La Invasión Libertadora del 15 al 22 de enero
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22 de enero
Invasión Libertadora
por José Miró Argenter

• 1896 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 323-3337 describe los acontecimientos del 15 al 22 de enero de 1896 en la Historia de Cuba:


“A Mantua”
“La ciudad de Pinar del Río.”
“-Las Taironas.”
“-Combate del 17 de Enero en La Calzada,”
“escaramuzas del 18 y terrible fuego del Tirado el 19.”
“-Explosión de entusiasmo en Guano.”
“-El estandarte de Maceo.”
“-Mantua. -Término de la invasión.”

   “El día 15 nos aproximamos a Pinar del Río, la capital de la provincia. Para ello hubimos de efectuar una jornada considerable por el corazón de la sierra, camino de cabras monteses. A las diez de la noche llegamos al caserío de Pilotos; el vecindario nos dispensó toda clase de atenciones. El 16 cruzamos la vía férrea, que, como es consiguiente, estaba interrumpida en diferentes tramos, desde San Cristóbal a la ciudad, y nos situamos en Paso Viejo, sudeste de la capital, a muy corta distancia de los cuarteles españoles. En Paso Viejo se incorporó Bermúdez, con tres escuadrones completos de gente aguerrida. Maceo le tomó cuentas de la conducta que había observado desde su separación de la columna central en la provincia de la Habana, y como es de presumir, Bermúdez se disculpó con la lección, ya sabida de memoria, de que había perdido el rumbo desde las cercanías de Güines, y no sabiendo qué camino adoptar para reincorporarse al cuerpo general, se adelantó dos jornadas al núcleo invasor, creyendo que tendría oportunidad muy en breve de disculpar su conducta. Las depredaciones, que él no ocultaba, eran obra exclusivamente de Cayito Alvarez. Maceo aparentó convencerse, pero despachó una comisión para capturar a Cayito Alvarez, a fin de carearlo con Bermúdez, y proceder a la ejecución del culpable, cualquiera que éste fuese. Cayito Alvarez se evaporó de Pinar del Río; como una exhalación atravesó los territorios de la Habana y Matanzas, sin parar hasta los montes de Santa Clara. Todos los correos que posteriormente envió Maceo, quedaron sin contestación.


   “A tiro de fusil de Pinar del Río, viendo nuestros soldados los cuarteles y todo el caserío de la ciudad, el día 17 por la mañana, al golpe de la corneta y de la charanga, nuestra columna hizo diferentes amagos sobre la población. Nos dispararon veintiún cañonazos: parecía el saludo de gala. El día anterior, casi al tiempo de acampar en Paso Viejo, nuestras patrullas ventilaron lances con los destacamentos más avanzados de la plaza. En tanto el general Maceo practicaba estas diversiones casi encima de la ciudad, una columna se dirigía al embarcadero de la Coloma por la calzada que, desde Pinar del Río, conduce a dicho lugar, ensenada de la costa Sur en donde desemboca el río de la Coloma. Marchando la columna de Maceo por los alrededores de Pinar del Río (debe entenderse la ciudad de este nombre), llegó al barrio de las Taironas, a siete kilómetros de la capital. La columna española que se hallaba en camino de la Coloma, fue avisada desde la plaza, mientras Maceo hacía alto en las Taironas para enterarse de los sucesos públicos, pues allí encontramos algunos periódicos de la Habana y un bisemanario de Pinar del Río que ponía a Maceo de oro y azul; llamábale cobarde y abyecto! El que escribe estas páginas, envió una carta bastante expresiva al director del bisemanario de Pinar del río, para que rectificara, los conceptos ofensivos, o en caso contrario que saliera a batir a los insurrectos con alguna de las columnas que se hallaban dentro de la plaza; única manera de comprobar la cobardía de Maceo y de sus soldados. La carta de referencia la llevó un joven de las Taironas, hijo o allegado del alcalde de barrio, y como es consiguiente, alborotó aun más el panal. Se organizaron nuevos elementos de combate, para que protegieran la marcha de retroceso de la columna que se hallaba en la calzada, sin saber que camino adoptar. Nuestra vanguardia divisó a los españoles, ya prevenidos, cerca de un edificio atrincherado, sobre la misma calzada de la Coloma. En aquel edificio que, según informes, era una tienda o bodega, se hallaba un destacamento de guardia civil y voluntarios, y en otro edificio, más inmediato a las Taironas, otro destacamento de guardia civil y tropa de línea.


