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23 de Febrero |
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Valle de Yumurí, Matanzas |
visto desde Montserrat |
• Santos católicos que celebran su día el 23 de febrero: |
- En el Almanaque Cubano de 1921: |
San Florencio, confesor y Sireno y Santas Marta, virgen y mártir e Isabel, virgen y mártir |
- En el Almanaque Campesino de 1946: |
Santos Pedro Damián, obispo y Policarpo, confesores Santa Marta, virgen y mártir |
El 23 de febrero en la Historia y Cultura de Cuba |
• 1956 - |
- Se inauguró la Exposición Nacional de Ganadería en el Parque Nacional de Ferias y Exposiciones de Rancho Boyeros. |
• 1913 - |
- Decreto que creó el Museo Nacional, el cual se inauguró el 28 de abril de 1913. El Museo consiste de dos secciones: Historia y Bellas Artes. |
• Cuba y su Museo Nacional, Así es Cuba, Cosas de mi tierra |
• El Museo Nacional en las Tarjetas Postales Cubanas. |
• 1896 - |
- Antonio Maceo en Matanzas. |
Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 113-114 nos describe los acontecimientos del 23 de febrero de 1896 en la Historia de Cuba: |
“Antonio Maceo entró de nuevo en la provincia de Matanzas, de regreso de su recorrido hasta el extremo occidental de la Isla, el 23 de febrero de 1896. Demostró, otra vez, que estaba poseído del genio de la guerra. No más de un mes hacía del famoso acontecimiento entrañado por su presencia en Mantua, rodeado de autoridades y elementos de la situación colonial, que se aprestaron a rendirle personal homenaje de acatamiento y a levantas el acta en que quedó constancia fehaciente, única por su naturaleza en los fastos de la Invasión, de aquel señalado suceso. Cuatro semanas habían bastado al héroe para recorrer los territorios de Pinar del Río y La Habana y penetrar en el de Matanzas. |
“Al cabo de la jornada del 22 de febrero, triunfante de obstáculos de todo género, las huestes de Maceo vivaquearon en la raya de las provincias de La Habana y Matanzas. Los movimientos realizados aquel día eran consecuencia inmediata del acuerdo entre el Generalísimo y el Lugarteniente, decididos a internarse otra vez en Matanzas. |
“Maceo tenía por maestro a Gómez. La lealtad de esta actitud era absoluta. Pero había más entre los dos grandes guerreros: el entrañable afecto que los aproximaba y unía. Maceo se sentía feliz acercándose a Gómez y obedeciendo sus inspiraciones. La colaboración de ambos jefes era ejemplar. Gómez y Maceo estaban penetrados de la alta conveniencia de efectuar una excursión por la comarca dos meses antes devastada por los soldados de la libertad, y la acción sucedió sin tardanza a las palabras de los próceres expresivas de semejante determinación. |
“En las primeras horas de la mañana del día 23 se dirigió Maceo a la parte central de Matanzas. No perdió de vista el plan de atraer con su presencia la atención del enemigo hacia el Norte de la Provincia. La jornada del 23 de febrero de 1896 resultó extraordinariamente satisfactoria. Entre Navajas y Güira de Macurijes, en la línea de Sabanilla, sostuvo la columna insurrecta una escaramuza con motivo de los intentos del coronel Eduardo García para impedir o dificultar el paso de un tren. Mas no hubo otros contratiempos para los designios del Lugarteniente, que pudo sentirse por la tarde, al hacer alto para acampar, complacido de sentar sus reales dentro de líneas intrincadas y fuertes del adversario, naturalmente desconcertado ante maniobras tan espléndidas del caudillo cubano.” |
- José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Occidente) - Tomo II: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 87-91 describe los acontecimientos del 23 de febrero de 1896 en la Historia de Cuba: |
