La Invasión Libertadora el 2 de enero
Calendario Cubano


Enero
Dic 1 2 3 4 5
6 7 8 9 10 11 12
13 14 15 16 17 18 19
20 21 22 23 24 25 26
27 28 29 30 31 Feb


El 2 de enero en Capricornio
Capricornio

Referencias
Guije.com
 Antonio Maceo
 Máximo Gómez

 Provincia de La Habana
 Municipio Güines
 Municipio Nueva Paz
 Municipio San Nicolás
 San José de las Lajas
 Ciudad de La Habana


2 de Enero
Invasión Libertadora
por José Miró Argenter

• 1896 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 274-286 describe los acontecimientos del 2 y el 3 de enero de 1896 en la Historia de Cuba:


“El Mayabeque”
“En marcha por la provincia de la Habana.”
“-Extraña actitud de una columna.”
“-Ocupación de Guara y Melena del Sur.”
“-La provincia en estado de guerra.”

   “Si hasta ahora hemos presenciado episodios famosos, proezas insignes y jornadas militares de inmenso valor, que pocas veces repetirá la historia de ningún pueblo; sucesos, pues, extraordinarios, cuya narración ha causado asombro en el mismo cronista, del nuevo cuadro que nos toca describir pudiera decirse que era un invento caprichoso del narrador, una composición novelesca urdida con las patrañas de héroes apócrifos, si no fuera de una realidad histórica comprobada, y todo el relato rigurosamente auténtico. Porque, ¿cómo no ha de rayar en lo inconcebible la ejecución de una empresa militar bajo todos los aspectos irrealizable? ¿Cómo no ha de sorprender la realización de una obra que a todas luces parecía imposible de acometer? ¿Quién que conozca la provincia de la Habana, sus medios de defensa, la gran densidad de su población, y esté en antecedentes de los formidables recursos que tenía acumulados el jefe del ejército español, podrá creer que las huestes insurgentes se atrevieran a penetrar en ese territorio, atravesarlo de uno a otro confín, ocupar pueblos de importancia, desarmar guarniciones, amenazar la capital en son de burla y obligar a Martínez Campos a encastillarse en las fortalezas inexpugnables del Morro; y aumentando el desorden en aquella cabeza insegura, hacerle adoptar la resolución de emplazar baterías en las calles y ramblas de la ciudad para defender el palacio de la Capitanía General y las dependencias a él anexas? ¿No es un hecho inaudito, inconcebible, que la posteridad podía tener por novelesco, si la historia no se cuidara de narrarlo con todos los pormenores, y de comprobarlo además con todos los documentos oficiales del partido opositor?... El sencillo relato que vamos a exponer en estas páginas, no dará idea cabal de la empresa militar, pero, sí, fijará los hechos tal como sucedieron, y revelará algunos detalles interesantes, que acaso sirvan algún día al verdadero historiador de nuestras luchas por la independencia.


