La Invasión Libertadora el 3 de diciembre
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3 de diciembre
Invasión Libertadora
de José Miró Argenter

• 1895 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 139-144 describe los acontecimientos del 3 de diciembre de 1895 en la Historia de Cuba:


“Las Villas”
“Combate de Iguará”

   “Señaló nuestro paso a Las Villas el sangriento combate de Iguará.


   “Dos leguas mediaban del campamento de Trilladeritas al río Hatibonico, límite geográfico de Camagüey por el Oeste (y no la Trocha militar de Júcaro a Morón, línea puramente accidental); distancia que salvó nuestra columna en las primeras horas de la mañana del 3 de Diciembre para entrar a paso de carga en el grandioso escenario de Las Villas, cuya inauguración habría de ser tan memorable en los fastos de la guerra.


   “El aspecto del país, poco o nada había cambiado; tierra montañosa, palmares aquí y allá, saltos de agua por los barrancos; senderos y malezas por doquier, vegetación más o menos tupida y panorama más o menos dilatado, pero de matices semejantes, de un verdor siempre profundo, no ofrecía marcado contraste con los que dejábamos atrás; sin embargo, la ardiente imaginación de los orientales se complacía en hallar aspectos diversos al verse reflejados en las cristalinas corrientes del Hatibonico, cuyos ribazos venían a ser los umbrales de unas tierras halagadoras, embellecidas por el encanto de la conquista. ¡Las Villas:! -¡ya estamos en Las Villas!- estas exclamaciones salieron de casi todos los labios. A nuevo teatro, peripecias nuevas.


   “Iba en la vanguardia con la caballería de Sancti Spíritus, el general Gómez, llevando flanqueos por la derecha, por hallarse a este lado y próximo al río, el destacamento español de Iguará, cuando fue avisado por un campesino de que había pernoctado una columna en dicho lugar, la cual retornaba a la plaza de Sancti Spíritus, hallándose probablemente en marcha en aquellos momentos; agregó el mensajero que llevaba muchas acémilas. Gómez envió un ayudante a Maceo, que se encontraba aun en el vado del río, para decirle que no quería desperdiciar la ocasión de batir aquella columna; y entretanto situó las fuerzas de vanguardia por el frente, ocupando las faldas de una colina junto al camino de Sancti Spíritus, el que necesariamente tenían que llevar los españoles si resultaban exactos los informes del campesino.


   “Iguará era a la sazón un caserío que defendía el paso del Hatibonico del Sur, y formaba parte de una línea de destacamentos, como Tahuasco, Arroyo Blanco, Bellamota y Mayajigua, que cubrían la margen occidental del Hatibonico, constituyendo el perímetro avanzado de las Villas orientales.


   “La columna española, que, efectivamente, se hallaba en marcha, al divisar los puestos de caballería sobre la colina mencionada, se detuvo, y abrió el combate sin dilación desde las buenas posiciones que le brindaba el terreno, que eran el mismo camino de Iguará, especie de guardarraya muy abrigada, y algunos cercados contiguos, casi infranqueables para caballería. Acudió Maceo al sitio de la pelea, y después de conferenciar brevemente con el general en jefe, inició el ataque por el flanco derecho, única maniobra que podía dar resultado, aunque sufriendo muchas perdidas si el enemigo no se desconcertaba en los primeros momentos: Gómez, desde allí, le cerraría el camino por el frente. En esta situación el combate fue tomando calor. Los españoles se mantenían firmes, la granizada de proyectiles era espesa y continua.