   “Rompióse el fuego sin vacilación, al verse las caras unos y otros: españoles e insurrectos. Nuestra vanguardia, en la que iba Bermúdez, atacó com úmpetu las posiciones del adversario, y éste hizo gala de serenidad, resistiendo con aplomo la feroz embestida de nuestros escuadrones. La tropa española, desplegada a un lado de la carretera, y con algunas secciones de tiradores dentro de las cunetas del camino causó enorme estrago con su certera puntería, al abalanzarse nuestra vanguardia sobre la línea formidable que vomitaba plomo a derecha e izquierda. Las mismas carretas que estaban destinadas a conducir el convoy, les sirvieron de reducto al lanzarse Maceo con el núcleo de caballería. El fuego se hizo intenso y horrible, y se extendió a más largo trayecto, debido a que entraban tropas de refresco procedentes de Pinar del Río, o sea la segunda columna que se organizó en la ciudad para que sirviera de sostén a la que emprendía el camino de la Coloma. El refuerzo fue providencial a la primera columna, pues se hallaba envuelta por toda la caballería de Maceo, parte de la cual, para hacer más eficaz la hostilidad, pasó al lado opuesto, por debajo del viaducto de la calzada. Con la llegada de la columna auxiliadora hubo de extenderse el radio de la acción, aminorando, por consiguiente, la embestida sobre el lugar del primer debate. El regimiento Las Villas, batió el segundo frente de los españoles, que trataba de unirse al batallón que aun bregaba en el mismo sitio de la pendencia. Maceo, comprendiendo que la cuestión solamente podía decidirla el arma de infantería, colocó 200 tiradores, al mando del coronel Sotomayor, sobre una eminencia poblada de encinas, los cuales enviaron un aguacero de plomo sobre los infantes y jinetes de las fuerzas españolas, que salieron de las zanjas de la carretera y se parapetaron en la tienda de Escofet, donde se hallaba uno de los destacamentos de guardia civil, y poco después, al verse amenazado por el flanco derecho por dos escuadrones que salieron de sopetón de una hondonada, dejaron el campo de la acción y regresaron a sus cuarteles de Pinar del Río. En nuestro poder quedaron algunos bagajes con bueyes y conductores. Pero la victoria nos costó pérdidas de consideración. Tuvimos 62 bajas, muy sensibles algunas, pues hubo que deplorar la muerte del coronel Pedro Ramos, jefe del regimiento Céspedes, del médico Federico Latorre, joven muy animoso, del capitán Barroto, oficial meritísimo, del teniente Rafael Ferrer, del Estado Mayor, que exhaló el último suspiro, saludando la aurora de la república, y entre los heridos de gravedad, el brigadier Bermúdez. La noche del 17, el cuartel general la pasó en la famosa vega de Tiburcio Castañeda. Maceo ordenó que el regimiento Las Villas practicara un reconocimiento en el caserío de la Coloma. Tal fue el debate de La Calzada.


   “Hasta hace poco se tuvo por incontrovertible que la fuerza española que allí bregó con tenacidad y arrojo, estaba constituida únicamente por el batallón de Isabel la Católica, al mando del teniente coronel Ulpiano Sánchez Hechavarría, hijo de Santiago de Cuba; sus parientes más íntimos se hallaban en la insurrección. Se daba, pues, por incuestionable que sólo había batallado dicha unidad; y nosotros mismos lo creíamos así, a fuerza de pregonarlo el partido español y algunas crónicas cubanas. Pero registrando documentos oficiales de la época y compulsándolos con otros del propio origen, nos encontramos con la nota exacta de las fuerzas españolas que tomaron parte en la reñida acción. Primero, esto es, en la mañana del 17, salió de Pinar del Río para la Coloma el batallón de Baza y veinte guerrilleros del segundo batallón de Isabel la Católica, formando un total de 380 hombres, al mando del citado Sánchez Hechavarría. Entre la tienda de Escofet y el otro edificio atrincherado, había 100 individuos de varios cuerpos, al mando del teniente de la guardia civil Manuel Lluel y Martínez. Sánchez Hechavarría, al tener noticia de la proximidad de Maceo, y mientras avisaban de Pinar del Río, mandó a su vez un propio para que salieran los refuerzos, los cuales lo efectuaron a las órdenes del teniente coronel San Martín, en número de 100 hombres del batallón de Baza y 190 del segundo de Isabel la Católica; y en otro documento oficial se hace aparecer el batallón Peninsular número 6, al mando del coronel Morgado. De suerte, que batallaron 1,000 hombres de infantería en la calzada de la Coloma. Los españoles confesaron 48 bajas, de ellas, 18 adjudicadas al 6° Peninsular, cuya participación en el combate era desconocida hasta hace poco. Estos documentos oficiales a que nos referimos, figuran en la colección del Avisador Comercial que publicaba los partes de los españoles.