“En el territorio de Matanzas las llamas de la hueste invasora habían prendido con furia, hacinado como estaba el combustible junto a las cepas de los cañaverales en sazón; pero el fuego eficaz del patriotismo no tomó cuerpo entre las masas populares: lo mantenían tan sólo los devotos del ideal con la fatiga propia de los que laboran secretamente, bajo el riesgo constante de la delación y agitados por la tétrica imagen del suplicio. Al darse la señal para el levantamiento del país, el gobierno español pudo sofocar las primeras chispas de la rebelión que brotaron en Ibarra, y disueltos los grupos hostiles y capturados los promovedores de la revuelta a los pocos días de haberse lanzado al campo, tan funestos preliminares tenían forzosamente que ocasionar un retraso sensible en la marcha general de la campaña, y por el lado opuesto, fortalecer al elemento español, de sobra engreído, y siempre dominador en las comarcas de Occidente. En otras páginas de esta historia hemos examinado las causas morales que contribuyeron al predominio del elemento integrista, y apuntado la dificultad de que la Revolución pudiera echar raíces entre las clases proletarias, maleadas de antiguo por los representantes de la autoridad colonial. Dentro de estas condiciones, tan favorables para el partido español, la lucha habría de ser terrible para el cubano que guerrease en este territorio, porque si el valor no menguaba y el heroísmo no desfallecía bajo la férrea mano del opresor, de cualquier modo iban a ser infructuosos los esfuerzos del soldado insurgente al sostener una lucha tan desigual como obstinada. No existían en Matanzas verdaderos núcleos de resistencia que pudieran hacer, frente o columnas bien organizadas, en más de dos encuentros seguidos; y las pocas fuerzas que constituían una de las brigadas del 50 cuerpo (en embrión) no habían podido extender el radio de sus operaciones más allá del término de Jagüey: y por lo tanto, el espacio más considerable del país, el centro de Matanzas, con su red ferroviaria y sus triángulos estratégicos, estaba sin explorar: era cortina impenetrable. Abarcando de una sola ojeada la configuración del teatro, a nuestra izquierda teníamos los países bajos de Cuba, la gran Ciénaga de Zapata, inundada casi siempre por el mar, sitio todo él pantanoso y en muchos parajes empedrado por el diente de perro; a nuestra derecha la rica zona de cultivo, la feraz campiña de color de esmeralda, con las fábricas de azúcar luciendo sus chimeneas airosas y sus techumbres de zinc, y por el frente, hasta perderse de vista, una sucesión interminable de pueblos, de villas y ciudades guarnecidas, ostentando la bandera de España en las flechas de los campanarios. Al través de esa superficie temible. recorriéndola en todas direcciones, de norte a sur, de este a oeste, por el frente y por los costados, la red de hierro, el pólipo enorme que habría de apretar, entre sus tentáculos acerados, al osado invasor que pusiera la planta sobre el tablero estratégico de Colón. El conjunto venía a ser algo así como una ciudadela formidable de la cual las orillas del río Hanábana eran el glacis, y su cauce el primer foso. |
“Este bosquejo que hicimos de la provincia de Matanzas al penetrar la hueste invasora, por las fronteras orientales, poco o nada había cambiado al volver Maceo dos meses después, desde Occidente. Si tomó algún incremento la revolución, y sobresalían algunos jefes valerosos y de influjo en el país, también el partido español había duplicado sus medios ofensivos, nutriendo sus batallones y columnas volantes que, al mando de jefes entendidos y audaces, extendían diariamente el radio de su actividad y penetraban hasta la misma Ciénaga de Zapata, el campamento más oculto del insurrecto. Al expirar el mes de Febrero de 1896, operaban en Matanzas las siguientes fuerzas cubanas: el coronel Eduardo García con Pedro Vidal y Clemente Dantín, por la zona Sur, desde Galeón hasta Manjuarí; por el Norte la brigada de José Roque, incorporada entonces a la columna de Maceo; por el centro, el general Lacret, que tenía a sus órdenes a Robau, García, Alvarez, Barroto, Alfredo Good, Ortega, entre los oficiales más nombrados; en la misma zona operaban Severino