Calendario Cubano
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El 8 de febrero en Acuario
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Cuba.
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8 de Febrero de 1953 - Revista Carteles
Revista Carteles
8 de Febrero de 1953

Catedral de Santiago de Cuba.
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Fuente de La Noble Habana.
La Noble Habana
La Habana
8 de Febrero
8 de Febrero en la entrada al Zoológico de La Habana.
Entrada al Zoológico de La Habana

• Santos católicos que celebran su día el 8 de febrero:

- En el Almanaque Cubano de 1921:

Santos Juan de Mata, fundador, y Moisés obispo y confesor

- En el Almanaque Campesino de 1946:

Santos Juan de Mata, Lucio, mártir, y Santa Caínta, mártir


• Natalicios cubanos:

Cruz Pérez, Rafael: -Nació en Sancti Spíritus el 8 de febrero de 1850 y murió en la misma ciudad el 20 de mayo de 1913. Tras las primeras letras, ingresó en los Escolapios de Guanabacoa (1864-67) de cuyo centro salió para ejercer el magisterio, que trocó por el arma del combatiente. El repique de La Demajagua había sonado en su pecho y para la manigua se fue con todo su patriotismo, que mantuvo encendido aun durante el lapso de tregua. Por aquel tiempo se licenció en derecho, mientras dirigía un colegio de primera enseñanza por él fundado: a la par era estudiante y maestro. Con poca vocación al ejercicio de lo abogacía, se especializó por la cultura jurídica, por el examen de los principios y por la investigación de la Historia del Derecho. Y empezó a escribir sobre estas materias, que alternó con escarceos por los campos de la literatura. Vuelta de nuevo la guerra a encenderse, estuvo en ella toda la campaña y a su término, el gobierno interventor lo nombró magistrado del Tribunal Supremo de Justicia, que presidió breve tiempo y en su cometido recibió juramento al primer Presidente de la República. Antes había sido concejal, síndico y alcalde interino de su ciudad natal, en la que dirigió los periódicos “El Partido Liberal” y “El Espirituano”. Desconocemos los méritos en que se fundó el gobierno de Gómez para nombrar al eminente jurisconsulto miembro de la Academia de la Historia, pero el caso es que Rafael Montoro ocupó años después el sillón que dejara vacante al morir.


Guije.com - estudios en la cultura y la historia de Cuba El 8 de febrero en la Historia de Cuba

• 1908 -

- Se inauguró el tranvía eléctrico en la ciudad de Santiago de Cuba.


• 1898 -

- Acción Internacional de España.

Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 83-84 nos describe los acontecimientos del 8 de febrero de 1898 en la Historia de Cuba:

   “El escritor que el 1° de abril de 1897, en París, en el semanario La República Cubana, se refirió a la situación de Creta, para loar la conducta de las potencias del Viejo Mundo frente a las tropelías turcas, señaló la resolución de conquistar la independencia o extinguir la propia existencia que era guía y norte de los combatientes antillanos. Europa debía conocer esta extrema determinación, como sabida la tenía América. Para Creta y los cretenses había habido en las naciones de Europa un movimiento de simpatía y una acción común con el propósito de hacer de aquel pueblo un pueblo libre. ¿Olvidarían esas mismas naciones que en el Nuevo Mundo alentaba otro pueblo que merecía con no menos razón y justicia ser un pueblo libre? El interés de la humanidad y el buen nombre de la civilización reclamaban el reconocimiento del derecho de Cuba a lograr su emancipación.

   “Nunca, ni en circunstancias tan propicias como las elaboradas por el problema cretense, la Europa oficial quiso ayudar a Cuba en la empresa de elevarse a la condición de estado soberano. Incomprensión absoluta y egoísmo invencible eran valladares que atajaban el paso a toda alta iniciativa nacida al calor del principio de cooperación internacional entre hombres y pueblos. Más de una vez las potencias del Viejo Mundo dieron muestras de actividad o parecieron estar a punto de obrar en torno al conflicto hispanocubano. Pero ¡cuán lejos se hallaron siempre de incrementar con la fuerza de su autoridad el desenlace feliz de los destinos de la mayor de las Antillas!

