22 de octubre - Comienzo de la Invasión Libertadora por José Miró Argenter
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 Provincia de Oriente
 Bayamo
 Holguín
 Victoria de las Tunas

 Provincia de Camagüey


22 de Octubre
Invasión Libertadora
de José Miró Argenter

• 1895 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 90-95 describe los acontecimientos del 22 de octubre de 1895 en la Historia de Cuba:


   “El día 22 de Octubre partió de Baraguá la columna expedicionaria, tomando el camino de Holguín por la margen derecha del Cauto, vía que no recorrían los españoles y la más breve para llegar sin obstáculos al territorio de Camagüey. Si el general Martínez Campos estaba prevenido, como era de suponerse, contra los intentos del jefe cubano, le sería muy difícil llevar a cabo cualquiera operación estratégica sobre la línea divisoria del departamento Oriental, en atención a la larga distancia que necesariamente tendría que salvar la columna que saliera de Holguín, acto indispensable para el buen éxito de la operación.


   “La primera marcha fue muy penosa, de nueve leguas, por terrenos inundados, y cayendo recios aguaceros; se acampo en la sitiería del Júcaro, ya muy entrada la noche. Al día siguiente se continuó la ruta por la misma ribera del Cauto y caminos igualmente pésimos hasta Guayacán, donde se dio un buen descanso a la tropa: nuestra vanguardia vivaqueo en Sabanilla. A este punto llego el centro de la columna el 25, se situaron los puestos avanzados en la vega de Pestán, lugar designado para la incorporación de algunas fuerzas de infantería. De Pestán se pasó a Corral Nuevo el 28, y el 30 nos dirigirnos al hato de Mala Noche, encrucijada de los caminos de Holguín, Tunas y Bayamo.


   “En el campamento de Mala Noche se incorporaron los regimientos de caballería Martí y García, en número de 350 plazas, y con este refuerzo el efectivo armado se elevo a 1,403 hombres, según revista minuciosa que ordenó el Cuartel General. Por la nueva organización que se dio a la columna, quedó esta constituida de la manera siguiente:


   “Comandante en jefe, el Mayor General Antonio Maceo.

   “Jefe de Estado Mayor, el Brigadier José Miró.

   “Jefe de Infantería, el Brigadier Quintín Bandera.

   “Jefe de Caballería, el Brigadier Luis de Feria.

   “Jefe de Sanidad, el Coronel Joaquín Castillo.

   “Jefe Instructor, el Coronel Pedro Sotomayor.

   “Auditor General, el Coronel Francisco Freixes.

   “Jefe de despacho, el Coronel Federico Pérez Carbó.


   “Distribución de armas y cuerpos

   “Estado Mayor 25

   “Escolta del Cuartel General 82

   “Escolta del Gobierno 40

   “Infantería 350

   “Caballería 810

   “Sanidad 20

   “Oficiales agregados al Estado Mayor 36

   “Cuerpo de vigilancia 40


   “Total 1.403 individuos


   “No se cuentan en esta cifra los asistentes, ordenanzas, acemileros, etc., que ascendían próximamente a 300 hombres, algunos de ellos armados, y por lo tanto, en aptitud de guerrear. Se había procurado aumentar la caballería, porque del buen empleo que se hiciera de esa arma dependía el éxito de la invasión. Los movimientos habrían de ser rápidos, frecuentes las correrías, impetuosos los choques, y por otra parte, el servicio de exploración a distancias considerables, le estaba realmente encomendado a la caballería: de ahí su cupo máximo en el cuerpo expedicionario. A excepción de unos trescientos infantes, todas las demás fuerzas iban a caballo, aun cuando no pertenecieran al arma de caballería ni fuesen plazas montadas; concesión que otorgó el Cuartel General para no recargar el servicio del peonaje, que bastante tenía con las largas marchas que comúnmente le tocaban en lote, cubriendo la retaguardia. Los regimientos no eran completos, ni mucho menos; los más no pasaban de escuadrón y de compañía, del tipo reglamentario, esto es, de 72 hombres el escuadrón y 45 la compañía; pero conservaban la denominación del cuerpo a que pertenecían a fin de no introducir nomenclaturas nuevas, siempre dadas a confusiones, y para que la historia de cada uno se mantuviera perenne en el espíritu del soldado y fuese estímulo del pundonor. Unicamente el regimiento Céspedes (de caballería) podía en rigor ostentar ese título, pues contaba con 320 plazas y un cuadro completo de oficiales; los demás adolecían de la falta señalada, por lo que dábase el caso de que un coronel, v. gr., mandara un batallón que no revistaba más allá de 100 plazas, y por el estilo, las otras unidades tácticas. Esta composición orgánica no ha de entenderse que tuviera carácter definitivo; habría de modificarse a medida que se extendiera el radio de acción y las bruscas alternativas de la campaña crearan nuevos organismos e hicieran desaparecer otros. Aun veremos extinguirse alguno, de los más nutridos ahora, por la mutilación diaria de sus miembros en el campo de la lucha, mientras fracciones menos robustas serán derribadas de una sola descarga, como cuarteado bastión que no resiste más de un metrallazo. Del regimiento Céspedes, al terminarse la segunda campaña de Occidente, sólo quedará el recuerdo glorioso de sus proezas; idéntico destino le cabrá a la famosa guardia del General y al regimiento Maceo y al primer batallón de Crombet y a tantos más, igualmente beneméritos, diezmados en cada combate, todos sepultados y esparcidos, aquí, y allá, en la diseminación de la gran jornada.