Cepero y Clemente Gómez, los cuales se habían hecho cargo de las fuerzas que levantó José Amieva; en la zona de Corral Falso el coronel Silverio Sánchez, que organizó algunos pelotones de caballería que formaron el regimiento Cárdenas; y al sudeste de Colón, la comarca que limita el río Hanábana, desde Amarillas hasta Voladoras, era la zona que recorría el coronel Francisco Pérez desde mucho antes de haber llegado la invasión a la provincia de Matanzas. De la península de Zapata era guardián y jefe absoluto el Tuerto Matos, hombre muy experto y audaz. No puede determinarse el número de hombres que sumaban esas fuerzas, pero el cálculo más aproximado a la verdad hace ascender a cuatro mil soldados el total de los insurrectos, entre reclutas y factores positivos de combate. |
“La invasión, que había reducido a pavesas la riqueza agrícola de Matanzas, no pudo destruir ninguna de sus poblaciones, ni los bateyes de las fincas azucareras, cada uno de los cuales se convirtió en baluarte inexpugnable tan pronto como de la columna invasora no quedó más que la huella. La destrucción de las líneas férreas no fue más que momentánea, porque el núcleo insurrecto carecía (le elementos adecuados para que esa hostilidad fuese eficaz y duradera. El ejercito español pudo reparar los desperfectos que ocasionaron los revolucionarios, de tal suerte, que los silbatos de las locomotoras sonaban lo mismo que en tiempo normal, con mayor estrépito por las señales de alarma, y a la vez se abrían banderines en todos los pueblos del territorio para el enganche y movilización de guerrillas del país, las que, primero, fueron patuleas de fácil batir y después, instruidas debidamente, formaron las vanguardias facinerosas de los batallones de Molina. El Limonar, Corral Falso, Cimarrones, Bolondrón, Guareyras, Calimete, Amarillas y Jagüey se hicieron célebres por sus escuadras de guerrilleros, reclutadas entre la flor de la criminalidad, y por el tesón con que defendieron la bandera de España durante la última guerra de independencia. Al frente de los batallones de tropa regular estaban el general Prats y los coroneles Vicuña, Molina, Almendáriz, Alfau, Aldea, Pavía, jefes todos ellos aguerridos, y las columnas que podían transportarse de un punto a otro por medio de ferrocarril, tenían siempre cuarteles inmediatos donde abastecerse y pernoctar. Dentro de estas condiciones, tan desfavorables para el insurrecto, la lucha de las armas era poco menos que insostenible, casi siempre funesta para nuestros parciales, que sobre no contar con elementos suficientes de combate, veíanse acosados por otras calamidades, el hambre y las epidemias, en atención a que las zonas de cultivo habían experimentado los efectos de la guerra devastadora y la riqueza, pecuaria había desaparecido totalmente. Si nuestra campaña se hubiera establecido con verdadero método desde los comienzos de la lucha, puede asegurarse que el territorio de Matanzas no habría sido campo de constante hostilidad por parte de los insurrectos, sino que constituidos en dos núcleos vigorosos, uno de ellos en los límites de la provincia de la Habana, por el Este, el otro, en la margen oriental del río Hanábana, de esta manera, dejando limpio el centro de la comarca más hostil, las fuerzas cubanas, sin correr los riesgos de una lucha tan desigual, hubieran podido efectuar correrías muy provechosas por el campo enemigo y regresar casi intactas a sus acantonamientos, después de haber hecho sentir los efectos del rebato asolador. |