   “La diplomacia hispánica buscó contacto íntimo con las grandes potencias europeas desde que comprendió la creciente gravedad de sus relaciones con los Estados Unidos. En 8 de febrero de 1898, en telegrama circulado a los embajadores de España en París, Berlín, Londres, Viena, Roma y San Petersburgo, el ministro de Estado Pío Gullón -para señalar el principio de la reacción hacia la catástrofe final de las diferencias existentes entre Madrid y Washington con motivo de la guerra de Cuba reflejó los recelos fomentados por la ostentación y concentración de fuerzas navales norteamericanas cerca de la Isla.

   “El gabinete de Madrid pretendía tener informados a los de las naciones prepotentes de Europa de sus choques con el de Washington. Aspiraba a preparar el terreno para decisiones que se prometía transcendentales. La ocasión no tardó en presentarse. El ministro Gullón de nuevo se comunicó telegráficamente, en el mes de marzo de 1898, con los representantes de España en el extranjero para participarles que el gobierno de la Unión iba a llevar al Congreso el dictamen de su comisión sobre la voladura del crucero acorazado Maine en la había de La Habana y que Madrid solicitaba, desde luego, el consejo de las grandes potencias y, en último término, su arbitraje para dirimir las discordias pendientes y las que en un porvenir próximo podían perturbar una paz que España deseaba conservar hasta donde su honor y la integridad de su territorio lo consintiesen, no sólo por lo que a sí misma concernía, sino también por lo que la contienda, una vez encendida, podría afectar a los demás países de Europa y América”


• 1896 -

- Combate de Manajanabo venciendo las huestes cubanas de Serafín Sánchez a las españolas del coronel López Amor.

- Rudo combate en Río Hondo que duró todo el día, entre las fuerzas de Antonio Maceo y las españolas que marcharon en defensa de Candelaria.

- Combate de Las Yaguasas en la carretera de Candelaria a San Cristóbal contra las fuerzas españolas bajo el mando del coronel Segura.


- José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Occidente) - Tomo II: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 45-53 describe los acontecimientos del 8 de febrero de 1896 en la Historia de Cuba:

