La Invasión Libertadora del 9 al 14 de enero
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El 9 de enero en Capricornio
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9 de enero
Invasión Libertadora
por José Miró Argenter

• 1896 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 311-322 describe los acontecimientos del 9 al 14 de enero de 1896 en la Historia de Cuba:


“Cabañas”
“En el camino de Pinar del Río.”
“-Asalto y toma de Cabañas (9 de Enero).”
“Se rinden los pueblos de San Diego de Núñez, Bahía Honda y Las Pozas.”
“-El itinerario de Narciso López.”
“-Consolación del Norte.”
“-La Sierra del Pinar. -Caiguanabo.”

   “El mismo día en que principió la campaña de Pinar del Río, las columnas españolas que operaban sobre la carretera de Guanajay y tenían la misión de defender los pueblos limítrofes, no pudieron evitar el asalto y toma de Cabañas, villa de renombre por su riqueza territorial y activo comercio. Las fuerzas invasoras, después de haber cruzado la angostura del Mariel, se dirigieron al valle de Cabañas para imponer la autoridad de la revolución a los ingenios y caseríos del término que no se hubieran enterado de los mandamientos que pregonaban las trompetas del invasor. En esta primera excursión visitamos varias fincas azucareras, Begoña, Regalado, y San Jacinto, entre otras, de menos importancia, haciendo saber a los propietarios y mayorales que la zafra estaba terminantemente prohibida por el gobierno de la república, pero que las vidas y demás intereses serían respetados por la revolución siempre y cuando los individuos, ya notificados, no procedieran con alevosía. Los mismos hacendados nos dieron informes del estado de los ánimos en el término municipal de Cabañas, así como de que se hallaban en son de guerra algunos grupos insurgentes capitaneados por Pedro Delgado; demostración palpable de que por allí germinaba el ideal separatista. También nos dijeron que varias columnas españolas vigilaban la zona, y que, probablemente, tendríamos un choque, ese mismo día, con alguna de ellas. La espontaneidad con que nos fueron comunicadas estas noticias, de verdadero interés, indicaba, cuando menos, que la opinión de las personas de más arraigo no era hostil a nuestra causa.


   “Más tarde tuvimos ocasión de ver confirmados los informes que nos dieron sobre la proximidad del enemigo, pues dos escuadrones de Oriente que practicaban una exploración por el camino de Quiebra Hacha a Guanajay, sostuvieron escaramuzas con las vanguardias de Suárez Valdés y Echagüe, que, según manifestaciones del vecindario, eran las columnas que teníamos más cerca. Maceo se encontraba en el ingenio Begoña. La permanencia en este lugar, aprovechóla el General para dirigir una intimación por escrito al comandante del fuerte de Pinillos, aunque sin ánimo de atacarle, pues solo fue un ardid para entretener y despistar a las columnas que seguían nuestra huella, y acometer una operación de mayor realce que la del desafío con las vanguardias de Suárez Valdés, militar de notoria prudencia y amigo de hacer sonar los cañones desde lejana distancia. Colegía el general Maceo que las tropas españolas, al conocer el aparente propósito de atacar el fuerte de Pinillos, acudirían sobre el lugar amenazado por los insurrectos. El mensaje de intimación lo llevo el dueño del central Begoña.


   “La terminante negativa que dio el oficial español al mensaje de Maceo, a quien contesto por escrito que el honor militar le exigía sucumbir con todos los defensores, antes que rendirse o capitular (hermosa respuesta que estampo al pie de la misma carta intimatoria), vino a favorecer aun más el propósito ulterior de Maceo, de atacar el pueblo de Cabañas, por cuanto le brindo oportunidad de simular una embestida al fuerte de Pinillos, a fin de que acudieran en socorro de la guarnición las columnas de Suárez Valdés; su itinerario probable nos era conocido por el tiroteo de los exploradores. Al éxito de la empresa ulterior, contribuyo una tempestad de agua y ventisca que descargo al abrirse el fuego en las cercanías de Begoña, puesto que espantó de las alturas a los batallones de Suárez Valdés, echándolos cuesta abajo a buscar el impermeable del cuartel, y dejó limpia de polvo y plomo la carretera de Cabañas.


