aun, pero casi inválido, a causa de dos terribles balazos que recibió en la campaña de Pinar del Río.


   “(2) Estas notas fueron escritas el día 18 de Diciembre de 1895, al recibirse en el Cuartel General algunos periódicos de la Habana.


   “(3) "En efecto, -decía un periódico español- el día 10 de Diciembre, el núcleo insurrecto después de acampar entre Placetas y Guaracabulla, se dirigió hacia María Rodríguez y Manicaragua, lugar este último muy próximo a la Siguanea. Las columnas de Oliver, Palanca y Lara, convenientemente distribuidas, le salieron al encuentro. La primera, o sea la mandaba por Oliver, logró alcanzarlo sosteniendo un recio combate en la tarde del 11, en los altos de Alberich, cerca de Mabujina".


   “"La refriega duró hasta cerrar completamente la noche, siendo desalojado el enemigo de sus posiciones con muchas pérdidas en hombres y ganado. La tropa tuvo cinco muertos y veinte heridos, de ellos un oficial. La persecución continuó en combinación con las fuerzas del coronel Manrique de Lara y del teniente coronel Zubeldía".


   “"A partir de este combate se pierde el rastro de los invasores hasta que aparecen en las inmediaciones de Cruces, amagando la provincia de Matanzas".”



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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