   “La columna de Maceo, al tomar por la calzada de San Cristóbal, destruyó un edificio de mampostería que brindaba sólido parapeto a cualquier fuerza española que intentara reconocer el camino real del Oeste. En las inmediaciones de Río Hondo, y cerca del puente de Yaguazas, esperó Maceo a los españoles que en la tarde anterior le obligaron a levantar el sitio de Candelaria. En las cercanías de esta población habían quedado dos escuadrones de vigilancia. Maceo situó el núcleo de su columna en una planicie de bastante extensión, aunque enmaniguada por uno de los extremos, a la derecha del canino, yendo de Candelaria a San Cristóbal: desde allí se divisaba la cabeza del puente de Yaguazas. El sol estaba en el cenit. Minutos después, las guardias que vigilaban la carretera anunciaron la proximidad de los españoles con los disparos de la fusilaría, y una pareja del retén más avanzado llegaba al campamento trayendo la noticia de que un brazo de la columna había flanqueado por la izquierda, o sea nuestra derecha, al recibir el primer saludo de los centinelas. Salió el General a escape hacia el lugar amenazado, sin cuidarse del número de acompañantes que le siguió, tan exiguo que no pasaba de doce hombres, debido a la precipitación de sus impulsos, nunca dominados por la prudencia en aquel temperamento batallador, y poco faltó para que el combate de Río Hondo, previsto con antelación, no fuera un lance desgraciado, puesto que el General y el corto séquito que pudo acompañarle, quedaron extraviados en una ceja del monte, mientras buscaban el flanco del enemigo; y la masa de la columna, que no salió de la carretera, enviaba un turbión de balas en todas direcciones, por el frente y los dos lados de la vía, rociando la maleza, las vallas, la llanura y la ceja del monte. El aguacero de plomo era formidable; los chispazos de los maüsers turbaban la vista: si el sol no hubiese alumbrado el campo de batalla, el relampagueo de los fusiles españoles hubiera tomado el aspecto de un meteoro furioso, con iluminaciones, truenos y ráfagas de huracán. Parecía una nube cargada de electricidad que iba impelida por el viento, sin cambiar de dirección, echando rayos a derecha e izquierda, con acompañamiento de granizada. Por fortuna, el extravío de Maceo fue cosa momentánea; acudieron algunos pelotones más, en seguida mayores refuerzos que siguieron la huella del impetuoso capitán, hasta dar con él en los instantes más críticos, pues contestaba al fuego de los españoles a la cabeza del exiguo pelotón; y ya en firme, se pudo examinar la posición de la columna española y darse las disposiciones necesarias para atacarla con denuedo sobre la misma calzada. Los españoles iban a posesionarse del edificio que dos horas antes demolió la tropa insurrecta, echándole ramaje encendido para que sólo quedaran escombros peligrosos: era una estación de obras públicas destinada al servicio de reparaciones, en donde el peonaje guardaba los picos y azadas. En torno de Maceo, pendientes de su ademán, se hallaban unos cuatrocientos hombres; con el machete desenvainado, erguido, culminante y grave, echó una mirada a sus soldados, todos mudos, y dijo estas palabras: "Prepárense, que voy a dar una carga; corneta, toca a degüello; de frente todo el mundo sobre la calzada". Ni una sílaba más. Se dio la embestida, de frente, mezclados y confundidos los jinetes de diferentes cuerpos, hasta chocar con la infantería española, y se asaltó el muro de bayonetas por el lado más ofensivo y reforzado, pues el jefe de la columna y todos sus subalternos vieron perfectamente el rebato de la caballería cubana, y nutrieron el frente de batalla para defenderse de los impetuosos macheteros que cargaban a fondo y estaban ya encima de los infantes, a pesar de las formidables descargas de la primera y de la segunda línea, y de la solidez del peonaje, agrupado en haz a la cabeza del puente de Río Hondo. El polvo de la riña interpuso un telón momentáneo entre las dos multitudes: no se vio el estrago, y la sangre ya corría sobre el blanco tapiz de la carretera. Los hombres más recios de nuestro partido estaban al lado opuesto de la calzada, sin haberse dado razón de la heroica aventura. Con el ímpetu de la carga desbarataron un núcleo de infantería, mataron al capitán, que hacía esfuerzos prodigiosos para cerrar el boquete, y pasaron al otro lado de la vía, cayendo algunos, tal vez treinta, tal vez cuarenta, de los más osados, bajo las terribles descargas de los españoles, que volvieron a agruparse instintivamente, comprendiendo que la disgregación era la sentencia de muerte. Al capitán que mandaba la compañía diezmada, lo derribó el comandante Larios, peninsular, que servía en las filas insurrectas, uno de los primeros que llegó a la calzada y se echó encima del adversario más apuesto, que ostentaba galones en las bocamangas.

   “Lo vimos muerto, todavía con el uniforme, y la sangre en el rostro. En apoyo de Larios, llegaron oportunamente otros jinetes del escuadrón de Guantánamo y de los escuadrones de Pinar del Río y de Matanzas, todos revueltos y alborotados, esgrimiendo el machete feroz, y abrieron el ojal indispensable para ofender el otro frente de la infantería española, desde el lado opuesto de la calzada. En estos instantes Maceo, que atacaba a fondo, recibió un balazo en la pierna derecha, que lo sacudió fuertemente del caballo; pero se repuso en seguida, sin demostrar la menor inquietud, a fin de que no cejara el ataque por el frente más hostil de los españoles. Una descarga desbarató la rodilla de un oficial del Estado Mayor, llamado Leopoldo García, hijo de Holguín. "¡Recojan a ese muchacho belicoso!" -gritó Maceo, sin cuidarse de la fuerte contusión que él acababa de recibir. No era posible volver grupas, ni aun para atender a los que caían heridos, porque la unidad española, viendo el destrozo de la primera línea, apretó la formación, redujo todo lo posible la longitud pegando a los jinetes los infantes; y en esta disposición abrió todas las cajas de guerra para que el maüser no dejara de funcionar un solo instante por los cuatro lados agredidos, única manera de ventilar el duelo con armas desiguales: el machete y el fusil.