   “El segundo combate de las Taironas se ventiló el día 18, mientras la columna invasora buscaba hospital seguro para los heridos de la acción anterior. Empezó en Río Seco, al sudoeste de Pinar del Río, pero sin detener la marcha ninguna de las dos fracciones en que se dividió la columna de Maceo, con el objeto de buscar hospital para los heridos de mayor gravedad, y ni tampoco hizo frente la columna española, a pesar de que estaba constituida por cuatro batallones. El combate careció de interés. No hemos podido averiguar quién era el jefe de la brigada española, pues los partes oficiales de aquellos días sólo mencionan al coronel Arizón, que salió de Pinar del Río con los batallones de Barbastro, San Marcial y Canarias; pero determinan dichos documentos que Arizón saló el día 20, y las escaramuzas a que hemos hecho referencia, se ventilaron el lunes 18, de las nueve a las once de la mañana.


   “Colocados los heridos en la zona de San Luis, el cuartel general pernoctó en Tirado, Sur de Pinar del Río. En la cabecera del término municipal (San Luis) se hallaba una columna española, y era de presumir que a dicho lugar se dirigirían las fuerzas enemigas, con las que se sostuvieron tiroteos durante la mañana. Esta conjetura fue confirmada por los campesinos de aquella comarca, quienes dieron la noticia de que el pueblo de San Luis y veguerío próximo estaban cuajados de tropa española.


   “El general Maceo, desde muy temprano, antes de que despuntara la aurora, envió una descubierta por el camino de San Luis para que noticiara, con los disparos de las carabinas, la salida de los españoles, en el supuesto de que si la columna estaba destinada a operar sobre los insurrectos, no retardaría la visita matinal. Pero la descubierta no cumplió su cometido, pues no se oyó en nuestro campamento la alborada de la patrulla, y, sí, el estrépito de la fusilería, de un modo tal que no permitía la interrogación de lo que pudo haber ocurrido con nuestra tropa exploradora, sino ponerse en condiciones de defensa para hacer cara a los madrugadores del partido contrario. Tampoco pudimos indagar si la fuerza española venía de San Luis o de San Juan y Martínez: el hecho era que los españoles estaban encima del campamento de Tirado, y que los proyectiles cruzaban en todas direcciones; el frente de nuestro campo acababa de ser barrido; no pudo mantenerse firme ningún escuadrón. Fue necesario desplegarse a la izquierda de la pradera para repeler el ataque impetuoso de los españoles. Pero tampoco nuestra posición era adecuada para lidiar con gallardía, porque muy pronto la dominó el ala derecha del adversario, echando sobre ella una lluvia copiosa de balas. El propósito del jefe de la columna era envolvernos bajo un círculo de plomo, conociendo tal vez la posición de nuestro campamento. La crisis estaba, pues, al resolverse de un modo favorable para el opositor, que afirmaba con denuedo el ataque. Pero Maceo, aunque no conocía el territorio de San Luis, de una sola ojeada abarcó todo el campo de la disputa, y viendo una cerca viva en la margen del río, sobre la cual los españoles no dirigían los disparos, maniobró con presteza y situó un buen número de jinetes sobre un yerbazo del potrero para que amenazaran las dos compañías delanteras del adversario, dando tiempo, de este modo a que se emboscaran los tiradores de Sotomayor al pie de la cerca que ofrecía un buen parapeto, desde donde hicieron fuego certero sobre los españoles más envalentonados del ala derecha. Maceo ganó una altura a galope tendido, y arreció desde allí la hostilidad contra una o dos compañías que avanzaban con marcial continente. Se oían con toda claridad las voces de mando de los españoles ¡Vista a la derecha! -dijo uno de ellos: ¡fuego cerrado a los fronteros de la cumbre! -gritaba otro. Irguióse un comandante a caballo, con la espada desnuda, en el centro de una sección de tiradores. El corneta de órdenes de Maceo, el intrépido Congo, le encañonó la tercerola, poniéndose de rodillas sobre la montura del caballo, y cayó, herido o muerto, el arrogante oficial.


