Calendario Cubano
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El 14 de febrero en Acuario
Acuario

14 de Febrero
Día de los Enamorados
14 de febrero enamorados en la Plaza de la Catedral de La Habana.
En la Plaza de la Catedral de La Habana

• Santos católicos que celebran su día el 14 de febrero:

- En el Almanaque Cubano de 1921:

Santos Valentín, presbítero mártir, y Juan Bautista de la Concepción, fundador

- En el Almanaque Campesino de 1946:

Santos Valentín, presbítero, y Juan Bautista de la Concepción, confesor


• Natalicios cubanos:

Aranguren Martínez, Néstor: -Nació en La Habana el 14 de febrero de 1873 e ingresó en las filas de la Revolución al estallar la última guerra de independencia, alcanzando por sus proezas inauditas y actos de valor el grado de coronel. El 27 de febrero de 1898, denunciado villanamente, la tropa española le sorprende en la finca La Pita, cerca de Campo Florido, y muere gloriosamente defendiéndose del alevoso ataque.


Nogueira Odaeta, Rafael: -Nació en La Habana el 14 de febrero de 1884. Hizo sus primeros estudios en el colegio El Progreso, de Carlos de la Torre, y terminó los superiores graduándose de médico en la Universidad de La Habana. Doctor cirujano considerado en sus tiempos la “primera cuchilla”.


Guije.com - estudios en la cultura y la historia de Cuba El 14 de febrero en la Historia de Cuba

• 1896 -

- La tropa de Antonio Maceo, ya en la Provincia de la Habana y a las orillas de Güira de Melena, recibió una descarga a quema ropa que le ocasionó nueve bajas, por la tropa que custodiaba la línea.

• 1869 -

- Conspiración en Cárdenas.

Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 95-96 nos describe los acontecimientos del 14 de Febrero de 1869 en la Historia de Cuba:

   “La actitud de los cubanos era resuelta. Al cabo de repetidos intentos y de pacientes esfuerzos se decidieron a empuñar las armas en demanda del reconocimiento del derecho a gobernarse por sí propios. Esto produjo el desconcierto en las filas de los servidores y usufructuarios de la Colonia. Pero, como impulsados por cólera diabólica, tomaron el peor de los rumbos ante los amagos del desastre. No quisieron oír la voz de la razón. Entre la obstinación en la maldad y la rectificación salvadora, midiendo antecedentes y efectos, los que por sus intemperancias e imposiciones formaban la opinión imperante no estuvieron remisos en decidirse por el partido de la perdición.

   “La conducta rebelde de los hijos del país respondía al desprecio con que la Metrópoli había visto los requerimientos justísimos de la Colonia. Cuando en Yara quedó encendida la tea revolucionaria en vano esperaron los ecuánimes un cambio de procedimientos en el manejo de los asuntos públicos de la Isla. Los representantes de la Metrópoli buscaron el restablecimiento de la paz y el imperio de una concordia que había desaparecido desde las postrimerías del primer cuarto del siglo XIX. ¿Que medios o resortes pusieron en juego? Las demandas de los criollos sólo merecían, a juicio de los opresores, nuevas falaces promesas, como si hubiese sido posible ya una reconciliación sin que mediaran el abandono absoluto del régimen y el advenimiento de la justicia y del derecho.

   “Trabada la lucha cruenta, no ya los coadyuvantes efectivos a la Revolución, sino también cuantos simpatizaban de alguna manera con el esfuerzo redentor atrajeron hacia sus personas la furia de los adictos a la Colonia. La malaventurada política de agriar más y más los ánimos ya predispuestos a la acritud tomó otra vez carta de naturaleza entonces. La Habana fue testigo de acontecimientos realmente bochornosos. Hasta los bienes materiales, como si el patrimonio de cada patriota hubiese constituido un insulto para el integrismo, fueron hollados por la soberbia de los que precisamente se preciaban de ser los monopolizadores del orden y de la verdad.

   “Ejemplo triste de tamaños desmanes fue lo sucedido el 14 de febrero de 1869 con motivo de ser embarcado de Cárdenas para La Habana José Manuel Ponce de León y catorce cubanos más, todos acusados de conspiradores y detenidos en aquella ciudad matancera el 7 del citado febrero. A bordo del barco que había de conducirlos a la capital de la Isla los aguardaron un comandante y una compañía del ejército español. El acto, como de costumbre, fue aparatoso al encontrarse los aprehendidos ante los guardadores del orden. Pero no consistió en ello la nota más significativa. El jefe español se encargó de darla en seguida. Hizo conducir a Ponce de León y a sus compañeros a la cámara principal del buque. Allí les notificó que debían observar durante el viaje compostura y quietud poco menos que absolutas, pues al menor desmán de cualquiera de ellos cumpliría la disposición que se le había comunicado de acuchillarlos. El procedimiento no resultaba nuevo ni único. El caso se repitió con frecuencia inusitada, para mengua y perdición cabalmente de los que tales desmanes realizaban. Los servidores de la Metrópoli no querían ver la realidad de que, colocado el desdén del oprimido frente a la furia del opresor, cada vejamen acabaría por traducirse en una nueva disposición al sacrificio en el ara de la liberación de Cuba.



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Última Revisión: 1 de Abril del 2008
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