   “El general Maceo tenía el propósito de aguardar en Mala Noche el contingente de la 2ª División, aunque para ello hubiera de detenerse cinco o seis días; pero una noticia que publicó El Cubano Libre, relacionada con la partida de las huestes orientales para el territorio de Las Villas, contrarió los propósitos de Maceo, el cual, con visible disgusto, ordenó la marcha de la columna y el secuestro del periódico, a fin de que el enemigo no se enterara del suceso, si bien por otros medios hablase ya divulgado y la misma prensa española lo comentaba en son de burla.


   “No obstante lo repentino de la orden del Cuartel General, pudo celebrarse una agradable fiesta en obsequio de algunas familias holguineras que había acudido a Mala Noche para despedirse de sus deudos y amigos; fiesta que merece un lugar en estas páginas de la guerra, si no como episodio descriptivo, como exponente del período más hermoso de la Revolución, el de la fe, ciega y victoriosa, en que la mujer cubana aviva con sus transportes el fuego del patriotismo. Todo es grande y poético en esa fecha por la intervención de la mujer que, transfigurada por el amor patrio, aparece como un emblema de gloria, infunde su alma pasional al militante y da aire romanesco a la cruzada libertadora, con la que comulga la víspera de la partida. Su devoción por la bandera de la República la ha llevado hasta el campo militar, que puede serlo de encarnizada pelea, para ver desfilar la gran masa de orientales que acaudilla Macee y dar el último adiós a sus seres más íntimos y amados. Ninguna denuncia su dolor al desprenderse de familiares tan queridos; ninguna opone necesidades del hogar, excepciones de orfandad o de viudez, que bastarían a eximir del servicio de las armas a sus parientes más allegados, todas, por lo contrario, muéstranse orgullosas de que a los suyos les haya tocado en suerte ir con el caudillo oriental a realizar la conquista de los dominios españoles en el remoto Occidente. Anhelan participar de la gloria que les cabrá a los invasores. Hay quién tiene a su esposo en las filas; quién a sus hijos; cuál otra a su amante nupcial. Aquí se ve a una mujer que perdió a su esposo en la guerra de los diez años, y ahora se desprende de sus hijos: se queda sola en el hogar. Más allá, una joven vestida de luto, se afana en bordar las insignias que ha de ostentar su hermano: su padre cayó en las primeras acciones de la contienda actual. Otra joven, en amoroso transporte, coloca sobre el pecho de un oficial bisoño el relicario de la Virgen de la Caridad, para que lo libre de las balas enemigas: es prenda de enamorada. Una niña de pocos años canta en décimas cubanas las glorias de Maceo en presencia del caudillo, mientras dentro de la mansión donde se celebra la fiesta militar, resuena el metro heroico que inspira la musa de la independencia, cuyas notas sólo apaga el eco matinal del clarín que llama a los soldados a levantar las tiendas.


   “Examinados estos hechos y otros parecidos, reveladores de una virtud incomparable, el ánimo del historiador se siente embargado y no sabe a ciencia cierta a quien adjudicar el galardón del patriotismo: si al hombre, que por un ideal político abandona hacienda y familia para ir a correr los riesgos de la lucha; o a la mujer que se queda resignada, presa de la fiebre de la nostalgia, en el hogar ya desierto e inseguro donde todo le habla del objeto de sus ilusiones.”



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Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
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