   “Las descargas continuaban; el fuego era intenso, atronador. Toda la columna española disparaba a granel. Las posiciones que ocupaban los insurrectos no podían defenderse por más tiempo, sino con pérdida de muchos hombres y agotamiento de las municiones, circunstancias que pesaron en el ánimo del general Maceo para disponer la retirada, mientras la tropa española seguía la tarea con el mismo vigor. Un platanal quedó destrozado en un santiamén al pasar nuestra gente por la guardarraya más próxima al sembrado, y allí cayeron cinco jinetes al tratar de cubrirse con las hojas del plantío. A unos dos kilómetros de distancia del sitio de la acción, se hizo alto para observar los movimientos del enemigo; pero éste se mantuvo en aquel lugar, que conquistó por la superioridad de sus elementos y buena dirección de la acometida. ¡Cosa milagrosa! Contadas y recontadas las bajas de nuestra columna, no pasaban de 18: cifra exigua, si se toma en consideración la intensidad del fuego, distancia entre unos y otros combatientes durante la crisis, y la sorpresa de nuestro campo, pues otra calificación no le cabe a la prontitud del ataque dentro de los retenes avanzados del Cuartel general. Era de esperarse que el número de bajas fuera mayor, mucho mayor; pues el fuego de los españoles excedió al de Peralejo y al de Calimete. Tuvimos seis muertos y doce heridos; entre éstos, de mucha gravedad, el oficial Arcadio Cabrera, ayudante del jefe de Estado Mayor, y el teniente coronel Jesús Monteagudo, que mandaba uno de los escuadrones de Las Villas. No hemos dado con el parte oficial de la acción de Tirado, que se ventiló en el potrero de este nombre, el 19 de Enero, al sur de la ciudad de Pinar del Río, entre San Luis y San Juan y Martínez; y por tanto, no es posible determinar cuál era la unidad competidora ni quien el jefe que la mandaba. En toda la colección del Avisador Comercial no hay una sola línea que haga referencia a este combate, victorioso para, el partido español.


   “Por la tarde de ese mismo día, en terrenos del ingenio Guacamaya, renovóse la acción, aunque sin consecuencias para nuestra fuerza. La caballería de Oriente fue la que sostuvo el debate, al regresar de una exploración por el litoral y embarcadero de Galafre. Sobre este último encuentro dicen los partes españoles que las columnas dispararon once cañonazos a la partida de Maceo, entre Sábalo y Galafre, pero tampoco especifican lo más interesante de las escaramuzas, para que podamos formar juicio sobre la operación anterior: la del potrero Tirado.


   “La ocupación de la capital de la provincia, proyecto que entraba en los planes de Maceo, hubiera sido fácil, y tal vez realizada sin disparar un tiro, dos días antes de nuestra aproximación a la ciudad, pues no contaba entonces con ningún refuerzo de valer, y el pánico cundía entre los vecinos de mayor arraigo, al extremo de que el comandante general de la provincia, el coronel don Juan Madan y Uriondo, salió de allí precipitadamente para atrincherarse en el pueblo de Artemisa, con los voluntarios de todas las poblaciones comarcanas. Mueve a risa que el comandante militar de Pinar del Río, ocurriendo a la defensa de esta plaza, tome posiciones en otra de menos nombradía, a veintisiete leguas de distancia!


   “La idea de una capitulación dominaba los ánimos de los españoles, y aun los más intransigentes se dejaban arrastrar por la corriente general de rendir la plaza al aproximarse la Invasión. Una carta, entre otros informes fidedignos, que se cogió en el combate de las Taironas, escrita por un comerciante de la ciudad a otro de la Coloma, en la que explicaba claramente el estado de la población, habría sido, en la fecha antes mencionada, la llave segura que nos abriera las puertas de la capital. Pero cuantas noticias pudimos adquirir durante nuestra permanencia en Pilotos, eran vagas y contradictorias; y por otra parte, grandes refuerzos de tropas se dirigían precipitadamente a Pinar del Río el mismo día 17 de Enero, en que se efectuó el primer combate de las Taironas.