   “Al pasar nuestras fuerzas por el batey de San Jacinto, acaeció un suceso desagradable para el general Maceo, que siempre fue opuesto a las medidas de rigor, tanto más penoso en aquella lítica de benevolencia que se proponía aplicar en la campaña de Vuelta Abajo. Pero la guerra tiene sus leyes inflexibles, que demandan pronta y enérgica represión contra los delitos de espionaje, y al fallo de esas prescripciones hubo que someter al administrador de dicha finca, por haberse comprobado de un modo evidente su complicidad con el enemigo armado, a quien dio aviso de nuestro supuesto rumbo desde el día anterior. Fue pasado por las armas, y el ingenio totalmente destruido.


   “Abrigados los españoles bajo la segura cobija de sus alojamientos, de donde no habían de salir mientras siguiera el chaparrón que llevaba trazas de interminable, pero que nuestra gente aguanto a pie firme sobre los cerros que rodean el valle Cabañas, y convencido nuestro caudillo de que su competidor no iría a arrostrar la humedad del ambiente, dio por terminada la demostración militar, y encamino la columna hacia el pueblo de Cabañas cuando la obscuridad era densísima y las nubes volcaban sobre nosotros torrentes de agua. Para nuestro esforzado General no había mal tiempo; temporales y noches tenebrosas eran obstáculos de menor cuantía.


   “Entre ocho y nueve de la noche llegaba nuestra columna al pueblo de Cabañas, sin haber encontrado alma viviente por el camino. El silencio era sepulcral dentro de la población; el vecindario pacifico estaba entregado al reposo; únicamente el mar insomne, alborotado por la tempestad reciente, dejaba oír su voz amenazadora. ¡Buena ocasión para la sorpresa!


   “Organizadas con rapidez las fuerzas destinadas al asalto, este se inicio al toque del clarín, con gran empuje. Los escuadrones de vanguardia, de la primera embestida, arrollaron un retén, que solo tuvo oportunidad de dar el quién vive, y siguieron a galope por la calle principal hasta la plaza de la iglesia, suponiendo que allí estaría el núcleo de la guarnición. En efecto, desde el campanario y casas contiguas, una de las cuales era el Ayuntamiento, empezaron a hostilizarnos con disparos de fusileria, y a los pocos minutos, una lancha artillada hacia sonar el cañón, parece que con pólvora sola, pues nadie percibió el zumbido peculiar de la metralla. El general Maceo mando que los escuadrones de reserva se corrieran por la ribera del mar, para hacer frente a cualquier tropa de desembarco, en previsión de que los disparos, de la lancha pudieran ser señales convenidas con otros buques de guerra o de transporte. El falucho suspendió la ruidosa función, y desapareció de la rada. Los disparos eran aviso para que los marineros que se hallaban en la torre de la iglesia, cesaran la hostilidad terrestre y volvieran a bordo a organizar el zafarrancho naval. Mas, por lo visto, no hubo el menor intento de renovar el pasaje de Lepanto.


   “Los insurrectos se apoderaron de los edificios inmediatos a la iglesia, mientras hacinaban combustible para envolver en llamas a los defensores, si no se rendían a discreción. Se sabía perfectamente que los dos núcleos hostiles estaban atrincherados en la casa capitular y en el templo. El pánico empezó a cundir entre el vecindario pacífico que, viendo sus casas amenazadas, se lanzó a la calle pidiendo misericordia a grito herido. Dos horas hacía ya que duraba el asedio de la iglesia y de la casa de la Villa, cuyos defensores esperaban, indudablemente, socorros por mar y por tierra; pero convencidos, al fin, de que iban a perecer asfixiados, si antes no sucumbían por el fuego de nuestros tiradores, y que serían pasados a cuchillo los prisioneros, se resolvieron a capitular bajo la promesa de que salvarían la existencia; cesaron, desde aquel momento, las hostilidades de unos y otros. Doscientas armas de fuego y 15,000 cartuchos fue el botín de guerra que se recogió en Cabañas, aparte de provisiones de boca, prendas de vestir, medicamentos, equipos y otros objetos de valor que se cogieron en las tiendas. Los defensores que sostuvieron el pabellón hasta última hora, se entregaron al valeroso capitán Manuel Aranda, del Estado Mayor de Zayas, que habiendo ocupado uno de los puntos más estratégicos con un corto número de soldados, dominó a los que defendían la iglesia, y no abandonó aquella posición mientras no estuvo resuelto el debate. Por otro lado, el teniente coronel González Clavell, ayudante de Maceo, estrechando el asedio de la casa municipal, contribuyó eficazmente al resultado decisivo de la lucha, que vino a obtenerse a la una de la madrugada. Toda la noche permanecieron los insurrectos dentro de la localidad fraternizando con el vecindario que, repuesto del susto, se entregó a las más expresivas demostraciones de entusiasmo. La mayor parte de la población era liberal; y así no es de extrañar que entonara con nuestros soldados el himno de la victoria, y que bajo la emoción de una dicha momentánea no sintiera la pérdida del bienestar material, ni reflexionara sobre las cosas tristes y horrendas que preparaba la adversidad dentro de un plazo no lejano. Todas las ilusiones de la muchedumbre infeliz y los cantos más nobles de alegría, iban a trocarse en desengaños crueles, tal vez antes de que el sol del nuevo día marchara al ocaso, para echar sobre los espíritus creyentes la larga y tenebrosa noche del infortunio!