   “Las tropas insurrectas acamparon el día de Año Nuevo en Bagáez, cercanías de Nueva Paz. El día 2 pasaron a tiro de fusil de esta población, primera que se encuentra en la línea férrea de Güines a Matanzas. Contaba Nueva Paz con guarnición permanente, y en los momentos de cruzar la columna insurrecta por las inmediaciones del caserío, llegaba la brigada cachazuda de Aldecoa, procedente de la zona de Unión de Reyes. Aldecoa no disparó un solo proyectil. La vanguardia insurrecta reconoció el pueblo de San Nicolás y caseríos limítrofes, mientras la retaguardia y patrullas flanqueadoras atizaban la gloriosa candela. Todas las mieses estaban en sazón con sus plumeros de gala, los ingenios con las máquinas encendidas, las hornallas repletas de combustible, y pronto a maniobrar el trapiche estrujador; las carretas listas, uncidos los bueyes, con mayorales y narigoneros dando los últimos toques bajo la inspección de Sú mercé -aun perduraban los hábitos de la servidumbre- y las guardarrayas en polvo. ¡Como iba a revolverse todo lo inicuo y detentador de la autoridad omnipotente del amo, que tuvo su origen en la trata de negros africanos y culminó en el central majestuoso, cifra y asiento de todas las explotaciones humanas! Ahora, aunque ya tarde para que las represalias fueran completas, venía la invasión oriental a derribar los muros de la opulencia, amasados con el sudor y la sangre de la esclavitud, castigando en los hijos del pirata lo que debió hacerse con el tronco envenenado: cortarlo de raíz. De San Nicolás salió buen golpe de gente a saludar la tea redentora. ¡Viva el tizón vengador! Los dueños de los ingenios, o sea los magnates del país, herederos de los piratas, quedábanse absortos al ver cruzar la negrada oriental a caballo de briosos alazanes, de zainos y overos de la dehesa común, con el largo machete de media cinta, la clásica bandolera, o, mejor dicho, dos bandoleras, una, para sostener la tercerola, y la otra la bolsa de los peines ruidosos, y el ademán trágico. ¿Qué se había hecho la humildad de los negros?... ¡El mundo estaba perdido!... El narrador no puede prescindir de contar una escena chusca que ocurrió en las cercanías de Nueva Paz, entre Gómez y un personaje territorial, de los que usan el genitivo rancio cargado de hipotecas. El magnate, al tropezar de manos a boca con la invasión saludó con grandes reverencias a Máximo Gómez, desde el interior del cabriolé, del que tiraban dos caballos que, si no eran jamelgos, tampoco llegaban a la categoría de normandos de casa rica. El magnate parece que le descubrió a Gómez todo el árbol genealógico de la estirpe, y con el árbol, las flores del patrimonio territorial, ya agostadas por el fuego purificador. Parece que le dijo ser el Conde de no se cuántos timbres, y que iba a la ciudad en viaje de mudada, para evitar tropiezos con las tropas españolas, pues él era, aunque noble, cubano, si bien pacífico, criollo de legítima cepa, partidario de la evolución. El que escribe estas páginas, al observar el obstáculo del cabriolé, se aproximó al grupo para despejarlo sin consideraciones. Pero vio al General en Jefe, y díjole: ¡Perdone, General; cómo atisbé el bolón parado en medio de la vía!- "¡Hombre llega usted de perilla !" -contestó Máximo Gómez, con aquel pronto y aquel metal de voz especialísimo, que todos recordamos y pretendemos imitar al referir cualquier anécdota de la campaña en la que él hubiese intervenido: "Examine a ese señor que dice ser un Conde". -¿Conde de qué, General? -preguntóle este cronista, entonces con autoridad bastante para arrancar una corona ducal. -"¡No sé; debe ser el conde de la caña seca! ¡Mire usted que encontrarse con pergaminos a estas alturas!" La chanza se prolongó un rato más; Gómez siguió la marcha no sin decirle al aristócrata de la caña seca que noticiara a Martínez Campos el rumbo de la Invasión, y el que esto escribe prescindió del examen heráldico, y permitióle que siguiera la ruta con los mismos jamelgos que arrastraban el birlocho. Tal vez un poco más allá el coronel Bermúdez le quitó los collarines; pero no pasó a mayores ¡cosa rara! porque los periódicos de la Habana nada dijeron del suceso.


   “La jornada del día 2 nos aproximó a Güines. El cuartel general pernoctó en una colonia del ingenio Providencia. Horas antes había ocupado el batey de esa finca una columna española, procedente de Matanzas. El vecindario de los contornos, que trajo la noticia, agregó que era la brigada de García Navarro. Este valeroso brigadier había solicitado, en tiempo oportuno, el honor de mandar la vanguardia de las fuerzas españolas que tenían la misión de exterminar a los rebeldes capitaneados por Gómez y Maceo. Muy en breve iba a satisfacer sus gallardos impulsos, en combinación con la brigada de Aldecoa.


   “García Navarro, después de ponerse al habla con Aldecoa, y éste con la capitanía general por medio del heliógrafo de Güines, emprendió la marcha el día 3, casi simultáneamente con las tropas invasoras, para situarse en el paso del Mayabeque, o mejor dicho, para impedir el paso de la Invasión por los trampales del Mayabeque, ganándose de este modo los laureles apetecidos. Se plantó en los miradores del central Teresa y dejó pasar toda la Invasión, después de verla atascada en las tierras cenagosas y coloradas de Güines. Toda nuestra gente observó los puestos avanzados del brioso competidor, mientras en hilera, uno tras otro, desfilaban los jinetes y peones de la Invasión. De suerte que el espectáculo era recíproco: García Navarro, desde la ciudadela murada, contemplaba el pasaje de los invasores, y éstos a los guardianes de dicho recinto, atónitos unos y otros, de verse las caras y de no acudir a los puños. El papel del afamado brigadier no pudo ser más deplorable ni más reído; reído y puesto en solfa por los mambises, desairado y soberanamente bochornoso para él.