“Situado Maceo en el distrito de Matanzas, se propuso realizar una rápida excursión por todo el perímetro con objeto de despistar al enemigo dentro de la ruta que acordó con el general Gómez, al separarse de éste en Galeón. Según lo acordado, Maceo llamaría la atención de los españoles por el Norte de la provincia, seguirá por el mismo rumbo basta el distrito de la Habana, y volvería después a Matanzas para que se le uniera la infantería oriental, que a la sazón se encontraba en los límites de la provincia, entre el Hanábana y Palmillas. En la mañana del 23 partió Maceo de Galeón para encaminarse al centro de la comarca matancera. En la línea de Sabanilla, entre Navajas y Güira de Macurijes, y mientras el coronel Eduardo García trataba de impedir el paso de un tren, se cruzaron algunos disparos con la tropa que reparaba los desperfectos de la vía; salvada esta dificultad, única durante la jornada, pudimos proseguir la marcha hacia el distrito de Corral Falso, para acampar dentro de las líneas más fuertes de los españoles.” |
- Asesinados los vecinos del Guatao. |
José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Occidente) - Tomo II: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 138-140 describe estos acontecimientos del 23 de febrero de 1896 en la Historia de Cuba: |
“El día 23 de Febrero entró en Punta Brava el oficial Baldomero Acosta con alguna caballería, al tiempo que, por el camino opuesto, acudía un pelotón del regimiento Pizarro al mando de un sargento, allí conocido por Barriguilla. Los insurrector cambiaron algunos tiros con la gente de Pizarro, y se retiraron por el camino que une a Punta Brava con el caserío de Guatao. A los cincuenta hombres de Pizarro seguía una compañía de voluntarios de Marianao y otra del cuerpo de Orden público, al mando del capitán Calvo. Siguieron por el camino de Guatao; esto es, por donde se había retirado Baldomero Acosta. Como a medio kilómetro del trayecto, sostuvieron fuego con un soldado insurrecto, el cual, por tener el caballo cansado, se hizo firme en aquel lugar; diéronle muerte, y simultáneamente asesinaron a un mozo de labranza llamado Bruzón. Siguieron marcha hacia Guatao, y al penetrar la vanguardia en el caserío se inició la matanza contra el vecindario pacífico; asesinaron a doce habitantes del lugar, entre ellos a un español, teniente de voluntarios de la Habana. Las mujeres, aterrorizadas, buscaron refugio en una casa de mampostería; pero el sargento Barriguilla, insaciable en su furia, y bajo el pretexto de registrar el local, ordenó que salieran aquellas infelices y haciéndoles una descarga llevó al colmo sus sanguinarios instintos. Con la mayor celeridad la columna que mandaba el capitán Calvo, echó mano a todos los vecinos que corrían por el pueblo, y amarrándolos fuertemente en calidad de prisioneros de guerra, los hizo marchar para la Habana: el número de esos desgraciados ascendía a 18. No saciados aun con los atropellos cometidos en las afueras de Guatao, llevaron a remate otra bárbara ejecución que ocasionó la muerte a uno de los presos y terribles heridas a los demás. El marqués de Cervera, militar palatino y follón, comunicó a Wéyler la costosísima victoria obtenida por las armas españolas; pero el comandante Zugasti, hombre de pundonor, denunció al gobierno lo sucedido, y calificó de asesinatos de vecinos pacíficos las muertes perpetradas por el facineroso capitán Calvo y el sargento Barriguilla. |
“La intervención de Wéyler en este horrible suceso y su alborozo al conocer los pormenores de la matanza, se descubre de un modo palpable en el despacho oficial que dirigió al ministro de la Guerra a raíz de la cruenta inmolación. "Pequeña columna organizada por comandante militar Marianao con fuerzas de la guarnición, voluntarios y bomberos a las órdenes del capitán Calvo de Orden público, batió, destrozándolas, partidas de Villanueva y Baldomero Acosta cerca de Punta Brava (Guatao), causándoles veinte muertos, que entregó, para su enterramiento al alcalde de Guatao, haciéndoles quince prisioneros, entre ellos un herido, cogiendo diez caballos, monturas, machetes y suponiendo llevan muchos heridos; nosotros tuvimos un herido grave, varios leves y contusos. -Wéyler". |
“Así, con el mayor cinismo, lo telegrafió Wéyler, y de esa manera concertaba el más vergonzoso de los crímenes con la más impúdica de las mentiras.” |
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