   “El cuartel general emprendió marcha desde el ingenio San Juan Bautista, en las primeras horas de la mañana del 10, dejando escalonados algunos retenes para que repelieran la agresión del enemigo, en el supuesto de que las columnas que pernoctaron en Begoña y Pinillos, se moverían diligentes al alumbrar el sol el cuadro desastroso de Cabañas, a lo que contribuyó el general Suárez Valdés con su proverbial desidia y melindrosa conducta. Hablase incorporado a la columna invasora el comandante Pedro Delgado, hombre intrépido y muy conocedor de aquella comarca, en la que dominaba por los fueros de su valor. Maceo tenía el propósito de seguir por el litoral, para proceder al desarme de los puebles y caseríos que cubrían el camino de Cabañas a Bahía Honda. El primer pueblo que señaló nuestra vanguardia era San Diego de Núñez, con destacamento de voluntarios, pero que, por su posición estratégica y sus medios naturales de defensa, calles empinadas y tortuosas, que por sí solas constituían sólidas trincheras, era poco menos que inaccesible para uno o dos batallones de infantería. El destacamento se rindió a discreción, con armas y cartucheras, al serle intimado el primer mensaje. El oficial de la guarnición, bodeguero catalán, se sintió feliz al saber que capitulaba ante otro catalán, y así lo comunicó por teléfono a Bahía Honda, burlándose de los integristas de allá que se rindieron a Carlos Socarrás sin aguardar ocasión más propicia o más honorable para ellos. Preguntado por el narrador de estas páginas si sabía alguna noticia de Martínez Campos, o si era fácil encontrar algún periódico de la Habana, de fecha reciente, contestó el catalán, con visibles muestras de asombro: "¿Pero Martínez Campos no es de la partida?" -¡Cómo, de la partida? -hubimos de objetarle. -A lo cual replicó el bodeguero conservador: "¡Sí, paisano; Martínez Campos simpatiza con los de Cuba libre!; como que es hijo de una parda de Cienfuegos y de un militar español" -Vamos hombre; no desbarre usted de esa manera!: Martínez Campos nació en Toledo y es el más rancio de los castellanos. -El bodeguero no se dio por convencido. Verdad es que al hacerse eco de tan inverosímil rumor, no hacía más que abundar en la opinión de otros integristas más ilustres, que daban por legítimo el compadrazgo de don Arsenio con los insurgentes de mayor prez. Maceo rió muchísimo la ocurrencia del catalán simplón, al referírsela el que ahora la saca a la publicidad, y la comento con estas palabras: "¡Será porque yo le llamo compadre a Martinete!; ahorita nos van a decir que somos del mismo color, y que fumamos de la misma cajetilla, cuando yo no he fumado nunca, y en la conferencia de Baraguá y más tarde en San Luis hube de manifestarle que me traía mareado con sus eternos pitillos!