   “Nuestra retaguardia y parte del centro no habían cruzado el río, y necesitándose el esfuerzo de todos para que el ataque fuese eficaz, ordenó Maceo que aquellos abreviaran el paso y apoyaran por la derecha el movimiento de flanco que iba a efectuarse. La empresa era más difícil de lo que a primera vista parecía, porque para acometer a los españoles por el lado vulnerable y desalojarlos de allí, había que atravesar un espacio obstruido por la maleza y bañado totalmente por las balas. Los toques de corneta, el tropel de la caballería rompiendo la manigua y las voces de mando de los oficiales, debieron de percibirlos los españoles que defendía el camino de Iguará, puesto que arreciaron el fuego al iniciarse el ataque, y se hizo furioso al desembocar los primeros grupos en el limpio. Este era el momento de la crisis, que había que resolver rápidamente por medio de un acto de arrojo que llevara el pánico a las filas enemigas, o de lo contrario, era segura la derrota, con perdida de mucha gente. Entonces se vio el orden de combate adoptado por la infantería española desde el principio de la acción, que antes no pudo precisarse por lo enmarañado del terreno: ocupaba dos líneas que formaban un ángulo oblicuo, bastante abierto, cuyo vértice era el destacamento de Iguará; de uno de los dos lados barrían la loma donde Gómez tenía desplegada la vanguardia, y desde el otro, de mayor longitud, rociaban de plomo el espacio limpio de arboleda por el que acababan de penetrar algunos jinetes de Oriente, empujados por Maceo; especie de tijera que fácilmente podía encerrar a los que se metieran dentro de las dos hojas.


   “Los primeros que avanzaron estaban fuera de combate; cayeron unos treinta, en menos de quince minutos. Mientras se abrían portillos en una cerca que detuvo la marcha tropelosa sobre el enemigo, este no ceso de disparar con buena puntería, notándose clara y distintamente el martilleo del maüser al botar la carga; los estampidos parecían una granizada seca hiriendo una superficie de zinc. Los troncos de los árboles servían de espaldones a los soldados del bando contrario y así pudieron hacer una resistencia sólida contra grupos de caballería al descampado.


   “Pero el destrozo causado en nuestras filas enconó los ánimos, disponiéndolos a tomar el desquite, y ya sin ver el peligro, con intrepidez heroica, se echaron sobre la línea formidable que defendía el camino de Iguará, conquistando una de las cercas al arma blanca después de un corto tiroteo a quemarropa. Empezó la confusión en las filas contrarias ante una embestida tan impetuosa; el machete dio alcance a los que trataron de resistir a pie firme, se hicieron prisioneros ilesos, se cogieron fornituras, armamentos y acémilas en buen número, poco falto para que no cayeran en nuestro poder algunos oficiales que con manifiesta precipitación abandonaban el campo con los restos de sus fracciones. Por el frente no fue menor el desorden introducido en las compañías que, apoyadas en un guamasal, defendían las posiciones de ese lado; pues habiendo advertido Gómez, el avance dado por Maceo, acortó en seguida la distancia, desalojando a los infantes españoles de los cercados más próximos y ocasionándoles bastantes bajas al tratar de guarecerse en el callejón de Iguará, que ya no ofrecía refugio a los fugitivos. Por entre la arboleda, algunos soldados protegieron poco antes la retirada de los heridos; no era posible la persecución con gente a caballo por los obstáculos naturales del terreno, sólo franqueable para infantería. El espanto de los mulos de transporte que corrían en todas direcciones, y el afán de cogerlos, contribuyó también a que escaparan de la persecución grupos enteros de soldados, y tal vez, entre ellos, el jefe de la columna, que trataba de dominar el pánico y de restablecer inútilmente el combate en las inmediaciones del destacamento. Logró, sin embargo, después de grandes esfuerzos, situar una línea avanzada temiendo ser atacado dentro del caserío, la cual tuvo que replegarse tan pronto como fue descubierta por los pelotones de caballería que reconocían el campo y recogían los objetos abandonados por los españoles.


   “Crítica en extremo era la situación del coronel Segura, jefe de la columna, encerrado en Iguará con escasas fuerzas y con una enorme impedimenta de heridos; es de colegir, por lo tanto, que no le hubiera quedado otro recurso que el de abandonar los heridos, si quería salvar el resto sano de la columna, o en caso contrario rendir las armas al vencedor, si este hubiese ido al asalto en seguida que el enemigo inició la retirada. Pero la falta de infantería impidió llevar a cabo esta segunda acción, y gracias a esa circunstancia no experimentó el coronel Segura un descalabro completo.


   “El brigadier Quintín Bandera debió oír el nutrido fuego de fusilería del combate de Iguará, pues hacía pocas horas que se había separado del cuerpo invasor y no se hallaba lejos del lugar de la acción, pero cumpliendo estrictamente con las órdenes del general en jefe no podía modificar el plan de las operaciones sin echarse encima la responsabilidad del incidente, aun cuando su presencia en el campo de Iguará nos hubiera proporcionado una envidiable victoria en cualquier momento de la lucha.