   “El General, al reponerse del golpe, sintiéndose firme en los estribos sobre el noble alazán que montaba en aquella función, al que bautizó allí mismo con el nombre de Libertador, porque el corcel paró la marcha al ser sacudido el caballero por el balazo del adversario, el, intrépido Maceo echó tres escuadrones más, 200 jinetes de diferentes cuerpos, de las Villas, de Céspedes, del Rubí y de Matanzas, sobre el mismo lugar del tremendo altercado, con la orden estricta de que cruzaran al lado opuesto de la calzada, por arriba o por debajo del viaducto, a fin de que sirvieran de sostén a los primeros escuadrones que habían realizado la empresa más arriesgada, y no era posible que volvieran al asalto sin que todos sucumbieran sobre el mismo terreno de la brava disputa. Era preciso que los españoles fuesen hostilizados por el envés y con mucha energía, para obligarles a dispersar sus fuegos al recibir la nueva agresión de los insurrectos. Las partidas que envió Maceo pudieron franquear el pasaje más peligroso, trepando por las márgenes del río, sin que fuesen divisadas por el adversario, y ya entonces cambió la faz de la cuestión, debido a que la infantería española, toda agrupada cerca del edificio destruido de orden de Maceo (la casa de obras públicas, que aun ardía), sintió el plomo enfilado de nuestra tropa, que la obligó a distraer una o dos compañías del centro de batalla, para que cubrieran el flanco atacado por los jinetes insurrectos, convertidos en infantes momentáneamente, y prontos a dar otra embestida a caballo si el incansable adalid volvía a la carga con el acero desnudo. La jornada era ruda, larga y tremenda, pero el desenlace no se vislumbraba por ningún horizonte. Maceo había concebido el propósito de capturar los restos de aquella columna, si no le llegaban socorros de Candelaria, asediándola durante las tres horas que quedaban de sol, y durante toda la noche para darle, al día siguiente, el ataque final en aquel mismo lugar si allí continuaba, o cuando se dispusiera a buscar salida. ¡Qué noche nos aguardaba! El protagonista acababa de expresar su pensamiento: "Hay que coger a esos soldados ellos no se rendirán, pero hemos de arrebatarles los equipos, si no hoy, mañana". La brega iba a seguir, no sabíamos cuantas horas más. No había que pensar en la rendición por cansancio, o por la mortandad de la hueste: los jefes españoles que tenían pundonor, cono el que batallaba en Río Hondo (el coronel Enrique Segura), sucumbían antes que pedir cuartel al adversario. Tampoco podía salir del atolladero, por sus solos impulsos. En esta situación se mantuvo la pendencia una hora más.

   “Los retenes que vigilaban el camino de Candelaria, fuera del radio de la acción, anunciaron la proximidad de otras fuerzas españolas que avanzaban por la carretera: iba, pues, a desarrollarse otra pendencia, acaso tan reñida como la de Río Hondo ¡en aquel mismo lugar, va bastante ensangrentado! Otra acción a las cuatro de la tarde, sin haberse decidido la primera!

   “La norma de la prudencia, los mandatos imperiosos de la necesidad y las mismas reglas militares decían: basta de combate en la actual jornada, déjese el pleito para el nuevo día, después del indispensable reposo y de atender a los heridos de mayor gravedad que no deben, dejarse sobre el campo de la muerte. ¿Pero quién se atrevía a llevar la voz del consejo?... Los funcionarios de Sanidad no se arriesgaban a resolver nada práctico, mientras Maceo no lo dispusiera; ocurrían a la urgencia del caso clínico, pero no adoptaban ninguna medida que pudiera trastornar el orden de las cosas, ¡el orden dentro del torbellino! El narrador de estas páginas, que por su graduación y estrecha amistad con el General, era el llamado a indicarle alguna medida previsora, permanecía mudo, como el simple soldado de filas. No nos duele confesarlo: no éramos ni la mano derecha ni la mano zurda del hombre: un jefe de Estado Mayor, sin voz ni autoridad en ningún consejo (jamás hubo consejo de consultas); un amigo predilecto que se permitía contradecirle en determinadas ocasiones, yendo tranquilos de marcha o conversando en el vivac, pero un cero, como todos los demás, cuando empezaba la sinfonía de las armas.