   “Al salir de San Diego de Núñez, el mismo día 10 de Enero, para tomar el camino de Bahía Honda, se incorporaron otras fuerzas de Pinar del Río, levantadas por Carlos Socarrás y Gómez Rubio, personas influyentes de la comarca occidental; el primero, hombre rudo y muy valeroso, estaba alzado desde años antes de estallar la insurrección, a consecuencia de líos personales con los agentes de la autoridad; y el segundo era un propietario de Guane que ejercía la profesión de médico en aquel término municipal, en donde su familia gozaba de muy buen concepto. La columna invasora pernocto en Bahía Honda; Maceo ordeno al alcalde que repartiera víveres a la gente menesterosa de la población. A la salida de Bahía Honda, el día 11 por la mañana, hubimos de sostener un ligero debate con la tropa española que trataba de desembarcar por el muelle del ingenio Gerardo, solicitada por los integristas de Bahía Honda al conocer el avance de la Invasión. Las escaramuzas no causaron mella en las filas insurrectas. A nuestro paso por el batey de Gerardo, fueron desmanteladas las fábricas y arrasados los cañaverales, por haberse comprobado la connivencia entre el propietario del ingenio y la columna auxiliadora. El dueño de Gerardo, de apellido Cajigal, había levantado el vuelo, pero movió todos los resortes para que fuera tropa de línea a Bahía Honda, Río Blanco y la Palma. Maceo hizo rumbo a las Pozas al terminarse el combate con los españoles; éstos guarnecieron la población de Bahía Honda, y por la noche, una parte de ellos, sabiendo que los insurrectos pernoctaban en las Pozas, emprendieron el camino de Consolación del Norte, o sea la Palma. El alcalde de las Pozas nos hizo entrega de un centenar de fusiles que tenía en depósito.


   “Este memorable lugar en la historia de Cuba por haber desembarcado cerca de allí el intrépido Narciso López en 1851, y sostenido la primera acción contra las fuerzas del gobierno, nos trajo a la mente la vida azarosa de aquel luchador que, tenaz y entusiasta en medio de las mayores vicisitudes, volvió por segunda vez a emprender la colosal aventura de la redención de este pueblo, para hallar el más inicuo y deplorable fin a los pocos días de su afortunado desembarco. Aunque las peripecias de Narciso López son bien conocidas del público, pues han sido narradas por casi todos los historiadores de la época, no huelga un relato más de su triste aventura, ya que nosotros seguimos en la campaña de Invasión el itinerario de aquel valeroso y desgraciado caudillo, y el general Maceo mostraba verdadero interés en visitar los lugares por donde anduvo el célebre luchador en su postrer jornada por los montes de Cuba, ¡tan inclementes para él!