   “Sin otras peripecias, la columna invasora continuó la marcha en línea paralela al ferrocarril de Güines. Uno de nuestros destacamentos se apoderó del caserío de Guara y lo saqueó completamente. El cuartel general dispuso que se intimara la rendición al pueblo de Melena del Sur; operación que efectuaron los escuadrones de Oriente, con éxito cabal. En los dos poblados se cogieron 80 fusiles y 1,500 cápsulas. El coronel Masó Parra desarmó a los voluntarios de las guarniciones. La ocupación de Melena del Sur, por la importancia comercial de la plaza y sus medios defensivos, debió causar pánico profundo en los demás caseríos de la comarca, puesto que empezaron a emigrar los vecinos de mayor arraigo, buscando momentáneo refugio en la capital. La calzada de Güines era un hormiguero de vehículos que transportaban familias emigrantes y a no pocos defensores de la integridad del territorio, miembros del Benemérito Instituto de Voluntarios, escondidos entre las vasijas de leche y las faldas de las mujeres; soldados de la lealtad, fogosos ayer, mansos hoy, que de buen grado hubieran renunciado para siempre a sus charreteras y hazañas de Real Orden con tal de poseer en aquellos momentos un salvoconducto de Bermúdez, que, con alguna tropa, había ocupado la carretera y examinaba a todos los viajeros que iban de mudada.


   “Entretanto, la persona del capitán general, por momentos más crasa y más aturdida, sin ánimo de recobrar la espada, y apagadas las luces de su entendimiento, no salía del aparato telegráfico, entregado a la faena de zurcir boletines para que los personajes de la Corte conocieran el avance de la Invasión, y viendo correr la ola de fuego sobre el papel azul de los telegramas estudiaran la manera de echar una cortina de amianto entre las dos plazas principales: la del castillo del Morro y la del Sol, porque el mar no era bastante barrera. Si no fuera tarea demasiado engorrosa, sería cosa instructiva la inserción literal de los despachos cablegráficos que dirigió Martínez Campos a Madrid en las postrimerías de su mando, movido por el solo afán de salvarse de la quema, pero arrojando sobre su historia prestigiosa -como pregonó la fama- el borrón más evidente o la nota más explícita de incapacidad militar. Cablegrafiaba el día 2 de Enero: "Interrumpidas comunicaciones ferroviarias y telégrafos por diferentes partes. Esta noche mataron a un celador de ferrocarril e hirieron a dos obreros de los que iban a componer la vía. Haciendo esfuerzos, las columnas se aprovechan vías férreas establecidas y están situadas:


   “Echagüe, en Güines.

   “Valdés, al Sur de Melena.

   “Navarro, al Oeste de Güines.

   “Aldecoa, en Nueva Paz.

   “Galbis y Segura persiguen enemigo.

   “Luque, camino de Júcaro.

   “Prats, en Ceiba Mocha.


   “Se hacen marchas nocturnas, pero enemigo rehuye todo combate. Va rodeado de exploradores que queman todos los campos y destruyen casas, poblados y estaciones.


   “Sigo sacando fuerzas de Santiago, Manzanillo, Sancti Spíritus y Villas.


   “Enemigo entretiene detrás de las cercas a columnas que no tienen artillería. -Campos."


   “Cablegrama del día 3:


   “"El enemigo sigue avanzando por las líneas del Norte y del Sur de la Habana.


   “Numerosa fuerza separatista se halla en San José de las Lajas, pueblo situado a 29 kilómetros de la Habana.


   “Viene destruyéndolo todo.


   “Incendian las estaciones de los ferrocarriles.


   “También hay partidas en Guara. Asimismo fuerzas insurrectas en Melena del Sur, no lejos de Batabanó.


   “Llegan a la Habana numerosas familias de los pueblos inmediatos, huyendo.


   “El pánico es extraordinario. Nada se teme respecto a esta capital. -Campos."


   “Un periódico de Madrid -el Heraldo- hizo estos comentarios:


   “"Lo que sucede es realmente inconcebible. No se comprende como experimentados generales al frente de soldados que hacen marchas nocturnas, generales que conocen además perfectamente el terreno, puedan ser burlados en la forma que lo están siendo. No es ya sorpresa, es asombro, verdadera estupefacción. Ya comprenderá el gobierno que esta situación no puede prolongarse."


   “Y otro periódico, El Imparcial, acérrimo enemigo de Cuba, que actuaba de primer estratega en las redacciones políticas, clubs y peñas de Madrid, publicó un sensacional artículo que venía a ser la puntilla para el general de los grandes prestigios, zarandeado y estoqueado por toreros de invierno. Casi al mismo tiempo, el general Beránger, que no lo era de tierra, sino de mar, exclamaba, apremiado por los periodistas: "¡Pero, señor! ¿qué hacen nuestros generales?"


   “Entretanto, el consejo de Ministros ratificaba la confianza que tenía depositada en el general fracasado, y ascendía a general de división a García Navarro, el hombre del Mayabeque, y otorgaba otra gran cruz a Suárez Valdés, el hombre del Manguito: cosas dignas de la caricatura.