   “Por segunda vez la tropa de Maceo dejó de combatir a pie para retar a caballo al competidor que venía de refresco, haciendo alarde de su superioridad: ruido atronador de fusilería y disparos de cañón. Lanzó Maceo los escuadrones de Matanzas, que mandaba interinamente el teniente coronel Carlos González, ayudante de] Cuartel general, para que hicieran cara al nuevo opositor que, con buen golpe de caballería y picando de rodeo, trataba de reconocer el campo insurrecto antes de unirse a la columna sitiada en Río Hondo, de la cual iba en auxilio. Los cañonazos eran señales del próximo socorro. El nuevo combate empezó a unos dos kilómetros de Río Hondo, hacia Levante, con fuego violentísimo y amagos de carga entre las dos parcialidades. La caballería de Matanzas, que había organizado el coronel. Bermúdez en la campaña de invasión, atacó con denuedo a los escuadrones enemigos, desplegados en ala sobre una de las planicies de nuestra derecha. Salió herido el teniente coronel González, pero no dejó el puesto de honor, y secundado por el segundo jefe, el teniente coronel Bacallao, por Regino Alfonso, por Eulogio Sardiñas y toda la aguerrida oficialidad, aguantó firme la rociada de un batallón que tendió en auxilio de la caballería flanqueadora. Fue necesario que Maceo echara más peso sobre la nueva columna, quitando factores del círculo principal que estrechaba el bloqueo de Río Hondo; renovóse la pelea de- infantería contra infantería; nuestros soldados ocuparon algunos bohíos de las inmediaciones, para agredir con más tino a los nuevos combatientes y a la vez guarecerse de los metrallazos que reventaban cerca de las patas de los caballos, no sabemos si debido a la puntería de los artilleros españoles, o por efecto de la situación topográfica de nuestro campo. Se dio el caso singular de que una granada, atravesando un lienzo de madera de una de las casas, en donde se hallaba un retén de Las Villas con el capitán Manuel Aranda, cogiera a un soldado en el cuello, dejándole sin sentido. En apariencia, el hombre estaba muerto; fue retirado del bohío para darle sepultura: el hombre revivió allí mismo, curó de la lesión fenomenal, volvió a la lucha, apenas restablecido, y vive aún en el territorio de Santa Clara. Es de mencionarse otro caso singular, aunque incurramos en un pequeño anacronismo. Al día siguiente del combate de Río Hondo, Maceo vio a un soldado del escuadrón de Guantánamo en actitud supina, y rígido, entre los muertos del bando español. Un balazo le había atravesado el cráneo, de parietal a parietal, o de la frente al occipucio, no lo recordamos bien pero, sí, podemos asegurar que vivió, que curó en la manigua, volvió a la palestra, fue herido otra vez y vive todavía. Recordamos perfectamente toda su figura cuando Maceo lo sacó de entre los muertos.