   “Desembarcó Narciso López con la hueste expedicionaria, que traía el vapor Pampero desde New Orleans, el día 12 de Agosto de 1851, en una de las ensenadas de Manimaní, cuatro leguas a sotavento de Bahía Honda. En el cerro del Morrillo sostuvo el primer combate uno de sus lugartenientes, el coronel americano Crittenden, mientras él, con el resto de las tropas, se dirigía al caserío de las Pozas, alentado por el fervor del patriotismo, creyendo que el país respondería a sus intrépidos conatos. La buena estrella, sin embargo, parecía acompañarle, pues logró sostener dos combates, si no del todo victoriosos, bastante afortunados para las armas libertadoras, por cuanto descalabró al jefe de una de las fracciones españolas, el comandante Guerra, gobernador militar del Mariel, e hizo retroceder al general Enna después de la refriega en San Miguel de Cacarajícara. El coronel Crittenden batalló con éxito en el cerro del Morrillo, y López en San Miguel ; estos lances fueron casi simultáneos, y acaecieron el día 13 de Agosto. Enviados refuerzos desde la Habana el día 14, al mando del brigadier Rosales, sirvieron de sostén al general Enna, que siguiendo la huella de su competidor, desde San Miguel al término de Candelaria, trató de cerrar el paso al general insurrecto el día 17, en el cafetal de Frías. Narciso López, marchando por dentro de la montaña, desde San Miguel a la finca de Frías, hubo de atravesar la fragosa sierra de San Diego de Tapia, y es fama que pasó por Aguacate, el Brujo, Buenavista, Diviñó, el Cuzco, el Brujito -lugares mil veces andados por la hueste invasora de Maceo y que nos tocará mentar otras tantas en las narraciones de la bélica jornada. En el cafetal de Frías, sitio de caros recuerdos para Narciso López, sonrióle por última vez la fortuna al aceptar el combate contra el general Enna, éste fue herido mortalmente, y la columna española experimentó otras pérdidas; pero el rápido movimiento ejecutado por Enna, momentos antes de caer herido, impidió la concentración de las fuerzas insurrectas, empezando desde aquella hora el calvario de López. Sin poder comunicarse con el resto de sus partidarios, y desatado un horrible temporal, sin el auxilio del campesino, tan indispensable en esta clase de guerras, para guiar a los extraviados y para socorrerlos, Narciso López, con siete compañeros más, se encaminó al Pinar del Rangel, finca perteneciente al término de San Cristóbal, travesía, aunque no larga, fatigosa en tiempo de aguas, y horrible para hombres perdidos en la soledad del monte. López, con el corto séquito, enfermo y extenuado, llegó al Pinar, pidiendo hospitalidad a uno de los aparceros de la finca, a quien el desgraciado General conocía de otra época más feliz; pero el hombre aquel, taimado y codicioso, ávido de coger el precio que el gobierno español ofrecía por la cabeza del revolucionario, delató el escondrijo de López a la autoridad militar de San Cristóbal, y el valeroso caudillo que confiaba ciegamente en la falsa lealtad del nuevo Iscariote, tan vil como el que sirve de ejemplo en todo relato de traición, la noble y deplorable víctima de aquella infamia, mientras descansaba dentro de una cueva, a donde le condujo el propio traidor poco antes de emprender la vía de la delación, fue apresado por una patrulla de realistas y mordido por los mastines que sacaron de San Cristóbal y de las fincas inmediatas para que rastrearan la codiciada presa, caso de que hubiese salido del subterráneo. Narciso López dormía en el mismo lecho campestre que le preparó Santos Castañeda, que así se llamaba el célebre delator, vil, taimado, cruel y el más miserable de los hombres. El general López, casi moribundo, después de haber bregado con los mastines y con los apresadores que vigilaban la entrada de la cueva, disparando escopetazos para que los perros sintieran mayor fiereza, fue conducido a Guanajay, en estado lastimoso, y el día último de Agosto llego a la Habana, para subir al tablado del garrote vil el primero de Septiembre de 1851, ¡a los veinte días de su glorioso desembarco! Pocas páginas hay más horrendas en los tristes anales de nuestras revoluciones. El traidor Castañeda pago con la vida su depravada conducta; murió de un tiro en el café Marte y Belona de esta capital, a los tres años del suceso de Pinar del Rangel. El vengador se llamaba Nicolás Vignau, hijo de Santiago de Cuba. ¡Loado sea el matador, mil veces enaltecida su memoria, su esforzado corazón y su certera puntería, que al dar en el blanco abominable, restableció los augustos principios de la moral patriótica, hondamente perturbados por la delación, la captura y el suplicio del benemérito Narciso López! Únicamente es de lamentar que Vignau no haya tenido émulos en la larga y sangrienta vía de la revolución cubana!


   “Las guerrillas de Maceo, corriéndose por el litoral, incendiaron los embarcaderos de Río Blanco, la Mulata y Verracos, en la mañana del 12, en tanto el Cuartel general se dirigía hacia el interior con el propósito de atacar el pueblo de la Palma, cuyos habitantes, sin excepción de ninguno, eran integristas acérrimos, cualidad que no desmintieron en ningún período de la guerra. En aquel término, casi en su totalidad, compuesto de españoles oriundos de las Islas Canarias, no se hallaba un solo simpatizador de la causa separatista. Las tres leguas que median de un lugar a otro, se anduvieron con la mayor celeridad a fin de llegar con anticipación a los refuerzos españoles, que habiendo desembarcado en Río Blanco, se dirigían al citado lugar; y lo efectuaron con tres horas de antelación a la columna insurrecta, marchando con sigilo. El capitán que mandaba el destacamento de auxilio, procedió sin demora a levantar atrincheramientos. Nuestra columna dio vista al pueblo de la Palma, entre ocho y nueve de la mañana del 12, cuando ya la guarnición se hallaba prevenida. Es de señalarse, entre los innumerables descuidos del ejército español, este acto de diligencia y marcialidad realizado por el capitán Pozo, jefe del destacamento. Tres meses más tarde, el mismo capitán, con la misma tropa y los bravos voluntarios de la Palma, habría de causarnos un completo desastre al ser acometida la población por la hueste de Maceo. El ataque hubiera sido fructuoso en la mañana del 12 de Enero; pero al dar vista a la localidad, con el propósito de romper las hostilidades, se apareció una mujer con dos niños en el Cuartel general, pidiendo y suplicando, con la elocuencia de la aflicción, que no acometiéramos la operación del asalto, a fin de evitar escenas sangrientas de represalias, de las cuales serían víctimas los mismos españoles de la localidad. La desolada dama, era esposa del jefe de los voluntarios don Antolín M Collado. Maceo, que jamás negó nada a las mujeres, y que siempre se dejó cautivar por el llanto de las madres de familia, accedió a lo que solicitaba la afligida señora, y sólo impuso, ó. mejor dicho, aceptó buenamente lo que la emisaria le brindaba una contribución de guerra y la promesa de que los caciques de la Palma abandonarían el negocio del tabaco. La contribución se hizo efectiva parcialmente; pero la cantidad principal de ella, consignada en una orden mercantil contra la casa de Seña y Compañía de la Habana, quedó sin pagar, y poco faltó para que no le costara un serio disgusto a don Perfecto Lacoste, a quien se la envió Maceo para que la cobrara y girara el importe de tres mil pesos a la delegación del partido revolucionario. Lacoste pretendió cobrar la libranza, pero la casa citada, que, por lo visto, estaba en conocimiento de aquel valor entendido, se negó de plano a efectuar el desembolso, no sin manifestarle al destinatario que la operación era filibustera, netamente separatista, y relacionada con un secuestro. Ya Wéyler mandaba en Cuba, y el patíbulo estaba alzado, con carácter de institución, en el foso de los Laureles.