   “Las diferentes columnas que lanzó Martínez Campos en pos de Maceo, desde que la Invasión penetró en Vuelta Abajo, no habían podido auxiliar poblaciones tan importantes como Cabañas y Bahía Honda, del litoral del Norte, y las de los Palacios, Consolación del Sur y Paso Real, sobre la línea férrea, así como tampoco las de Alonso Rojas, San Juan y Martínez y Guane, del Sur del territorio, y necesario era, pues, que redoblaran la actividad y el valor para poder salvar el único baluarte español que quedaba en pie en la región pinareña. En todos los demás había flameado la bandera cubana.


   “Después de destruir el muelle de Bailen, a la vista del Conde de Venadito, que sin duda bordeaba por la ensenada de Cortes a caza de fantásticas expediciones, la columna invasora partió de Sábalo el día veinte, para dirigirse a la comarca de Guane, en la que acababan de pronunciarse personas de gran valer y representación social: médicos, abogados, propietarios y comerciantes figuraban a la cabeza del movimiento revolucionario. Al largo sopor de la vida colonial, sucedía un despertar noble y fecundo. Ya estaba el pinareño arma al brazo, para defender los principios de la libertad, que a la vez representaban los principios de la propia redención. Oriente y Occidente, que poco ha eran dos polos diametralmente opuestos, se unían en íntimo lazo de parentesco por la virtualidad de una aspiración común. El hijo de la Sierra Maestra y el ribereño del Cauto fraternizaban con el montañés del Pinar y con el veguero del Cuyaguateje. ¡Hermosa conquista de la revolución!


   “A las once de la mañana, al son del Himno bayamés llegó la hueste invasora a Paso Real de Guane, pueblo pintoresco de aquella rica comarca, que dio sus mejores hijos a la revolución. Allí donde los naturales del país hallábanse más en contacto con la gente integrista por las relaciones comerciales, se encendió con mayor rapidez el fuego de la insurrección, como en Cabañas y Bahía Honda en la parte oriental de la provincia, y en la occidental Consolación del Sur, Alonso Rojas, San Juan y Martínez y el termino de Guane, el más importante en población y riqueza. Aquel territorio aislado de los centros urbanos, en el que hemos visto hermanadas la rusticidad y la servidumbre de la gleba, allí la semilla revolucionaria no prendió jamás. El territorio de Consolación del Norte y el de Viñales estaban habitados por gentes refractarias a toda innovación política, incapaces de comprender los beneficios morales de la revolución, y mucho menos la necesidad de llevarla a cabo por medios coercitivos y destructores de la riqueza territorial. Para esos hombres, la lucha revolucionaria era una inmensa calamidad, un azote climatérico que destruía la hoja del tabaco, única ambición de aquellas almas míseras, que todo lo cifraban en la buena fortuna de la planta solanácea del trópico y el exquisito cuidado del semillero. Pudiera decirse que la aspiración constante de la nicotina, les produjo el letargo moral, del que aun no han despertado.


   “La Invasión llegó a la villa de Guane el mismo día 20, a media tarde. El recibimiento de sus habitantes fue el más señalado en muestras de regocijo. Las campanas echadas a vuelo y los vítores de toda la población apagaban las notas marciales de la banda militar de Maceo; este fue aclamado frenéticamente por la multitud, ávida de contemplar la figura épica del caudillo oriental que simbolizaba toda la grandeza de la rebelión cubana, y veía, al fin, coronados sus esfuerzos al clavar el estandarte invasor, tras larga y marcial jornada, en las cumbres de los Organos. Aquel estandarte glorioso lo bordaron para Maceo las bellas hijas del Tínima, poco antes de llegar la Invasión a las tierras de Camagüey, y allí ofreció el audaz paladín de Cuba llevarlo triunfante hasta el límite geográfico de la Isla. Ya lo aclamaban los hijos del Cuyaguateje, con el más vivo fervor; muy en breve lo aclamarían los serranos de Pan de Azúcar y las garridas mantuanas, ya dispuestas al homenaje con las flores más hermosas y las décimas más tiernas. Las mozas de Vuelta Abajo, opulentas y ataviadas, sobre el tendal de la vega, iban a cantarle al rudo invasor que venía de la montaña de Baracoa, fatigado de la caminata, pero no rendido, y echaba pie a tierra en los umbrales del famoso veguerío para celebrar los amores de la patria, los augustos desposorios de Oriente y Occidente, y cantarle a la guajira de Montezuelo la dulce trova del Cauto y la décima triste del Siboney.