   “Vino la noche; nuestras tropas vivaquearon al pie del campamento español. El Cuartel general se situó en una finca inmediata, para disponer la conducción de los heridos de mayor cuidado. La columna auxiliadora acampó en la misma carretera, a vanguardia de la que bregó en Río Hondo, para servirle de sostén durante la noche y proteger la marcha de retirada. El propósito de capturar los restos de la primera columna, era ya impracticable con la llegada de los refuerzos, salvadores. Eran mil hombres más, por lo menos, que no estaban rendidos por la fatiga ni mermados por el plomo. Además, se tuvo aviso que el capitán general Sabas Marín estaba en Candelaria, y no era de pensar que hubiese realizado el viaje con una pequeña escolta. Sin embargo, el general Maceo, que pasó la noche en vela, disponiendo el transporte de los heridos y despachando correos a las prefecturas del distrito, se aproximó a la calzada, antes de que amaneciera; a las seis estaba ya sobre el enemigo. Las fuerzas españolas tomaban la dirección de Candelaria, de donde habían partido el día anterior con el propósito de despejar la carretera desde Candelaria a San Cristóbal, sin haberlo logrado. La división española, hostilizada por la escolta del general Maceo, apresuró el paso, y con tal prisa, que no se cuidó de enterrar los muertos de la jornada de Río Hondo. Hasta el barrio de la Tenería, casi a la vista del cuartel general de Sabas Marín, las guerrillas insurrectas fueron picándole los talones a la segunda columna, que, al emprender el camino de retroceso, cubrió la retaguardia del coronel Segura cuyo destino era lidiar con el batallador insurrecto, llevando siempre la peor parte. En Iguará luchó contra la hueste invasora acaudillada por Gómez y Maceo, y algunas veces más iban a encontrarse los dos antagonistas, frente a frente, en el campo de la enconada discordia. El coronel Segura no perdía el rastro, como los jefes más ponderados del ejército español, que se extraviaban en el camino real, o torcían el rumbo al examinar las huellas de la tropa cubana.

   “Maceo retornó al campo de Río Hondo. Registrando el lugar donde se ventiló la ruda contienda, se hallaron 17 muertos españoles, los más insepultos, entre ellos el capitán de la vanguardia, todavía con el uniforme de uso y la sangre en el rostro; montones de caballos y acémilas a ambos lados de la vía central; equipos, cartucheras, cápsulas y fusiles inutilizados. Los españoles construyeron parapetos con los escombros de la casa incendiada, a los que agregaron barriles, barras de catre, taburetes y otros enseres domésticos hallados al azar. Durante aquella larga noche de invierno debieron sufrir grandes angustias y penalidades. Nuestra tropa salió también muy castigada, por el plomo enemigo. El Estado Mayor anotó 85 bajas, pero la cifra no era exacta según indagaciones practicadas a los pocos días del suceso. La gente bisoña que mandaba Pedro Delgado, en su mayor parte provista solamente de machete, fue diezmada al echarse encima de los sólidos españoles, de tal manera, que no es exagerado afirmar que de cincuenta hombres, cayeron la mitad. Atacaron a los españoles con los puños ¡sin pistola, sin machete y sin cuchillo! Escudriñando las malezas de Río Hondo, se encontraron quince muertos más del partido cubano, sin que de momento pudiera señalarse a qué cuerpo pertenecían. No presentaban ningún vestigio de haber empuñado el arma: el vestuario estaba completo, y pendiente de la cintura no tenían más que el vaso de lata; a dos pasos de allí, el caballo exánime, con el equipo intacto. Se reconstruyó el pasaje culminante de la tragedia; esos hombres, siguiendo a su esforzado jefe, el teniente coronel Pedro Delgado, habían obtenido la palma del heroísmo; se arrojaron sobre las bayonetas con las manos solas: el ruido del metal, que sonaba en torno de ellos, era el golpe del vaso de beber al dar contra el muñón de la montura. Maceo se sintió conmovido, él, tan acostumbrados ver la muerte en todas las posiciones y aspectos, y murmuró este panegírico: "Yo nunca había visto eso; gente novicia que ataca inerme a los españoles ¡con el vaso de beber agua por todo utensilio! Y yo le daba el nombre de impedimenta!"... Si el gran caudillo hubiera sobrevivido a la tremenda batalla por la libertad del país, esta misma oración, grabada sobre una losa humilde, recordaría hoy al mando de los buenos el triste y conmovedor episodio!”...


1875 en la vida de José Martí 1875 -

- José Martí en México.

José Martí no veía a su familia desde el 15 de enero de 1871 que salió desterrado de Cuba. Después de obtener el grado de sobresaliente en la verificación de grado, 24 de octubre de 1874, se fue de España con el propósito de reunirse con su familia en Ciudad México. El 8 de febrero de 1875 Martí llegó a Veracruz.


• 1834 -

- En La Habana se proclama a la reina Isabel II.


• 1815 -

- Congreso Internacional de Viena, prohibiendo la trata negrera esclavista.



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Última Revisión: 1 de Septiembre del 2008
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