   “Abandonado el asedio de la población integrista, la columna invasora hizo rumbo a la capital de la provincia por el interior de la sierra: ¡tremenda caminata! El territorio cambiaba de aspecto; nos hallábamos en otro escenario, completamente distinto. A las tierras de labor, paisajes risueños, frondas de variados matices, árboles frutales y palmas regias de espléndido penacho, sucedíanse bosques de pinos, monótonos y uniformes, interminables y solitarios, con sus eternos rumores, y la montaña misma, de un corte brusco y despojada de vegetación tropical, pues sólo mostraba peñascos con el ornamento del pino entre las junturas de las moles, presentaba el aspecto de un país totalmente desconocido para el viajero de Vuelta Arriba, aunque hubiese andado por los montes de Mayarí, copiosos en pinares. Estos bosques de Vuelta Abajo, por la ruta que seguía la Invasión, no se parecen á, otras selvas del país, porque el color de la tierra es aquí invariable, siempre ceniciento, sin otro matiz que transforme la uniformidad del suelo pedregoso, y por dondequiera que el caminante fatigado extienda la vista, no encuentra más que pinos, pinos agrupados y pinos en hilera, ramblas, parques, galerías interminables, espaciosos corredores, pero solitarios, bóvedas inmensas en donde gimen las arpas del oquedal y resuenan pisadas misteriosas en medio del arcano de la soledad, todo fabricado por el pinar, sin otro árbol ni más pompa. En estos lugares, tan desiertos, anida el risueñor y canta el himno matinal de la naturaleza.


   “Acampó la columna invasora en Laguna de Piedra el día 13, y los exploradores se aproximaron al pueblo de Viñales, donde tuvieron pendencia con los voluntarios de la localidad. En la marcha del 14, larga y penosísima, como la anterior, llegamos a Caiguanabo, sitio pintoresco, pero de aspecto singular, un caserío delicioso, entre aldea y villa, con oratorio y torreones, circunvalado de trincheras naturales, mogotes hechos de una sola pieza, que parecen mausoleos de mármol azul, raros promontorios en que hasta el color de las moles es distinto de los demás cerros de Vuelta Arriba y de cuantos habíamos visto en el largo viaje por el interior del país, tan rico en florestas, como en paisajes románticos. Una partida de salteadores había llenado de consternación a los pacíficos habitantes de aquel caserío, robándoles, y haciendo después escarnio público en la misma iglesia del poblado; pero cogidos tres de ellos, que acababan de incorporarse a nuestras filas, creyendo que el robo y el sacrilegio eran permitidos por el general Maceo, e identificados por las familias del caserío, fueron ahorcados con toda la ceremonia propia del caso, de una de las soleras de la mansión por ellos saqueada. Maceo mostróse inflexible; no valieron esta vez los ruegos de las mujeres que pedían gracia para los forajidos. Al cuartel general llegaban diariamente noticias alarmantes de actos de bandolerismo que llevaban a cabo las partidas sueltas y los destacamentos de Cayito Alvarez y de otros jefes, que adjudicándose el papel de vanguardia invasora, sin que el cuartel general lo hubiese así dispuesto, asolaban el país y causaban daño enorme a la causa de la república. Maceo tenía el propósito de hacer un escarmiento ejemplar.”



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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