   “Pocos días antes de nuestra excursión por los confines occidentales, enarboló la bandera separatista uno de los hombres más influyentes de aquella rica comarca: Manuel Lazo, representante de las grandes manufacturas tabacaleras, quien arrastró a muchos campesinos que sólo esperaban la voz autorizad del jefe del movimiento. La resolución de Lazo fue el toque de llamada y tropa: los vegueros todos del distrito de Guane dejaron las posturas, el semillero y la escogida. Casi simultáneamente se pronunció el abogado José Antonio Caiñas, con sus hijos, arrastrando a otros simpatizadores de la región pinareña, y habiéndose unido al coronel Varona, que formaba parte de la columna de Maceo, entraron triunfalmente en Guane, con buen golpe de gente. Bastó la noticia de que Maceo se aproximaba, para que los prosélitos de la causa del país se apresurasen a dar solemne testimonio de su adhesión a los principios revolucionarios, y movidos por la legítima vanidad de ofrecerle al ilustre General la más señalada muestra de entusiasmo, le presentaron, en columna de honor, un regimiento de caballería, el 1º de Vuelta Abajo, con la gente armada y equipada, para Maceo el más estimable y valioso de los agasajos.


   “En Guane no se destruyó ninguna finca, ni se ocuparon las mercancías de ningún establecimiento comercial. A nadie se le negó salvoconducto ni el documento necesario para que fuesen respetados sus bienes y utensilios de trabajo. Los españoles estaban absortos, dudando de lo que veían. La temible irrupción oriental no causaba estragos, ni aun mortificaciones. Los integristas de mayor significación conversaban con Maceo, midiéndolo y admirándolo sorprendidos de hallarse a su presencia, y más asombrados de que fuera hombre afable y compasivo. Todo cuanto le pedían, lo concedía en el acto, y mandaba que se extendiera la autorización incontinenti. El Estado Mayor no trabajaba más que para los peticionarios: autorizaciones, permisos, salvoconductos y mandamientos terminantes para que ningún invasor traspasara los umbrales del feudo español. Únicamente nos incautamos de los fondos municipales para pagar a los maestros de instrucción primaria, a los que el gobierno paternal tenía en lamentable atraso. La lección era instructiva.


   “El día 22 partió de Guane la columna invasora, llevando de vanguardia el regimiento de Vuelta Abajo. Era la última jornada de la expedición occidental. Ibamos a Mantua: ¡hermoso y memorable día! Aun veíamos los cerros de Guane, azules y pintorescos, y las ondas del Cuyaguateje marchando lentamente hacia el mar; sobre nuestro flanco se alzaba la cordillera de los Organos con sus picos cubiertos por las nubes, y se descorría la espléndida decoración de Montezuelo, el paisaje más brillante de Vuelta Abajo. Todo es singularmente hermoso en este lugar: el abra de los montes, el color de la tierra, el color de la montaña, las fajas de cultivo, el verde profundo de la vegetación silvestre y la alegría de sus mozas, que parecen haber tomado de la risueña decoración el matiz y el jugo vital. Todo cantaba en Montezuelo: el río, el aire, el rumor del bosque, la tropa voladora y la gallarda juventud.


   “La marcha fue dura; de un solo tirón se anduvieron las siete leguas y un pico largo, que medían de un lugar a otro, de Guane a Mantua. La patrulla exploradora señaló el pueblo de Mantea a las tres de la tarde. Una, comisión de la villa, compuesta de las autoridades y vecinos de más prestigio, pasó a felicitar al general Maceo en las afueras de la localidad, y una hora después, cuatro de la tarde, el repique de campanas anunciaba al ejército libertador el término de la gloriosa campaña de Invasión, con la entrada triunfal en Mantua, último baluarte español del lejano Occidente. ¡Al fin, se obtenía la corona del verde laurel, la guirnalda de la victoria militar! Estaban colmados los deseos de nuestro famoso caudillo!