   “La columna central invasora pernoctó en Novo, el día 3 de Enero, lugar inmediato a la línea férrea de Villanueva, que termina en Batabanó. Martínez Campos acababa de declarar en estado de guerra las provincias de la Habana y Pinar del Río, y su pariente Arderíus, que funcionaba como Segundo Cabo, y por tanto hacía las veces de gobernador militar de la Habana, publicó, en orden militar del día, el bando más estupendo y más característico del terror pánico que jamás haya producido ninguna autoridad militar en funciones de comandante en jefe de una plaza fuerte, que no sea alguna de las que Offembach ponía en solfa en las operetas bufas donde se lucía el célebre actor Arderíus, no sabemos si pariente consanguíneo del gobernador militar de la Habana en la época de Martínez Campos, pero sí, homónimo y colega. El general Arderíus en dicho bando, reflejó admirablemente el gráfico desorden que reinaba en las altas esferas de Palacio, y no solamente el desorden, sino también el terror. Sacó todas las baterías a la calle; encendió las mechas, y dictó las más estrictas disposiciones para que la ciudad, caso de ser atacada por los insurrectos, pudiera repeler la agresión desde la línea del Morro hasta la de Atarés, y a la inversa: desde Jesús del Monte hasta el muelle de Caballería. Parece que algún filibustero chusco le hizo entender a Arderías que los insurrectos tenían escuadra y globos dirigibles; que en Cayo Hueso había resucitado Albemarle, el lord que tomó el Morro, y que los globos utilizados por Gambetta en la campaña franco-prusiana, estaban ahora al servicio de Maceo y de Máximo Gómez, enviados a la manigua por el comité filibustero que actuaba en París. Si no hubo intervención laborante en el caso Arderíus, habrá que admitir otra influencia más poderosa y más nociva dentro de las cabezas directoras.


   “Martínez Campos acababa de publicar el siguiente bando:


   “"Habiendo aparecido partidas armadas en las provincias de la Habana y Pinar del Río y llegado el caso a que se refieren los artículos 12 y 13 de la ley de Orden Público, de 23 de Abril de 1870, en uso de mis facultades, vengo en decretar lo siguiente:


   “Artículo 1º Quedan declarados en estado de guerra los territorios de las provincias de la Habana y Pinar del Río.


   “Artículo 2º Las autoridades civiles de las citadas provincias continuarán funcionando en los asuntos propios de sus atribuciones, que no se refieran al orden público, reservando, no obstante, a la jurisdicción de Guerra el conocimiento de todos los asuntos criminales y los demás en que yo considerase conveniente entender. -Habana, 2 de Enero de 1896. -Arsenio Martínez Campos.


   “Por el bando del Capitán General supimos que el territorio de Pinar del Río se hallaba también revuelto.


   “Con la proclamación de la ley marcial, y ardiendo ya la guerra en las dos provincias occidentales, se demostraba ante el mundo entero la nulidad de las armas españolas para detener la marcha del invasor, que acababa de ofrecer el más patente testimonio de su empuje clavando la bandera de Yara en el centro mismo del imperio colonial. El fracaso era tan evidente a los ojos de los españoles, como la terrible imagen de la insignia insurrecta que ondeaba victoriosa por los campos sagrados de la lealtad, nunca hasta entonces testigos de semejante irrisión. Asimismo se comprobaba que eran triunfos ilusorios los que habían obtenido el Pacificador y sus émulos; derrotas imaginarias las que en todas las funciones de guerra habían propinado a la hueste invasora, de la cual, a ser verdad el guarismo de las bajas ocasionadas por los batallones de Martínez Campos, no podía quedar ni el esqueleto; pura trapacería la diaria y fastuosa exposición de los partes oficiales que nutrían las columnas de los periódicos piloneros o de información, tan farsantes como los mismos jefes que suscribían el relato de sus heroicidades de guardarropía; en una palabra, que todo era ficción y engañifa la estrategia, la campaña bien llevada, las grandes combinaciones, la seriedad militar y los muertos vistos. A renglón seguido del bando marcial que declaraba el estado de guerra en las provincias occidentales, se dictó por el Segundo Cabo, el general Arderíus, otra, disposición análoga, con el objeto de garantir la absoluta tranquilidad de los habitantes de la Habana, según se decía en ella, pero que sólo revelaba el desorden gubernamental, lo inseguro de la cabeza directora, su falta de seso para coordinar un plan de campaña, así como de energía para hacer frente a la situación.


   “El bando del general Arderíus carece de interés; su lectura es bastante ingrata; pero creemos de necesidad insertarlo, por ser un documento histórico que refleja el desorden que reinaba en las altas esferas oficiales, en la época de nuestra narración, y no solamente el desorden, sino también el pánico”...


Continúa Miró describiendo en este capítulo el “Orden General de La Habana”.




| 2 de Enero |
| Enero |
| Calendario Cubano |



Gracias por visitarnos


Última Revisión: 1 de Agosto del 2008
Todos los Derechos Reservados

Copyright © 2008 by Mariano Jimenez II and Mariano G. Jiménez and its licensors
All rights reserved