   “Sobre el campo dejaron los españoles 18 cadáveres, habiendo retirado bastantes más y muchos heridos, con perdida además de algunas acémilas, 54 fusiles y otras prendas de valor. El Fénix, de Sancti Spíritus, decía a los pocos días que fue la acción de Iguará una de las más reñidas de la campaña; que las fuerzas insurrectas eran de infantería y caballería, muy superiores en número a las españolas, y que estas tuvieron que retirarse con muchas bajas, pero con mucha gloria! -asertos que no discutimos (1).


   “Sensibles fueron las bajas de los cubanos; entre los muertos, el bravo teniente coronel Andrés Hernández, jefe de la escolta del general Maceo, y el comandante Teodomiro Torres, del regimiento Martí; heridos de gravedad, el jefe de Estado Mayor del general Gómez y el teniente coronel Enrique Céspedes, de la caballería de Bayamo, y catorce oficiales más. La división oriental tuvo 37 hombres fuera de combate, en los momentos de darse la acometida que decidió la acción.


   “Terminado este glorioso hecho de armas, que duró muy cerca de dos horas, se estableció el campamento en lugar no distante de Iguará, para que obtuvieran honrosa sepultura los que habían dado su vida en aras de la patria.


   “(1) La prensa de la Habana publicó lo siguiente:


   “"El día 3 salió el coronel Segura con una pequeña columna compuesta de 650 infantes y 60 caballos, llegando a Iguará con 39 enfermos y 300 acémilas. Supo allí que las partidas de Maceo, Máximo Gómez, Serafín Sánchez y Roloff habían sido arrojadas de su campamento de La Reforma por una columna, y se propuso batirlas. Concedió a sus fuerzas descanso de media hora y salió de Iguará a las nueve y media de la mañana. En el camino de Hatibonico a Iguará encontró la vanguardia, atacando al enemigo con el resto de la columna, y el fuego se generalizó. El coronel Segura, teniendo a su lado al teniente coronel del batallón de Granada, señor Amayas, vio que un grupo como de 500 jinetes se corrió por el flanco izquierdo para envolver la columna y cortarle la retirada, y mandó a escape a retaguardia, mandada por el comandante Masuti, viendo con satisfacción que este jefe rechazaba al enemigo. Para proteger la impedimenta, fue necesario formar el cuadro de una sola fila, y cargaban los insurrectos con tal ímpetu, que nueve de estos lograron penetrar dentro del cuadro, donde murieron. Una vez tomadas las posiciones por el valiente Sr. Amayas, y rechazadas las tenaces cargas de la caballería enemiga por el comandante Masuti, y cubiertas las precisas de retaguardia por el coronel Segura, el enemigo hizo una reconcentración y el jefe de la columna mandó recoger sus muertos y heridos, y ordenó la retirada a Iguará, haciéndolo primero la impedimenta y después las fuerzas con el mayor orden, reconociendo antes las inmediaciones del campo, donde dejó el enemigo 19 caballos muertos. Los rebeldes aseguran que tuvieron más de 150 bajas, y entre sus muertos un titulado brigadier y un coronel. Por nuestra parte hubo que lamentar siete muertos y 26 heridos, entre ellos un oficial, y un extraviado, y 3 caballos y 9 acémilas muertas, y 13 extraviadas. Siete de nuestras bajas lo fueron al arma blanca. La acción duró dos horas".


   “Las conjeturas del general Gómez respecto a la actividad de Suárez Valdés quedaban totalmente comprobadas, pues el jefe español quedó acampado en "Río Grande", mientras el cuerpo invasor cruzaba las fronteras de Las Villas. En esta operación sucedió algo parecido a lo del paso al territorio de Camagüey: allí faltó la concurrencia del factor de vanguardia; acá, el de retaguardia. Sin necesidad de forzar la marcha, la división de Suárez Valdés podía muy bien haber ocupado las márgenes del Hatibonico, el día 3 de Diciembre, o atacarnos en "Trilladeritas" el día anterior.”



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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