   “En la sala capitular del pueblo de Mantua se levantó el acta histórica de la Invasión. Los pinareños que se unieron en Guane y demás caseríos limítrofes, coordinaron, con muy buen acierto, el programa oficial de la recepción. En el acta se hizo constar la situación geográfica del pueblo, situado en el extremo occidental de la Isla; y que el general Maceo, con las fuerzas a sus órdenes, había ocupado la localidad y todo el término municipal, respetando vidas y haciendas, y dejado en el ejercicio de sus funciones a las autoridades y empleados del gobierno español, a fin de que contribuyeran a mantener el orden interior de la población. Firmaron dicho documento el general Antonio Maceo, su jefe de Estado Mayor José Miró, que pidió copia certificada del acta, el brigadier Juan Bruno Zayas, el gobernador civil Oscar Justiniani, el auditor de guerra José Antonio Caigas, por parte los insurrectos, y por la de los españoles, allí congregados, el Alcalde, el juez municipal, un notario y propietarios y comerciantes de Mantua.


   “Al llegar a los confines de Occidente, repicando las campanas de Mantua, aun venían en la columna invasora hombres de la Sierra Maestra; de Bayamo, de Santiago de Cuba, de Manzanillo, de Holguín, de Mayarí, de Guantánamo y de Baracoa; ¡qué prodigio! Esos hombres habían relevado caballos en Camagüey, en las Villas, en Matanzas, en la Habana, en la carretera de Pinar del Río, como si estos lugares fuesen casas de postas al servicio del viajero! Sólo Maceo, primer soldado de América, nuestro Aníbal sin competidor, nombre glorioso que ya sonó en las campañas de Alejandro Magno, hubiera sido capaz de conducir a feliz remate empresa de tal magnitud, ardua y peligrosa como ninguna; únicamente él, batallador audaz, capitán intrépido, soldado infatigable, siempre delantero, podía abrir el camino de la victoria, e imponer su autoridad indiscutible a esos hombres de la sierra de Guantánamo y de los pinares de Mayarí, agrestes y bravos como los picos de aquellos montes.


   “Tres meses, por junto, ha necesitado nuestro ejército para invadir los territorios enemigos, ocupados por numerosas fuerzas, y llegar al límite opuesto al del punto de partida, realizando así, por modo completo y eficaz, el objetivo principal de la campaña. En 17 días (del 22 de Octubre al 8 de Noviembre) salvó la distancia que lo separaba del Camagüey; 21 días empleó en el trayecto de este dilatado territorio; 17 necesitó para atravesar Las Villas; 13 para la provincia de Matanzas; en 8 hizo la excursión por la de la Habana, y 14 le han bastado para completar en Pinar del Río la campaña invasora: por junto, 90 días. Para efectuar tan larga y dificultosa caminata ha tenido que andar 424 leguas, repartidas en 78 jornadas -según puede verse en el cuadro de marchas, -y sostener veinte y siete combates, algunos de ellos rudos y sangrientos. Ha ocupado veinte y dos pueblos importantes, unos, por medio del asalto, otros por lo espontáneo rendición de sus defensores, pero todos con cuarteles y dotaciones de gente armada. Ha cogido al enemigo 2,036 fusiles, con 77,000 cartuchos, sin contar los armas y pertrechos que apresaban los diferentes fuerzas diseminadas, ni tampoco el casi diario botín que recogían los guerrillas que se destacaban del grueso de lo columna para el servicio de exploraciones: los cifras, en este caso, duplican a las consignadas. Es incalculable el número de caballos que se han renovado durante la campaña, y será imposible en todo tiempo determinarlo con aproximación siquiera. Bastará decir, a este respecto, que han pasado de 3,000 los que se han cogido en nuestros marchas por los provincias de Matanzas y Habana, muchos de ellos, domados, y no pocos con su equipo correspondiente.


   “¿Cómo se han realizado tan extraordinarias empresas? ¿Cómo se ha podido llegar al límite de lo invasión sin sufrir un tremendo descalabro?... El cuerpo del ejército invasor no ha excedido jamás de 4,500 hombres armados, contingente que llegó a reunirse en la Habana, por muy contados días solamente. Y este número tan exiguo de combatientes, si se compara con el del adversario, ha tenido que bregar contra un ejército perfectamente armado y organizado, que ocupaba con antelación magníficas líneas estratégicas y que por medio de los ferrocarriles, en la Habana y Matanzas, especialmente, podía trasladarse de un punto a otro con rapidez y comodidad.


   “No es menester hacer hincapié en lo desigualdad de armamentos entre uno y otro bando, ni sentar comparación acerca de los abundantes pertrechos que siempre tuvieron los españoles, con la escasez, trocada no pocas veces en agotamiento, que deploraban nuestros soldados, porque es cosa de todos sabida y para muchos hasta olvidada. Pero como dato curioso, que muy pocos conocen, vaya esta cifra: 15,000 cápsulas reunían los dos contingentes del departamento Oriental que organizó el general Moceo para emprender la gigantesco campaña, ¡15,000 tiros que los españoles derrocharon en menos de 15 minutos en el combate de la Reforma! (2 de Diciembre de 1895).


   “Nuestra impedimenta era enorme. Constituía un serio peligro, no sólo en los combates, sino también en las marchas; agobiada nuestra columna, hacía interminable el paso por los desfiladeros y, exigía como es consiguiente, aumento de oficiales, de servicio y mayor cantidad de raciones. Con estos inconvenientes materiales no tuvieron que luchar los jefes de las columnas, pues sobre no llevar más impedimenta que la precisa o la de reglamento, de ella podían aligerarse a cada paso, en atención al carácter especial que imprimieron a las operaciones. Debe entenderse, desde luego, que nos concretamos a las fuerzas que operaban, no a las que abastecían plazas y destacamentos.


   “Hay más aun. Nuestro ejército no podía desprenderse tampoco de otra impedimenta: la compuesta de elementos heterogéneos que se adherían a la columna invasora al paso de ésta por determinados lugares, aumentando, forzosamente, el personal inútil para las faenas de la guerra y los demás inconvenientes que dejamos indicados. Esa impedimenta, apéndice de la otra, constante pesadumbre del Estado Mayor, estaba formada por los mozos que diariamente ingresaban en nuestras filas, inermes, por supuesto, caravanas de fugitivos que huyendo de los españoles acudían a buscar amparo entre nosotros hasta tanto no hallasen domicilio seguro; item más: por los pacíficos sospechosos que en las comarcas españolizadas, y según fuese el carácter de la operación, era necesario mantener en rehenes para que no dieran cuenta al enemigo de nuestros movimientos, y últimamente, por los rezagados de una y otra impedimenta, que ocasionaba un trabajo ímprobo, al principio de la campaña, y era el tormento de las fuerzas de retaguardia. La conducción le los heridos, por otra parte, engrosaba asimismo la serie de inconvenientes, con sus continuados relevos y estaciones, y demandaba la más exquisita vigilancia por la naturaleza delicada del servicio. Conviene repetirlo: contra tales mortificaciones y obstáculos de tanta magnitud, no tuvieron que luchar nuestros adversarios.


   “El ejército español, como ejército regular al fin, contaba con materiales de guerra suficientes y con las dotaciones necesarias para el servicio de sanidad y aprovisionamiento. Los jefes españoles operaban en determinados territorios, zonas más o menos extensas, pero limitadas por el perímetro de la exploración; cada general, cada comandante en jefe tenía sus lugartenientes para moverse con ventaja dentro del radio prescrito de antemano por la dirección del ejército; eran, pues, conocedores de la zona militar cuya vigilancia y defensa les estaba encomendada, y lo eran asimismo los jefes de las columnas volantes que tenían la misión de batir al enemigo, ya buscándole por la huella, ya saliéndole al encuentro por las noticias del espionaje. Además, contaba con los aparatos telegráficos, con las líneas ferroviarias, las torres ópticas, los pueblos, los fortines, los bateyes de las fincas azucareras, fábricas de mampostería en su mayor parte -antes, desde luego, que la tea revolucionaria redujera a pavesas todos esos artefactos de la industria, -pero que constituían un fuerte valladar en cada departamento y en cada término municipal, para nuestro objetivo, al mismo tiempo que una ramificación extensa y segura para las operaciones del bando contrario. Ni Gómez ni Maceo conocían en absoluto un palmo de la tierra que conquistaban a su paso en el escenario de Occidente; Gómez, en la campaña de 1868, sólo había llegado a la zona agrícola de Cienfuegos por la frontera oriental, y Maceo no había pasado de las Guásimas (Camagüey), y era, pues, un problema de penetración muy arduo y tenebroso, el de arrestarse por el tablero real de la disputa, cubierto literalmente de factores adversos, sólidos cuadriláteros aquí, masas formidables allá, cortina impenetrable en conjunto, sin contar por anticipado con ningún elemento eficaz de destrucción, con ningún medio opositor de consistencia efectiva: sin el conocimiento previo del teatro.”...



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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